viernes, 25 de mayo de 2012

CARLOS KURAIEM


MARGARITA: UNA CRIATURA FRÁGIL Y PODEROSA.

del libro “Margarita primer personaje ecológico” de Rubén Pergamentpublicado por La Luna Que


Margarita, la historieta creada por el dibujante Rubén Pergament, fue publicada en el Diario La Opinión", desde 1978 a 1981. La flor tierna, de aroma silvestre, que como las estrellas más altas mira de cara al suelo y se deshoja en las manos de los enamorados, repartía en cada entrega gracia e ironía; el relato sin texto en los cuadros, la expresión en las líneas del personaje, la inocencia en los gestos, el juego de descubrir y poner de manifiesto algo que estaba vedado, oculto, dejaba entreverla respuesta a un medio tomado por la fuerza, al estado de confusión, complicidad y asfixia que envolvía al país -y al que ni el propio Diario La Opinión escapaba- cuando un gran cartel en la frente de cada uno, como en una secuencia de cine mudo, mostraba la letra del guión que muy pocos se animaban a interpretar.
Pergament sabe dibujar los sonidos de las palabras, ilumina y dice desde el trazo; sabe que la boca no tiene llaves y prefiere sugerir con los silencios, desde la penumbra del lenguaje subterráneo, tocando con su lápiz las necesidades más urgentes, dominando el oficio de figurar con medios estáticos, el movimiento real.
Los dibujos de Pergament nos ponen siempre frente a ese estado en el que se encuentra un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas, son pura tensión contenida -provocación y espera de la reacción del otro- nos toma desprevenidos y nos hace enrojecer de asombro o vergüenza: el mensaje no está en su interior sino afuera del dibujo.
Margarita se traslada dando pequeños saltitos con su infaltable maceta; junto a su cabo, una vara de su altura le sirve de tutor para mantenerse en pie; ella se desliza, es curiosa, traviesa, quiere tocar y alterar el mundo que tiene a su alcance; no está sola, por ahí desfilan otros personajes ambientales: la hormiga, el oso hormiguero, el pajarito, la nube, el rayo, la lluvia, el sol. El día que Margarita se enamora de otra flor, al notar que la luna le pone su perfil triste, extiende su larga y delgada raíz hacia el astro, la envuelve en el hueco de su palma y se la lleva, como si la luna fuera un globo -y tal vez para Margarita lo sea-, magistral lección: en una sociedad donde cada uno se salva como puede: Margarita no abandona.
Margarita es la hija de la primavera un nombre de mujer un símbolo pero también es una flor de amor, como diría Pizarnik "un poema dibujado" en el corazón del papel.         
Ella como toda vida que surge en la intemperie se expone a las amenazas y peligros frente a las otras criaturas destructivas y voraces; atraviesa como extranjera la historia, y nos señala que vivimos a un metro del desencuentro y a dos cuadras de la fraternidad. Margarita es un personaje de la naturaleza, una compañía, una niña eléctrica, movediza, ingeniosa, representa la brevedad, es de la tierra pero también del agua y del aire, es a la vez una criatura frágil y poderosa, con su aspecto desaliñado, su humor benigno y su filosofía de la ingenuidad, sabe que su supervivencia depende de su astucia o "viveza" para sortear los avatares que se cruzan en su camino, aunque para ella y su creador el lugar más seguro, seguirá siendo siempre la imaginación.

