domingo, 11 de marzo de 2012

NEGRO HERNÁNDEZ


EL AMANTE DE BARRACAS

El verano en Barracas trascurría entre la agobiante sensación térmica derritiendo mis sentidos y los intensos chaparrones que me hicieron recordar aquella sudestada de fin de siglo cuando el café se sumergía en el agua toda una noche con nosotros adentro.
Yo había regresado de mis pequeñas vacaciones con Marta en un lugar de la costa que sirvió para apuntalar una relación que venía viento en popa. Ella no dejaba de mimarme ni de darme todos los gustos mientras la calentura que nos unía se iba trasformando en amor.
El Tres amigos era un paraíso refrigerado gracias al Gallego que compró un enorme esplí invitándonos en los atardeceres de enero a tomar una copa mientras los muchachos iban y venían de sus licencias anuales interrumpiendo la frecuencia de nuestros encuentros.
Como era mi costumbre, yo iba a tomar un cortado con una medialuna de grasa por la mañana y a escribir los borradores de mis notas para el periódico antes que llegaran los amigos del atardecer. Después pasaba a buscar a Marta por el negocio de antigüedades, nos íbamos cenar a algún lado y terminábamos la noche en mi departamento.
Por esos días el Gordo había desaparecido sin aviso de los lugares que solía frecuentar,  nadie sabía de su paradero desde la última navidad. El Mirón no se había tomado vacaciones por un problema en la cadera y lo andaba buscando al Gordo para que le devolviera unos libros sobre las campañas militares en el Imperio Romano. Sandoval, que pasó llevando el muestrario de invierno, me dejó dos short de baño que el ausente le había encargado para las fiestas y nunca vino a retirar. También me enteré que Jorge le había entregado a Joaquín en el mostrador un sobre con recetas varias, algunas de viagra, dijo el Gallego.
Yo, que estaba acostumbrado a las borratinas del Gordo no me calenté tanto, pero a mediados de febrero empecé a preocuparme cuando descubrí que su celular estaba siempre apagado. No quería pasar por su casa para no levantar la perdiz y menos hablar con su señora por temor a mandarlo en cana. Mi discreción se desvaneció rápidamente cuando me enteré que la mujer se había ido a México con una beca de estudio. Recién allí me cayó la ficha y tuve la certeza que el Gordo andaba en algún balurdo, y para él balurdo es hablar de minas.
Me acuerdo que hace varios años me asusté cuando lo vi llegar al café tambaleando y con la cara desencajada.
-¿Qué te pasa?...
Él tardó un rato en contestar, yo no sabía si era para recuperar la voz o para pensar lo que me iba a decir.
-Estoy a la miseria físicamente Negro, pero soy el tipo más feliz del mundo, dijo.
-¿En qué andás?
-Ando con tres minas a la vez... y bajo la mirada. Traéme un café doble y una aspirina Gallego, dijo.
Al principio pensé que estaba bolaceando, que había tomado de más, pero su discurso se hizo cada vez más coherente y terminé creyéndole.
-Te la hago corta, las quiero a las tres y las tres me quieren a mí. Me despierto a la mañana sin saber donde estoy ni con quién estoy, y trato de buscar un punto de referencia para no equivocarme de lugar y de mujer. Ninguna sabe de la existencia de las otras y ahora las tres me están planteando la convivencia.
-¿Vas a decidirlo ahora?
-No me queda otra, yo trato de estirar el tiempo pero tarde o temprano tendré que hacerlo... vos sabés cuanto me cuesta decidir... además como decía Sócrates elijas la que elijas te arrepentirás.
En esa época el Gordo era un gran seductor, las mujeres trataban de acercársele con cualquier excusa, y a él le gustaban todas, de cualquier edad, tamaño, etnia, ideología y color. Una vez me confesó que el sueño que no había podido cumplir era el de conquistar a una sueca rubia como Anita Ekberg en la película La dolce vita.
En Barracas no hubo mina que no hubiera suspirado con una mirada suya, muchas venían al café a buscarlo a la hora de la siesta o temprano a la mañana con la bolsa de la feria. En la milonga era un rey, bailarín de primera, buen compadrito, el “Amante de Barracas”, le decían. Yo estaba orgulloso de mi amigo y recibía de su amistad el enorme placer de acompañarlo, además de ligar algún rebote en el bailongo.
Sin embargo a partir del casamiento su pasión se fue domesticando, se notaba que su jermu lo complacía sexualmente aunque nunca le bastaba, en sus palabras seguía sosteniendo que un hombre puede amar a más de una mujer a la vez, que su capacidad  amatoria era tan grande que no podía limitarse a una sola persona. En fin, podría recordar mil anécdotas del Gordo pero estaba preocupado por tan larga ausencia. 
Esa noche Marta me propuso ir a bailar unos tanguitos al Viejo Correo, yo acepté con gusto sabiendo que no soy un buen bailarín pero confiando en ella que era casi una profesional del baile, años atrás, cuando todavía no la conocía, había participado en varios concurso obteniendo una mención especial.
Entramos al local y nos acercamos a la pista, tenía la impresión que todos nos miraban pero había tanta gente que muy pocos podían reparar en nuestra presencia. Marta bailaba apretada a mi cuerpo y yo la tomaba de la cintura contra mi cadera. Ella se lucía entre todos y yo la acompañaba dignamente. En eso sonó La Yumba y nos mandamos decididos al centro de la pista cuando lo veo al Gordo con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en las tetas de una rubia grandota, parecida a Anita Ekberg.