NEGRO HERNÁNDEZ


LLUEVE

Llueve. Desde mi ventana veo a dos mujeres con tres chicos de guardapolvo apretándose contra las paredes de las cinco esquinas de mi barrio, Barracas. Hoy decidí no ir a trabajar y tengo la excusa perfecta... fiaca. ¿Para qué mojarme? Si es un día ideal para escribir en soledad y dormir una buena siesta.
Sobre el escritorio hay cuentas a pagar, la luz, el gas, el cable, el nuevo ABL... También están los borradores de los escritos que debo corregir, papeles sueltos de vanos intentos de inspiración, y el embrión de un cuento resistiéndose a nacer de una buena vez. Sueños, sueños guardados con devoción que pujan por realizarse, como la publicación de mi próximo libro: "Crónicas del café".
Llueve. Pongo la pava en la hornalla para hacer un café, es una manera de ganar tiempo, de prolongar la espera, de postergar el asalto de las imágenes que vendrán agitadas, convirtiéndose en tinta sobre el papel. Todavía escribo con una vieja estilográfica a cartucho, porque las palabras fluyen como la tinta, se deslizan, se amontonan, se estiran, y se manchan de emociones. No es el momento de la prolijidad, es el tiempo del desorden, del barullo murguero, de la muchedumbre ansiosa empujando las barreras para ingresar al estadio.
Llueve y el agua me invita a escribir escurriéndose por la canaleta que desemboca en el alma. Después vendrá el procesador de texto con la censura estética, equilibrada, poniendo cada cosa en su lugar, como la letra fría de la ley.
El teléfono suena vanamente, no lo atiendo, mi celular esta apagado y por un rato renuncié a leer los mensajes de mi correo electrónico. He decidido recluirme en mi espacio creativo tan desordenado como el dormitorio. -Me voy corriendo para no perder el ómnibus- había dicho Marta al amanecer dejando un par de medias, una breve bombacha, su vaquero azul desteñido y un pañuelo de cuello desparramados en la cama antes de tomarse unos días de vacaciones para ver a su familia en Pergamino.
Repaso los últimos apuntes con el pocillo en la mano, y el vapor del café caliente, me hace cosquillas en la nariz medio resfriada. Enciendo la radio para escuchar la 2 x 4 buscando alguna compañía y el corazón se me arruga como un bandoneón con la noticia de la muerte de Ubaldo de Lío.
Llueve. Escucho deslizarse un papel debajo de la puerta de calle, es un periódico ¿Se habrá equivocado don Cosme el canilla más veterano del barrio que me provee de diarios y revistas? ¿Si nunca  le pedí que me los entregara a domicilio?
Me acerco y lo levanto con curiosidad. "Ha muerto el periodista y escritor Negro Hernández", titula la portada. Un frío me estremece el cuerpo, tiemblo, busco un asiento y respiro hondo. Vuelvo a leer con más detenimiento confirmando la noticia. Debe ser una joda de los muchachos, pienso. "... como consecuencia de un paro cardíaco. Sus restos será velados en un café histórico de la ciudad de Buenos Aires: el Tres Amigos. Los compañeros del café preparan una despedida en homenaje a su memoria..."
Llueve. ¡La puta que lo parió!, digo. Empiezo a caminar por la habitación y decido prender el celular para comprobar la noticia, lo llamo al Gordo, ¿Quién? ¿Cómo?. El turro hace como si no escucha.
Llamo a Sandoval. Está fuera del área de cobertura. Intento con el Mirón, y un mensaje grabado que recuerda que hoy por la noche es la primera reunión en el boliche de la Liga de Librepensadores Latinoamericanos, institución que preside. 
Llueve, camino como un loco sin detenerme, entonces lo llamo a Jorge, mi amigo y médico de toda la vida. "Te dije Negro cuidáte de los triglicéridos, dejá de comer esas medialunas de grasa, te van a matar". ¡Hola!, ¡Hola! ¡Jorge sos vos! pero se corta la comunicación... Disculpe las molestias ocasionadas. ¡La conc... de la lora!
Trato de averiguar la veracidad de la noticia en distintos medios pero  no contestan el llamado.
Suena el teléfono de línea. ¡Hola amor, recién llegué, te extraño!.
¿Todo bien?. Si cariño, todo bien, acabo de terminar mi último cuento.


jueves, 24 de mayo de 2012

ALICIA CHILLIFONI


DARME VUELTA

Quisiera aprender a mirar como vos, sin máscara, transparente, dejando ver paz en el fondo, aunque tu mirada es sin fondo. No  se termina nunca. Sigue mirando cuando ya me fui.
Quisiera tener ojos de color verdad, como los tuyos, con esa entrega total del que mira sin pensar que está mirando, sin calcular cómo mira.
Yo especulo, tapo mi intención con corazas. Quiero ser franca, pero sé que no. Hay como miedos frente a la entrega total, hay frenos...
Quiero conseguir una mirada desbocada, olvidada, que se deje llevar por el alma. Eso, quisiera como vos, mirar con el alma. Los ojos están de adorno. Me alcanzan para verlo todo, pero no loquiero para eso. Los quiero para dar, hasta darme vuelta como un guante, y ya no me quede nada.