miércoles, 7 de marzo de 2012

NORA JAIME


LAGUNA LARGA
DEL LIBRO "CUENTOS CON NOMBRE PROPIO" ED. AGUATIERRA

Me gusta viajar utilizando todos los medios de transporte, mi ruta más conocida: Buenos Aires- Córdoba-Buenos Aires. Hubo un viaje de estos que jamás olvidaré. Fue por el otoño del '79. Viajaba sola, de noche y en tren. Íbamos a encontrarnos después de meses de llamadas telefónicas y noticias vagas a través de amigos.
La subida en Retiro, el bolso en una mano, la cartera colgada del brazo con el libro adentro y los documentos en la otra. Uniformes por todos lados, lo habitual.
Clase Pullman me aseguraba un asiento más cómodo que cualquier coche-cama de los micros actuales más caros. Pensaba quién podía tocarme de compañero de asiento. En muchas oportunidades había fantaseado con un muchacho y luego mi acompañante resulto ser un hombre muy mayor, otra  vez fue un cura que roncó toda la noche. En esta oportunidad, se sentó a mi lado un señor gordito lleno de paquetes, que desparramó su equipaje sobre el asiento. En cuanto el tren se puso en marcha comenzó a comer, un olor fuerte a ajo inundó el ambiente.
Yo estaba del lado del pasillo, siempre compro esa ubicación, levanté mi cartera y me dirigí al coche-comedor, ventaja absoluta del tren contra cualquier otro medio de transporte.
Ya se habían apagado  las luces, el tren se movía. Debía atravesar dos vagones para llegar. En algunos asientos los pasajeros dormían, otros miraban en la oscuridad y sus ojos brillaban. Una mujer abrazada a un niño pequeño, parecían esos cuadros de maternidades que se ponen sobre la cabecera de la cama grande.
Llegué y pude ubicarme en la última mesita libre, al lado de la ventanilla. Pedí la cena.
A los pocos minutos se acercó una señora de mediana edad ¿me permitiría compartir con Ud. la mesa, señorita? Ya no hay más lugar. Sí, siéntese. Gracias, hace frío ¿verdad?
El mozo trajo mi sopa y la mujer preguntó por el menú. El menú es fijo señora: "sopa, milanesas con puré y flan" - ¿Qué va a tomar? -Mientras la mujer elegía una bebida, yo luchaba denodadamente para no derramar la sopa, acercando la cuchara a la boca, como decía mi abuela, sin bajar la cabeza. Vale recordar que el tren se movía, el plato temblaba y me sentía perseguida por el recuerdo le Carlitos en "El Inmigrante". Finalmente la cuchara fue a dar en medio de mi pecho, sobre el tapado nuevo. Creo que mis cachetes ardieron y balbucié un "perdón" inaudible. La mujer me miró en silencio y así terminamos la comida.
Su presencia me intimidaba, quería que se fuera. Ella habló de la temperatura, del horario de llegada…
Abrí mi cartera, busqué el libro para hundirme en el realismo mágico de Macondo. Duró poco. Disculpe  señorita ¿es Ud. estudiante? -
Si.- contesté sin mirarla. Ah… no quiero interrumpirla (ya lo había hecho), de uno de los bolsillos de su abrigo sacó una fotografía y me la extendió preguntando ¿la conoce?- no. ¿quién es? Mi hija, la estoy buscando. Por favor fíjese bien -insistió- No, no la  conozco,  nunca la vi. Ella se levantó abatida,  con los ojos  enrojecidos. Gracias igual, buenas noches.
Me quedé sola mirando la oscuridad por la ventanilla, sintiendo una vez más la impotencia y la angustia, de tener que aceptar todo lo que nos ocurría como normal. ¿Te podré ver?-me preguntaba- ¿Cómo estarás?
Afuera puntos de luz como bichitos, brillaban en la noche. Volví a la lectura, único oasis, para no pensar. Mi propio Macondo.  
Terminado el turno de cenar el coche-comedor fue quedando casi desierto, bajaron las luces. En una ficha que encontré dentro del libro, garabatié un poema que terminaba diciendo"… y no escribas  AMOR en las ventanas de todas las muchachas."
Desde otra mesa, vi a un hombre que me miraba. Volví a mi asiento, previo paso por el baño,  y entré  en ese estadio de sueño-vela. Después de un rato de marcha el tren se detuvo. Se encendieron todas las luces, las voces se hicieron altas y se escuchaban llantos de niños asustados. Estábamos en Rosario, mitad del viaje, cambio de máquina, había que dar vuelta los asientos. Aquellos trenes ingleses, tenían un sistema giratorio que permitía que el pasajero viajara siempre hacia adelante siguiendo a la máquina.
Nuevamente control, pedido de documentos y  requisa de equipajes, algunos pasajeros fueron obligados a bajar. Cuando el tren continuó, desvelada, volví al coche- comedor, pedí un café y encendí un cigarrillo (en aquella época fumaba), abrí el libro, otra vez  Macondo con su magia y así transcurrió la noche.
Cuando el aroma del café a punto y de la leche se hicieron tan intensos, desayuné. Apenas clareaba cuando volví a mi asiento. En el pasillo tropecé con un hombre- Disculpe, ¿por dónde estamos? -Villa María creo… en la penumbra lo reconocí. Era el que me había mirado durante la cena. Apuré el paso para llegar a mi asiento. El gordito dormía con la boca, las manos y las piernas abiertas y por supuesto, roncaba. Me acomodé como pude en mi lugar y ahí sí, me quedé dormida. Soñé con hileras de árboles muy verdes, sin flores, todos iguales.
Un sacudón y el tren se detuvo. Gritos.- ¡Todo el mundo abajo con documentos!- Miré por la ventanilla un cartel "Laguna Larga", ya  era de día. Los uniformados  con  los perros  cubrían todo el andén, más atrás  encaramados sobre los árboles  soldados armados, como siempre.
Aturdida y asustada, colgué mi cartera y  bajé con una mano en alto mostrando el documento. Nos tuvieron un largo rato en el andén con los perros oliéndonos y ellos apuntándonos, mientras revisaban los equipajes.
Hacía frío, subimos y finalmente  el tren continuó su marcha. Vi cómo se llevaban al hombre que me había mirado, justo cuando le doblaban las manos en  la espalda. Me pareció ver también  a una muchacha joven con un chico, pero no estoy segura. El viaje continuó en absoluto silencio. Mi compañero de asiento, totalmente despierto, reacomodó su equipaje abierto y desparramado y escuché que muy bajito murmuraba. "Siempre lo mismo, por unos pocos hijos de puta, nos joden a todos."
A las nueve y algo llegamos a Córdoba, otra vez los soldados armados, los perros, los documentos, la requisa…como siempre.
Vos no estabas.
     



martes, 6 de marzo de 2012

ANDREA GARCIA CAMPOS


MARIELA 

Mariela y su cámara, como si fueran una… Mariela es fotógrafa, y allí va… buscando escenas, situaciones, desafíos.
Ella puede robarse el más colorido vuelo de una pollera boliviana, puede encontrar belleza en la sombra de una rueda de bicicleta oxidada, puede llegar a retratar toda la hombría de un travesti relajado, puede conseguir que un gitano astuto le abra las puertas de su alma.
Ella puede regalarme en una foto el más tierno gesto de amistad infinita.
Mariela y su cámara, como si fueran una…
Altiva y sumisa, a la expectativa.
Midiendo distancias, calculando luz, renovando lentes, renovando vida.

sábado, 3 de marzo de 2012

MAURICIO KAPLAN

 

CARTONERITO

Flaco, mal vestido, Raulito el cartonero todas las noches toca el timbre. Lo hace respetuoso, sin miedo, pero con dignidad. Me dice: ¿Tenés algo para mí?.
El sabía que yo tenía que bajar en ascensor, porque viviendo muy arriba, tardaba unos minutos. Los vecinos ya lo conocían, y algunos de ellos, trataban de acercarle algo.
Lo veía y le decía ¡hola Raulito,
¿cómo andamos hoy ?
Raulito, con su pelo despeinado, sus ropas con olor a humedad, sus ojitos brillantes, miraba a los ojos, buscando algún mensaje oculto. Era un rayo entre sonriente y triste, buscando cariño y rebeldía, y siempre preparado para defenderse. Niño hermoso, descuidado, escuela de la calle.
Teníamos la costumbre de intercambiar frases ya estereotipadas, como ser: si le había gustado el guiso, o la tarta, o la pizza del día anterior,  y siempre respondía:  pa chuparse los dedos, patrón.
Un día me quedé en la puerta, semiescondido, y pude ver a Raulito -  que creyó que yo  ya había subido -, en la esquina, extender un papel blanco, y dividir la comida en más pequeñas porciones, muy bien preparadas.
Lo llamé y con respeto, como quien habla con un  amigo, pregunté: ¿porqué no te comés enseguida esos ricos manjares.
Su respuesta no se hizo esperar: ¡patroncito!, a vos. Te lo digo, ¿nunca tuvo un sueño, una magia para ir tras ella.
-Todos los días, muchacho.
-Entonces yo le voy a contar el mío, pero,… sin tomarlo a risa.- Sabés vos patroncito, yo vi matar por un plato de alimento. En mi casa, comen primero mis padres, y , si llevamos poco, una pequeña porción para los más chicos. Es muy triste tener hambre… deseás y te llenás  de bronca, che. La comida tan rica que me alcanzás, ya traigo bandejitas que mangueo, y las ofrezco a gente que me conoce, lo mejor arregladas que puedo y me las compran, porque ya saben que son ricas y limpias. Conocen mis trampas, y confían en que no las levanto de ningún tacho. No tienen tiempo para cocinar porqué trabajan como burros...y se las vendo baratito. Están locos, patroncitos, con las que llevo de vos. Guardo las chirolas, en lugar seguro, porque  sabés,  me lo afanan todo. Voy despacito pero seguro.
-Pero Raulito, si son tan ricas, ¿por qué no te la embuchas?
Y el niño desprolijo, sediento de contarle a alguien, me dice.
- Es un sueño.- No quiero autos grandes, ni trajes de lujo. Me da vergüenza decirlo, pero en vos, patroncito, no sé, te lo contaré. Cuando sea grande, sueño con hacer un gran comedor popular, para que otros chicos, cuando sea como vos, te dije ya, no les pase esto tan triste que yo padezco. Que no tengan hambre, y puedan descubrir tantas ilusiones … nunca pude. Ir al colegio, aprender un oficio, y qué sé yo, lo que me venga a la cabeza.
-Raulito, quiero darte un beso,¿me permitís?
 Raulito se echó hacia atrás.
- ¿para qué? ¿por qué? .¿Con este olor a mugre? No me lo vas a pedir más.
Me acerqué, y mirando  sus ojitos grises, pude agregar:
- No me importa rulitos despeinados, tengo nietos como vos.
- Aparte, siento que no beso a un niño, sino a un ángel disfrazado de cartonero.
Una sonrisa se esbozó en su rostro, y un suspiro con alas se desprendió con candor y magia, de sus labios lastimados.