GUSTAVO ANDRÉS MURILLO


ALAS EN LA CABEZA

Durante toda mi infancia tuve una especial afición por los pájaros. Podía pasarme tardes enteras observándolos detenidamente, miraba con deleite sus plumas, sus alas, sus costumbres nerviosas pero al mismo tiempo delicadas. También aprendí a reconocer su especie y hasta su sexo según sus trinos. Disfrutaba de ellos y me identificaba con su género.
Mucho se ha escrito ya sobre ellas. Ah, las aves, la libertad, la belleza, el espíritu, las ideas incluso… Con los años me di cuenta de que todas esas inspiraciones, esos pensamientos laterales son idealizaciones ciertas, pero solo como bosquejo. Los pájaros hoy me parecen frágiles entelequias de lo bello y lo profundo que hay en los horizontes de los buenos propósitos de los hombres.
En fin, me estaba alejando peligrosamente del tema. Me estaba volando. Cuando yo era niño me convertí en un pequeño sabelotodo sobre el universo de las aves. Mis padres, queriendo probar y disfrutar de mi aprendizaje me preguntaban de vez en cuando sobre el canto de tal o cual pájaro y si esto significaba la llegada de alguna lluvia, o viento, o simplemente sol. Yo no comprendía estas señales por más que me las enseñasen. Chocaba a mi sensibilidad que hubiese algo de instrumento en la belleza ofrecida por esas pequeñas vidas, como si al ser simples señales de lo que diaria y repetidamente ocurría fuesen a perder la etérea belleza, lírica, delicada, que mi imaginación les dotaba.
Mis idealizaciones infantiles chocaban tan fuertemente con la realidad del mundo que no tardé mucho tiempo en salir por las tardes a observar mis pájaros con una gomera y piedras en los bolsillos. Mis primeros crímenes tuvieron algo de ritual pero el tiempo pasó sobre esos paseos, y al volverse finalmente un hobby quedó solo algo de resentimiento y necesidad de dominio en mis ataques. Hoy lo puedo expresar pero estoy seguro que ya lo pensaba en esos lejanos años. Esos pequeños seres podían ser simples manojos de plumas que casi estallaban gracias a mi buena puntería, podían ser solo instrumentos meteorológicos (y bastante poco fiables en verdad) pero, aun así seguían siendo libres y hermosos. No porque yo los conociese ni los apreciara sino porque esas sencillas e inútiles criaturas volaban, brillaban y cantaban.
Inútiles, hermosos, libres. Ya no me caían simpáticos para nada, pero no le confesaría a nadie esa desilusión.
En mi hogar mis padres me festejaban la buena puntería, mis abuelos más aún. Un día mí abuela, ya senil, comenzó a rememorar frente a mí, un poco hablaba para mí, creo. Me contó una extraña historia. Aunque revuelta y confusa, aún recuerdo lo que pude entender.
En el pasado Bermejo recibía la cotidiana visita de los indios. Melancólicos todos, alcohólicos la mayor parte y vendiendo o trocando sus mercancías los menos. No constituían en absoluto un grupo homogéneo. Algunos con sus orejas, cejas, narices y labios traspasados con pequeños huesos, semillas o aun botones. Otros con todo su cuerpo dibujado con estilizadas cicatrices luego pintadas de oscuros colores. Muchos llegaban solo a mendigar comida. A ellos les parecía natural que la gente de trabajo los alimentase. A ellas debería decir porque casi siempre eran las mujeres cargadas de hijos las que recorrían las calles castigadas por el hambre y el sol, suplicando el pan ya viejo y duro de los criollos.
Extrañas gentes. Hoy que vuelvo hacia mi ayer muy de vez en cuando, las definiría como un desfile bizarro. Mi abuela me habló en especial de unas que a mí me hubiesen interesado especialmente. Indias polvorientas que llevaban pequeños colibríes iridiscentes que les revoloteaban, amaestrados. Estas criaturas iban y volvían desde las cabezas de sus dueñas. Me costaba creerlo, imaginaba a esas mujeres entrenando desde generaciones a esos pequeños pájaros para que habitasen allí entre sus cabellos revueltos. Es esa una imagen que traspasa cualquier pensamiento racional. Había allí verdadero arte, más allá de las razas y culturas, la belleza de esas mujeres coronadas de vuelo, coronadas de cielo.