NORMA PADRA- CAFE LITERARIO


ESPACIO NORMA PADRA Café literario 

           TU CITA ES EL SABADO

        17 de marzo a las 18.30 hs.

y todos los terceros sábados de cada mes.
Programada en "La Subasta" Río de Janeiro 54, cap.
-Entrada libre y gratuita-
Coordina: Norma Padra
www.revistapapirolas.blogspot.com
normapadra@gmail.com

AUGUSTO MONTERROSO


MONÓLOGO DEL MAL

Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo para acabar de una buena vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el Mal pensó:
"Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de vergüenza que el Bien no despreciará la oportunidad y me tragará a mí, con la diferencia de que entonces la gente pensará que él sí hizo bien, pues es difícil sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Bien está bien y lo que hace el Mal está mal".
Y así el Bien se salvó una vez más.

LILIANA B. LA GRECA

EMOCIÓN

Frágil consuelo de mi alma. Desprotección que enternece. Respiro tu música de ritmo sinuoso y me acaricia.
Cuidadas eternos de afecto incondicional. Miradas claras de ternura infinita, contradicciones y dudas…y ese amor del porque sí que te hace mío por un rato, mìo y de la mano hasta que la vida nos empuje a dar un nuevo paso. Hasta que decidas que el vuelo es posible.
Te esperé un día como quien mira al cielo buscando aquel milagro que consuma, afianza, repara… y comprendí en tan solo un instante que puedo descubrir la paz en tu cálida presencia.



RAQUEL SEVILLA


LOS QUE NO SALEN EN LA FOTO

Un día como muchos otros, un sol brillante, cielo celeste, aire fresco; fresco no frío, la brisa acaricia mi piel, recorro el lugar una vez más.
La tierra arada hace que mis pasos sean pesados, no es cansancio; cuando camino por la arena de la playa también pesan.
Un ruido llama mi atención, la yegua del vecino otra vez se cruzó, viene a comer los brotes de la plantación, los perros me acompañan otra vez. Otra vez cortaron el alambrado. La tarea es diaria, recorrer el campo, arreglar, controlar el riego. Otra vez como tantas veces desde hace un tiempo lo hago yo.
La brisa ya es fría, el sol se está alejando, es hora de volver a la protección y el calor de las paredes y el hogar. El hogar familiar y el que se llena de leños, para recibir el necesario calor protector del frío y del alma. La noche se cierra y la mirada se dirige a la foto, otra vez aquella foto donde está él. En realidad él está en todos lados… en la tierra arada, en la brisa, en el campo… pero en esa foto se lo ve tan feliz.
En la foto está retratado el que no está, el que todos los días realizaba la tarea una y otra vez. Porque los que no salen en la foto, están otra vez a mi alrededor, como todos los días.

ANA MARIA MOPTY


LA BARCAZA

Clausuraron de un golpe las puertas y quedaron apenas las ventanas redondas para que el sol las lamiera en las mañanas. Pero no, sólo la lluvia. Adentro sonidos diversos y ellos. Eran pocos para atenderlos y acostumbrarse a sus modos naturales. Primero fueron plumas las que le tocaron la cara, después un lomo enorme que sintió junto al olor a cueros y al relincho. También rozaban cabezotas firmes y ojos que miraban mansos.
Fue mucho y continuado en días sucesivos. -¿Y el sol?- se pregunta a sí misma, como nuera reciente invitada a acomodar su "yo" en la barcaza.

JOSE RUIZ GUIRADO (MADRID)