Los chicos de Bermejo se escondían donde podían y desde allí trataban de matar a pedradas a los pájaros que orbitaban hipnotizados a las indias, más de una habrá caído desmayada, herida más o menos accidentalmente en esos ataques, pero ellas continuaron viniendo al pueblo. Creo que eran perfectamente conscientes del escándalo que armaban con su belleza extravagante, creo que disfrutaban viendo a las amas de casa que las miraban escondidas tras las puertas de sus casas, no porque no quisiesen compartir su pan con ellas sino solo porque no había ningún pañuelo o sombrero que pudiese competir con ese atavío vivo y libre.
Así se instaló una pequeña guerra no declarada ni reconocida pero aun así determinada y feroz. Una guerra de miradas duras, furiosas o despectivas y de lenguas filosísimas de las mujeres del pueblo hacia estas indias que respondían haciéndose las desentendidas y llevando sobre sus cabezas a sus amigos los pájaros.
Pero, pasado un tiempo, Bermejo respondió con inteligencia. Había algo que podía hacerse y no creo que la gente del pueblo actuase espontáneamente. No, yo creo que alguien un poco más espabilado, no sé si el cura, algún gerente o alguien con cierta autoridad definió una estrategia sencilla y eficaz. Nadie debía hablar de las aves, ni mirarlas ni atacarlas. Debían volverlas invisibles y desaparecerían con el tiempo.
Las indias continuaron llegando al pueblo y las amas de casa las recibieron altivas en las aceras, dándoles algunos mendrugos, mirándolas con lejanía pero siempre a los ojos, nunca más a sus pajaritos danzantes. Los hombres no hicieron menos: continuaron sus obligaciones o sus charlas en la plaza del pueblo pero ni se dignaron en mirar a esas mujeres que caminaban solitarias y descalzas, los niños continuaron sus juegos como debía ser.
Nadie recuerda hoy ya nada sobre esas mujeres. Yo pregunté y nadie supo decirme nada. Creo que la gente las olvidó profundamente. Aunque mi abuela no vio nunca a los hombres de aquella tribu (ellos no bajaban hacia el pueblo) yo prefiero creer que la belleza de los pájaros ha de haber sido un privilegio femenino.
Mi abuelo una vez soltó su lengua en medio de una de sus habituales borracheras y me dijo que eran todos inventos. Según él nunca hubo aquí mujeres elegantes y amigas de los pájaros sino solo unas cuantas indias con sus sucios cabellos nimbados de mariposas nocturnas, esos feos insectos gordos y pesados, de pardos colores, y que además te enferman de conjuntivitis si los miras fijamente.
Que me perdone mi abuelo pero pienso que en su vejez estaba demasiado derrotado por el alcohol y los sinsabores y no sé si habrá olvidado verdaderamente o si solo habrá callado por obediencia…
Hoy que los pobres (sus niños sobre todo), solo tienen piojos en sus cabezas, creo que añoro ese pasado y me hubiera gustado ver (aunque sea de lejos) a esas mujeres. Esas flores que visitaban el pueblo trayendo consigo la alegría de los pájaros y sobre todo la alegría de celebrar la vida más allá de la civilización o de la raza o del progreso que al final resulto solo un espejismo (al menos para nosotros).
Nunca pude saber que fue de ellas. Quizás su tribu desapareció por el paludismo o alguna otra enfermedad, quizás decidieron marcharse a donde no las ignorasen deliberadamente. O tal vez algún cura o pastor las convenció de que ganarían parcelas en el cielo o las escrituras de su tierra si rompían ellas su amistad con los colibríes. No lo sé pero, cualquiera haya sido su elección o destino creo que Bermejo perdió algo… Que inmediatamente olvidó.