EL SANTO

Tras un día soleado y caluroso, llegó una noche fría, con niebla y oscura. En pocos minutos, apenas si se contemplaban los fanales de la calle. Para ser viernes, pese al silencio que siempre reina en el pueblo, éste se hacía extremo: ni un ruido, ni un ladrido de un perro, ni un maullido de una gato, ni el crujir de las chinas de la calle cuando una pisada humana las meneaba de su sitio. En medio del silencio sonó la campana de la iglesia y una voz aguda y de mujer recorrió todas las calles. ¡Han robado el Santo! ¡Han robado el Santo! Una a una se fueron abriendo las contraventanas metálicas, después las ventanas y, ya en el balcón preguntaban a la mujer que iba corriendo y pregonando. El silencio se tornó en murmullo. Los pocos vecinos se concentraron en el atrio de la iglesia. Cuando se habían concentrado un número suficiente, se entró en ella, donde, efectivamente, sólo quedaba el pedestal, a la derecha del altar, donde siempre estuvo, salvo en las fiestas, que se colocaba en las andas para llevarlo en procesión por la villa. Era una talla mediana, tirando a pequeña que no era difícil ocultarla, ni llevársela, pues su peso no era excesivo y una sola persona podría hacerlo sin demasiado esfuerzo. Aunque debieron ser dos personas, por las pisadas que dejaron sobre el suelo recién fregado. Estaría la señora, que limpiaba la iglesia casa jueves, aseando la Sacristía cuando oyó ruidos fuera y al salir llegó e entrever cómo se lo llevaban hasta el automóvil que había fuera, en el que esperaba otra tercera persona con el motor encendido para salir precipitadamente. El párroco no estaba en la casa rectoral; convaleciente de una reciente operación, le atendía su madreen El Espinardo, pueblo cercano y cabeza de partido judicial. Pese a las investigaciones y pesquisas que se llevaron a cabo, no se dio con la talla, ni pareciera que hubiera visos de encontrarla. No se trataba de una talla, que por su antigüedad tuviera valor para su venta. No portaba piedra preciosa ni joya alguna. Podría tratarse de una gamberrada; pero ni los más jóvenes, que vivían de espaldas a la religión, faltaban a la cita en las fiestas patronales para portar en andas al Santo. Por tanto, el robo por lucro o la gamberrada serían las causas de su desaparición. Tampoco se le atribuía al Santo milagro alguno conocido. Se apagaron las luces, se cerraron las puertas y los vecinos se fueron yendo cada cual a su hogar. El silencio, con la espesa niebla envolvió cada una de las casas de las que salía humo por la chimenea, dejando una estela, un olor a leña.
Don Feliciano Mendoza y Abantos, marqués de Roblebajo heredó el marquesado tras la revuelta comunera, prestando sus servicios a Carlos V. Desde entonces hasta la Guerra Civil, las posesiones y los apellidos fueron pasando de padres a hijos. Durante la guerra la zona estuvo tomada por el bando republicano; pero pudo librarse gracias a la intervención de sus caseros, a quien siempre dispensó un trato un trato afectivo y humano. No obstante, hubo de exiliarse a Portugal, hasta que acabó la guerra y volvió a recuperar y reconstruir su heredad que permanecía en ruinas. En lugar de reconstruir la capilla, decidió donar las piedras para levantar la ermita del pueblo también en ruinas; que se convertiría en parroquia gracias a la intercesión del marqués ante el arzobispado para que le cediese los terrenos anejos propiedad de la Iglesia. A cambió pidió que a su muerte fuese enterrado en el pequeño cementerio que existía junto a la parroquia. Con su desaparición, se extinguió el marquesado al no tener descendencia alguna, con lo que los terrenos situados en la villa pasaron a propiedad del Ayuntamiento y éste los vendió entre los vecinos que pudieron comprarlos. El Santo que se conservaba en la capilla se conservó intacto, gracias a que el Sacristán pudo ocultarlo en un pajar de su propiedad y algunos de sus familiares, lo fueron cambiando a distintos establos, hasta que acabó la guerra. El marqués donó el Santo a la nueva parroquia, obligando en su testamento que el Santo sería custodiado por todo el pueblo. Por tanto, asumían la responsabilidad cada uno de los vecinos. Acabado de construir la parroquia en la que colaboraron todos los vecinos.
Pasado el tiempo, y viendo que el Santo no aparecía, se acordó en la reunión que se celebró en los locales del Club Cultural, donde se festejaban carnavales y la festividad de Reyes, en los que se repartía chocolate y churros, encargar una nueva talla, costeada por todos, a un ebanista del pueblo limítrofe de Peguelardos; que a juzgar por los resultados no era su fama producto de habladurías. Quienes conocían la talla antigua, no sabrían distinguirla de la nueva. Asistió el obispo de la diócesis, las autoridades provinciales y locales, el párroco y los vecinos a la colocación del Santo en su pedestal vacío. A la primera misa, tras la que asistieron las autoridades, acudió todo el pueblo. Sin embargo, hubo en el ambiente una sensación extraña, diferente, rara. Como si el Santo les fuera ajeno, otro, impostado. ¡No es el Santo! El propio párroco se enojó hasta el punto de recriminar a los feligreses, desde el púlpito, la falta de fe. Aquella reprimenda se convirtió en un pulso: el siguiente domingo no había en misa más que el párroco, el sacristán y la beata que asistía a todas las celebraciones.
¡Qué vamos a hacer? Habremos de mentir a los feligreses. ¿Cómo va a mentirles su párroco?
Llegaron las fiestas patronales, y como se había hecho desde que se tenía memoria, se sacó el Santo en procesión por las calles del pueblo. Un Santo que había perdido una mano, parta de la pintura policromada del hábito y una visible hendidura que se extendía por todo la espalda de la talla. Tras la procesión, se oyeron las acostumbradas vivas al Santo; mientras, en la plaza se trenzaban los vetustos pasos de jotas y rondones.

ALEJANDRO DREWES


BREVES

Oniria

Pasan largamente las horas observando, como siempre, tu retrato. Y todo pasa, y todo vuelve, excepto el amor, que apenas de vez en cuando pasa, que nunca vuelve.
Y la vida encadena días y noches en blanco, como páginas vírgenes, inexploradas tierras.
Todo pasa, y nada pasa, como estas nubes grises errantes barcas.
Deriva del tiempo, aguja marcando un norte trivial o absurdo de la existencia.
Extraños países del sueño, inseguras comarcas por donde he fatigado mis pies, hartos de andar sin poder encontrarte.
Paisajes de la mente, herméticos reinos que visita la luna en blanca carroza de hueso.
Por vosotros, para vosotros, el sueño de este instante tan increíblemente claro, como sueña el anillo de oro en el fondo de marinas aguas sombrías.
Buenos Aires, agosto 1995 - enero 2002

Escenas iluminadas

Solo en la gran ciudad desierta, salen a mi encuentro las mismas calles conocidas y ni siquiera la noche piadosa de Dios las cambia -apenas las borra un instante.
Esos balcones y flores y alguna ventana que en este momento preciso se enciende como un ojo tardío, a deshora, iluminan la escena de mi sueño. Pero despierto y te busco, y no estás.
Buenos Aires, octubre 2004 - mayo 2006

Saga

Escribir como la rosa se inclina sobre el agua oscura: como el agua indiferente a la pluma fluye. Como un canto de pájaros se pierde en la fronda de arboledas inmemoriales.
Entre uno y la soledad abisal de los otros, esta nada, estos golpes de humo contra el muro de la misma cárcel, su débil resonar hasta la más delgada cuerda del silencio que sucede a la última palabra del poema.
Escribir como quien aventura su paso inseguro en el bosque de la noche, y se sabe espejo de la propia noche.
Como la luna insomne en la eterna circunnavegación de otros cielos. Sin anclaje posible en el mar de las hierbas astrales, mientras abajo se hace uno el gemido del viento con la solitaria voz de los lobos.
Tal vez escribir que aún era la hora temprana del mundo y nunca lo vimos -ese simple reflejo de luz mortecina en las alas del ángel-

Tarot 2

Y verás entonces como se pierden los últimos pájaros en sus rutas celestes, y una grande sombra verás, como un árbol creciendo de pronto sobre la faz de la tierra.
Has de sentir aún otro temblor junto al tuyo en la desangelada casa vacía de tus años. Y verás por el vientre de la séptima carta que la casa es la Torre, y tu pulso unas olas que lento muy lento se hundirán en el mar, en esta misma noche, tan callando.
 
Ni otra música
1.
Preguntabas por los árboles que crecen en cada poema: por la sombra piadosa frente al incendio de sol en las caravanas de Persia. Por el rumor de las hojas al oído del peregrino ante aquella tumba de Konya.
2.
Quien escribe sabe bien de las consecuencias: del fragor y la línea oscura que raja los mundos, de la maldición que inaudita sobrevuela la cabeza del poeta y de la maleza sabe, la lenta invadiendo los palacios de toda memoria.
3.
Noli me tangere. Amada tú, que en verdad nunca jamás estuviste aquí. Toda tú en el infinito camino de la repetición y la ruina.
4.
Y entonces era el mundo en el arco del alba: blindado cristal en la cima de la parábola, escondías tal vez el rostro encriptado del dios. Oh música.
5.
Del invierno conoces la sombra de grandes ejércitos, la paciencia silente del asedio, la ceniza que ha de flotar por un tiempo entre el cielo y la tierra.
6.
Viajero, se te ha dicho que detengas el paso en Tubinga: su espejo quebrado es el tuyo, el himno austero de su inmensa noche es tuyo y te empuja. Su ardua luz entre la niebla, turbulentas aguas.

Publicado en la revista virtual Con voz propia, dirigida por Analía Pescaner.

ALICIA CHILIFONI


NO ME PUEDO OLVIDAR

Después de amasar recojo cuidadosamente y tamizo la harina sobrante y la vierto en el correspondiente envase. Vale la pena? Cuánto puede costar ese puñadito? No importa. Sucede que no puedo dejar de pensar que hay gente que de buena gana haría una tortillita con los huevos que ponen sus gallinas, pero no tienen harina. Si hasta puedo imaginarlos… a ellos y a sus gallinas…
No puedo llegar a esa gente, pero siento que, no sé cómo, estoy ayudándolos,  que estoy haciendo algo por ellos.
Y me pasa con todo. Hoy, sin ir más lejos, haciendo las compras, oí que alguien comentaba la interrupción  del paso en un carril central de la ruta porque un camión mató a un motociclista. Ya con eso me bastaba para nublar por completo mi día de cielo radiante. No hacía falta el posterior sopapo asestado sádicamente: el agregado de que el cuerpo estaba despedazado y disperso. Cómo tendría yo un feliz domingo, con semejante prólogo?
Lavo los platos pensando "para qué?" . Me sumerjo en la bañera sintiendo culpa por mi deleite en el agua tibia. Él murió. No sé quién es. Con el correr de los días puede resultar, igual que ya me ha sucedido, que los chismes me enteren de que lo conocía, hasta de que era un amigo, o familiar de un amigo. Quisiera olvidarme y no puedo.
Me voy a una plaza poblada de gente distendida, con muchos chicos jugando. Quiero empacharme de vida.
Habitualmente asisto con mi equipo de mate a los ajedrecistas que se enfrentan en las mesas instaladas bajo los árboles. Demoro la preparación. Necesito desahogarme primero. A ese fin llevo siempre lápiz y papel. Es tan barato ser escritor!! Y tan caro tener la sensibilidad a flor de piel!!  Lloro disimuladamente, y recién ensillo el mate cuando creo que no hay riesgo de que se cuele en la infusión la sal de alguna lágrima que arruinaría el sabor.
Al levantar la cabeza para invitar al primero de la rueda, veo una mamá jovencísima, doblada sobre su cintura, enseñando a caminar a su bebé, que atropelladamente quiere alcanzarlo todo, tratando de abarcar el mundo con sus ojos inquietos, ansiosos, desorbitados. No puedo evitar preguntarme si llegará a manejar una moto algún día, quién sabe?  Sí sé que alguien agotó su cintura ayudando en su momento, a sostener el equilibrio al muchacho que hoy…. No. No puedo dejar de pensar.
El bebé me sonríe anchamente. Le devuelvo la sonrisa, pero no me puedo olvidar que la vida también es llanto. Que lo malo nos deja apreciar mejor lo bueno. Y que a pesar de los pesares, como canta Baglietto, no hay rima que rime con vivir. Y así seguimos, yendo hacia el fuego, como la mariposa.