martes, 22 de mayo de 2012

ESTER VALLBONA - ESPAÑA


PEQUEÑOS PLACERES CON LOS CINCO SENTIDOS 

-Cierra los ojos y abre la boca -me susurra.
Desconfío. Sé que le gusta jugar y dudo un momento, sopesando la posibilidad de tener que lamentarlo. Sonrío, aprieto los labios y niego con la cabeza, como un niño travieso.
-Venga… -me insiste-. Si no pasa nada…
Cuando me mira con esos ojos de hechicera estoy en su poder, así que consiento. Cierro los ojos y me concentro en recordar la última imagen que me llevo de ella, esa sonrisa entre pícara y sensual que me transporta del cielo al infierno en apenas unos segundos. Sé que se acerca a mí. Es curioso cómo se acentúa el sentido del oído en cuanto dejamos de utilizar el de la vista. Noto su respiración muy cerca. Casi un jadeo. Intuyo que aproxima su boca y entreabro los labios, esperando los suyos… Entonces algo inesperado roza mi boca, algo de relieve granulado, pero de tacto suave. Me tenso por la sorpresa. Sé que no son sus labios. Conozco bien su textura y su sabor. Éste es dulce y a la vez algo ácido, silvestre, un sabor que se acentúa cuando ella introduce ese pequeño elemento perturbador en mi boca, ahora sí, ayudándose suavemente con su lengua. Ahora sé a qué juega. Me relajo. Me gusta. Me abandono a una explosión de sensaciones. Olores, sabores, tacto… todos mis sentidos funcionando a la vez, en plena ebullición. No quiero ceder a la tentación de masticar lo que empiezo a intuir que es, no quiero que el juego acabe todavía. Dulzones y calientes aromas se desprenden de esta pequeña fruta, que se diluye poco a poco, igual que el beso… Abro lentamente los ojos para mirarla. Me sonríe, está bellísima, y no puedo evitar buscar de nuevo sus labios, teñidos de un suave lila azulado, y borrar de ellos, con un beso, el sutil rastro de la mora.




MARTA BECKER


EL DUEÑO

Era el compadrito de la cuadra. La Negra lo respetaba y al mismo tiempo le temía. Porque el hombre, alto, de cabello encrespado y mirada profunda, iba armado, y el miedo no es zonzo, dicen. De caminar lento, con movimientos parsimoniosos y la cabeza en alto, hacía alarde del sentimiento que infundía. Hasta cuando dormía guardaba el cuchillo bien afilado debajo de la almohada, no sea cosa que lo encuentren desprevenido, explicaba a quien quisiera saber.
La mujer era de su propiedad. Así estaban planteadas las cosas, sin discusión y sin cambios.
Sábado a la noche. El galpón bailable está lleno, los parroquianos arrimados a la barra y la Negra, empilchada de rojo, pasea su figura por el salón. El hombre la contempla desde un ángulo del mostrador, el cigarrillo colgando de la comisura izquierda de la boca, la diestra apoyada en el mango del cuchillo.
La orquesta, recientemente formada, dos guitarras y un acordeón, toca una milonga. Los acordes se pierden entre las parejas, que ensayan pasos del nuevo baile.
El silencio se hace pesado cuando Tobías, el encargado de la estancia Las Tabas, se aproxima a la Negra y, con un brusco ademán, ciñe su cintura y la lleva con prepotencia  hacia el centro mismo de la pista.
Los demás dejan de bailar. Presienten. Sólo se miran y esperan.
El hombre dueño de la Negra se acerca a la pareja. Con un solo movimiento rápido los separa, desenvaina, empuja a la mujer, que cae, y clava el cuchillo en el cuello del Tobías. Acto seguido, saca el arma y la limpia en el pantalón, mientras el cuerpo del  encargado cae al suelo, bañado en la sangre que sale a borbotones de la herida abierta, los ojos en blanco y una mueca de sorpresa en el rostro.
La Negra no tiene tiempo de gritar. El hombre dueño la toma de los pelos y la arrastra hasta la salida donde, de otro empujón, la deja tirada. Tranquilo, se aleja por el camino de tierra, mientras tararea Mala Junta.


viernes, 18 de mayo de 2012

RICARDO ALLIEVI


AMANECE
Las sombras se disipan en la espesura. Se clarean celestes en la oscuridad. Se van alejando y desaparecen las luces lejanas de la noche que continúa breve en el otro extremo del cielo apenas estrellado. El viento pasa lento, levanta nubes  y sopla suave llevándose todo hacia el oeste. Viene seguido por una aurora despaciosa y clara que aparece desde el este.
Empiezan los susurros en las frondas. Ya están amanecidos y contentos los pájaros de los árboles que saltan por las ramas. Picotean semillas y granos para calmar sus hambres matutinas. Se entibian con el sol que sube y se acrecienta su calor. Se buscan y acompañan en sus charlas y piares contagiosos y  cercanos.
El agua de los charquitos está quieta y fresca. Parecen espejadas. Las aves se bañan y se llaman con sus gorjeos y cantos contestados.
Se suben a las ramas más bajas y cercanas. Se espulgan y se secan al sol que los deja esponjosos y limpios. Se peinan con sus picos y salen a pasear coquetos por el campo donde viven a disfrutar el día que transcurre alegre como ellos.