viernes, 2 de marzo de 2012

MARCOS RODRIGO RAMOS


MI RIVAL DE LOS CODAZOS

Sonó el timbre. En la puerta ya estaban los chicos esperando. Rápido saqué la bicicleta. Mamá me preguntó: -¿Salís tan desabrigado?  Le di un beso y partimos rumbo a Ituzaingo, a la cancha que había armada en medio del Barrio Aeronáutico. El "Muñeco" Migues había conseguido equipo para que jugara contra nosotros. Cuando llegamos, Chimango sacó la pelota  y comenzamos a patear al arco. Hicimos sorteo y quedó Langa de arquero, al primer gol que le metieran entraba otro. Llegó por fin el equipo rival, de los nuestros no faltaba nadie. La cancha era gigante y los arcos demasiado altos. El área y los bordes estaban bien marcados aunque todo fuera de tierra. El "pan y queso" decidió que nosotros sacáramos.  Cuando avanzaron los nuestros te juro que me pareció que la cancha se había agrandado, casi no veíamos el arco contrario desde donde estábamos.
Siempre juego de defensor, de número dos. Los chicos me dicen "Mariscal" en homenaje a un jugador de fútbol, creo que Roberto Perfumo al  que le decían "el mariscal del área", me lo dijeron una vez que jugué bien y quedó. Nunca me molestó que me dijeran así. Langa se adelantó y nos pusimos a hablar,  todavía  seguían en el área contraria y el balón estaba allá  bien lejos. Me dijo que mirara para atrás del arco, había cuatro chicas, reconocí a una, era Analía Galante que había sido compañera mía hasta quinto grado en la 75. Se dio cuenta que la miraba y me saludó con la mano. La saludé también; las amigas, que no estaban nada mal tampoco, se reían con ella. De repente Langa me empujó gritando: -¡Andá!
Rápido se había escapado uno del equipo contrario con la pelota. Langa corría para el arco pero estaba demasiado adelantado, nuestro rival se dio cuenta  y no quiso desperdiciar la oportunidad. Pateó con todo, yo salté y el esférico se estrelló contra  mi cara, el dolor fue terrible pero la número cinco quedó fuera luego de destrozarme la mejilla. Extrañamente, mi rival no se apuraba a sacar, como si hubiera necesitado constatar que yo estaba bien antes de seguir. Dos de sus compañeros vinieron para acompañarlo pero ya los nuestros habían bajado y recuperamos la pelota.  -Mejor me quedo en el arco- dijo Langa.
La cara me seguía ardiendo por el pelotazo. Escupí y largué saliva con sangre, me había partido el labio. Otra vez el mismo pibe de la vez anterior, la verdad que era bastante rápido, venía solo y a los piques con la redonda, sin saber porqué entendí que esta vez no iba a patear de lejos, venía demasiado embalado. Abrí las piernas para pararlo pero avanzó por el costado derecho pasándome, lo seguí bien pegado, no podía sacarle la pelota pero él tampoco podía ir en dirección al arco. Le agarré la camiseta y seguía sin parar, me dio un par de codazos en las costillas pero igual no me le despegué. Cuando intentó patear ya no tenía ángulo y el balón fue afuera.
Agitado me acosté en el piso  boca arriba tranquilo porque el esférico otra vez estaba lejos. Me dolía bastante el pecho, no sabía si por la corrida o por los golpes. Cerré los ojos y cuando los abrí  vi a Analía al lado mío.
-¿Estás bien?- me preguntó con cara de preocupada. Asombrado me puse de pie rápido.
-Si. Estaba descansando un poco nada más.
-Ah. Me tengo que ir-  dijo dándome un beso en la mejilla.
-Chau- balbuceé y me quedé como un tarado mientras la veía irse con ese pantalón de jean tan corto y tan apretado.
-¡Vienen tres!- gritó Langa.  Estábamos solos. Dos venían por el medio y el de los codazos por la punta derecha. Otra vez intuí que se la iban a pasar a él, que él iba a patear al arco. Intenté tapar el pase o demorarlos un poco a ver si venía alguno a ayudarnos a defender pero no bajaba nadie, todos estaban lejos. A los toques me pasaron pero Langa estaba adelantado y recuperó el balón. Enseguida se lo quitaron y la pelota quedó en el centro del área. Hacía ella corrió mi contrincante y entonces Langa  gritó: -¡Matalo!
Fui a la pierna y cayó rodando. Se levantó evidentemente dolorido.
-¡Penal!- gritaron y ninguno de nosotros objetó nada.
-Estuviste bien- me dijo Langa y fue hacia el arco,  ese arco que parecía gigante, más grande que nunca. Tomó poca carrera. Fue un golazo. Por un lado pensé que mejor que no la atajara porque con ese puntinazo si la redonda le pegaba  le  iba a doler demasiado. El cielo se había puesto negro. Miré mi pierna, tenía un moretón terrible y un poco de sangre.
Me dolía pero al ver al otro rengueando comprendí que él había sido el más afectado por el choque. Langa pasó a delantero y a Pato, que todavía no había tocado el balón una sola vez, lo mandaron al arco.   Comenzó a llover pero ninguno de lo integrantes de los dos equipos hizo el amague para irse. A los quince minutos comenzó a caer piedra y suspendimos el partido definitivamente. Tomé la pelota y cuando se la estaba llevando al dueño apareció mi rival, el de los codazos, el que recibió mi patada, el que nos hizo un gol,  sin decirnos una palabra nos dimos un abrazo. Nunca supe su nombre ni creo que él vaya a saber el mío, nunca volví a verlo. Recordando todo esto comprendo ahora a la distancia que ese día y con ese abrazo entendí lo que  realmente es el fútbol.        
                                                             
El Mariscal Roberto Perfumo



EMILSE ZORZUT


EL TIEMPO EN EL CARILLÓN

El carillón de la iglesia liberó siete campanadas. Era la hora del desayuno.
Lucía que hacía más de una hora  que estaba trajinando en la cocina, comenzó a llamar a su familia.
- ¡Arriba todos! Van a llegar tarde.
El primero en asomarse fue Oscar, su marido, ya listo para salir, portafolios en mano y disponiéndose a tomar el café de  pie.
- Oscar, no es un ejemplo para los chicos, siéntate, por favor.
Luego entró Lía, aún sin peinarse y con todos los elementos de la escuela tomados de cualquier manera, total los iba a tirar sobre la primera silla que encontrase. Por último llegó  Sebastián restregándose los ojos, medio dormido y rezongando porque no era domingo.
Así desayunaban todos los días hábiles de la semana; el sábado y domingo sólo el viento escuchaba el carillón de la iglesia.
- ¿Cuándo cambió? - se preguntó Sebastián registrando en su memoria.
Pero en realidad tendría que preguntarse cuando comenzó a cambiar. Quedó pensativo un rato.
- Creo - se dijo - que fue cuando Lía comenzó la escuela secundaria; dejó de pelearse por la mermelada, hablaba poco, volaba con su mente y la mirada se le perdía a lo lejos. Al tiempo se supo que Alfredito la tenía loca.
Por esa época la situación económica se puso dura y muchas veces Oscar se iba más temprano a la oficina, ya no desayunaba.
- Mamá intentó por todos los medios mantener la rutina alegre de la familia. - Seguía recordando Sebastián.- Pero, pobre, el paso del tiempo se tornó demasiado vertiginoso y fuera de control.
La figura de Lía apareció muy clara en su mente.
- Si, eso fue... y luego, cuando Lía comenzó la Universidad se quedaba estudiando en la noche, por lo tanto no había modo de que se levantara antes del medio día.
Lentamente se dirigió a encender  fuego y calentar el agua para el café.
- Yo tampoco pude detener el tiempo - dijo ya en voz alta. - El estudio, los bailes,  las chicas...
Se dejó caer en una silla. Al entrecerrar los ojos creyó ver a su hermana cuando subía la escalerilla del avión con su marido para radicarse en los Estados Unidos.
- ¡Mamá, cómo te deprimió esa partida! Y a papá lo absorbió cada vez más el trabajo. ¡Qué sola debes haberte sentido! Ahora comprendo, tanto como para morirte ¿no? Después de eso siguió un gran silencio invadiendo toda la casa. Papá y yo casi no hablábamos...Al poco tiempo tuve que mandar aquel telegrama: "Lía, papá murió anoche".
El carillón de la iglesia liberó siete campanadas.
- Hora del desayuno. - Dijo Sebastián. - ¡Qué hermosa la infancia cuando estábamos todos peleándonos por la mermelada! Ahora tomo mi café en silencio

JUANA ROSA SCHUSTER


ARNALDO Y BENJAMÍN

Cedí ante su insistencia. Le compré dos pececitos de colores. Uno era naranja, el otro negro. Mi hijo se asesoró acerca del alimento y la renovación del agua.
De la bolsita de plástico, los pasó a una jarra que trajo mi madre de Italia. En su habitáculo provisorio, Arnaldo, el anaranjado y Benjamín el otro, nadaban a sus anchas. El pequeño se entretenía mientras seguía el movimiento del nuevo regalo.
Las piedritas daban un colorido especial, sobre todo los caracoles que habíamos traído de Mar del Plata.
Guillermo era hijo único y encontraba en ellos una compañía.
Un día, Benjamín, tuvo dificultades para deslizarse a través del agua. Lo notamos hinchado. El veterinario aconsejó tenerlo a dieta durante unos días. Pasado ese tiempo, Guillermo me llamó asustado: -Mamá, no está Benjamín.
-Fijate bien puede haberse escondido detrás de los caracoles.
-No, mamá. Benjamín ha desaparecido.
Para nuestro horror, apareció  el esqueleto del ausente.
Llamamos al doctor Urquiza, espantados.
-¿No se dieron cuenta que Arnaldo no estaba a dieta?