LILIAN ELPHICK


DÍA DE LA MADRE
Querido diario: Hoy destapé el WC con soda cáustica; lavé la ropa a mano (máquina descompuesta) y la planché. Preparé niños envueltos para diez familiares que me visitaron; los atendí, oí sus logros, penas, frustraciones; me maldije por no tener diez floreros para los diez ramos de flores. Lavé los platos, serví el postre y el café. Algunos durmieron siesta: los cubrí con una frazada. Más tarde, se fueron dejando una estela de migas, servilletas, restos de niños debajo de las alfombras. Las flores estaban hediondas; el tacho de basura estaba repleto. Tuve que trapear el piso con cloro, mientras el perro se cagaba en la entrada de la casa. Estoy cansada. No sobró comida. Ay, ya se me estaba olvidando, ¡qué cabeza!: debo deshacerme del veneno. Y a ti, querido, tendré que quemarte.


MARÍA ANGÉLICA FIDALGO


MENSAJE  

Verano. Una botella con un mensaje en su interior navegando en medio del océano. Siguiendo una dirección equivocada. Salta sobre las olas, esquiva la embarcación. Escapa de las redes pescadoras para ir a posarse sobre una playa semidesierta.
Descansa. El sol calcina su coraza de vidrio. Las letras escritas en el papel duermen un largo sueño a la espera de que alguien aunque sea por curiosidad la destape.
Que las palabras se deslicen por el aire emitiendo sonidos musicales al chocar con el viento, susurrando…
Un niño corriendo descalzo por la playa. Un perro su compañía.
La botella vuela por el aire y se posa en las fauces del animal.
Cede su tapón cayendo el rollo en la ardiente arena.
Una mano que lo toma, lo desenrosca. Unos ojos azorados que leen el mensaje y un grito de desesperación que surge del papel:
"SOY UN SOBREVIVIENTE DEL TITANIC".

ADA INÉS LERNER



POR AQUELLO DE QUE…

Cuando el pibe de los vecinos llegó con la noticia, en la casa lo escucharon como los adultos escuchan a los chicos, "como quien oye llover". Y así me lo contó Remigia, la mamá del pibe. La novedad pareció irse enraizando en el inconsciente familiar, "cuando el río suena…". Remi me lo dijo con un cierto dejo de credulidad. Y una lucecita de esperanza en sus ojos negros. Hasta ahí me negué a avalar una idea que me parecía con poco asidero. Instalado en la familia, era tema de conversación en la mesa, y comenzamos a otorgarle crédito. El rumor no nos afectaba directa ni indirectamente. Pero uno no vive en una isla y "cuando veas cortar las barbas de tu vecino…". Mi marido, que es el que tiene las barbas, lo desestimó de plano: "No creas en todo lo que escuchas ni…". 
Aún así mi piba lo llevó a la escuela. La portera, caja de resonancia de cualquier establecimiento educativo, se lo contó a la preceptora, ésta a la maestra, y llegó a la vice. La directora consultó con la inspectora, a la sazón mi vecina Remigia, quien convencida de la veracidad de la noticia se aprestó a informar a sus superiores.

STELLA MARIS MIGLIORINO



INMORTALIDAD

Esta noche los perros están furiosos. En el aire fresco de marzo, las fauces hambrientas, cansadas de callar entre las sombras, aúllan sinfonías jamás pensadas en esta tierra.
Los perros de las calles, de los caminos milenarios, se encuentran cara a cara con los demonios que beben la sangre de los mortales que rondan las calles dormidas desafiando a la Suerte. Sus dientes brillan, su olfato percibe el aroma de la muerte, sus ojos reflejan las sonrisas pérfidas…
Se preparan para el ataque.
La esquina está oscura. La arena quema a pesar del frío. La lucha es inminente y desde lejos llegan aullidos (coros de rituales desde otros mundos).
Un demonio da el primer golpe, la batalla comienza y se convierte en una cruzada sangrienta. Sólo un bando saldrá vencedor y se coronará inmortal.
Los ladridos, los llantos, las quejas se oyen en todo el Universo.
Las parcas forman un círculo alrededor del campo de batalla (una esquina cualquiera de una ciudad dormida cualquiera) y se regodean en el olor a sangre y derrota…
Odio ser sólo un espectador a salvo detrás de una ventana -cerrada-, pero cada noche, cuando la Luna está en lo alto, no puedo evitar ser testigo de esta lucha que los perros callejeros siempre ganan… ahuyentando a los demonios y a las parcas para continuar siendo inmortales.

martes, 15 de mayo de 2012

MARCOS RODRIGO RAMOS


DIBUJAR EL ALMA

En marzo de 1966 nació Mariano Paredes, hijo de Silvia Paredes y padre desconocido.
Cuando comenzó la secundaria descubrió que poseía un don especial: luego de mirar a una persona  podía retratarle no sólo los ojos, sino la mirada en forma tan exacta que, cualquiera que fuera dibujado por él se reconocía aunque le cambiara el cuerpo. Así, por ejemplo, en tercer año la vicedirectora decidió suspenderlo luego de reconocer en un obeso paquidermo sus ojos.
Maravillados por su talento varios profesores de plástica le recomendaron seguir la carrera de Bellas Artes. Decían: "El alumno Paredes tiene el don de poder dibujar el alma de las personas".
Pero él tenía un secreto que a nadie jamás había confiado: pasada la medianoche solía garabatear en una hoja la mirada de una persona a la que no reconocía pero que sentía familiar.
Cuando cumplió  veinte años su madre murió de cáncer. Jamás se había atrevido a mostrarle  esos dibujos pues intuía que detrás de esos ojos  se escondía una verdad que a los dos involucraba.
Luego de seis años de estudio se recibió de abogado. Cuando regresaba del trabajo en el tren solía matar el tiempo ejercitando su viejo oficio. Dibujaba las miradas de los vendedores ambulantes, los pasajeros y alguna que otra chica bonita. No hacía  ojos, retrataba sus alegrías y tristezas, sus almas.
Fue en uno de esos viajes que vio al hombre que tenía unos ojos parecidos a los que él soñaba. Quiso dibujarlo pero descendió rápido del tren. Decidió seguirlo a distancia prudencial.
Vio que ingresaba a un chalet lujoso de dos pisos. Al lado del portón de entrada había dos plaquetas doradas. Una decía: "Doctor Raúl Fernández. Abogado"; la otra: Atelier de Oscar Fernández. Con determinación toco el timbre y ante la pregunta del contestador respondió:
-Soy Mariano Paredes, hijo de Silvia Paredes.
El portón se abrió automáticamente. Ingresó hasta la puerta en la que fue recibido por una señora que le pidió que pasara.
En la habitación la luz era muy tenue. Pudo ver gran cantidad de cuadros, en general naturalezas muertas y paisajes. Sobre la chimenea había uno que parecía estar hecho en un estilo diferente, más sombrío, en él aparecía un tigre al que, por la penumbra, no podía verle los ojos.  De repente ingresó al cuarto la persona a la que había seguido. Tenía puesto un delantal blanco lleno de manchas de óleo. Le sonrió y estrechó la mano con fuerza.
-Mariano Paredes.
-Encantado de conocerte. Soy Oscar Fernández. Antes que nada necesito saber una cosa ¿Tu madre te mando a buscarme a mí o a mi hermano Raúl?
-Mi madre no me mandó a buscar a nadie. Vine solo. Ella murió hace más de diez años.
-Te pido disculpas. No sabía. ¿Por qué viniste?
Cuando estaba a punto de contestarle entró al cuarto un hombre idéntico a él vestido de traje negro. Sin observar ni saludar a Mariano preguntó a su gemelo:
-¿Qué quiere este?
-Es el hijo de Silvia Paredes.
-¿Ella lo mandó?
-No. Silvia está muerta.
Sólo al escuchar esas palabras abandonó su rigidez y sin mirarlo le preguntó al muchacho:
-¿Cuál es su nombre?
-Mariano Paredes.
-¿Busca dinero?
-No entiendo.
-Le pregunto si busca dinero.
-Sigo sin entender.
-Pará Raúl. Él no sabe nada.
-¿Y qué hace aquí?
-Justo me iba a contar cuando vos llegaste. Perdoná la descortesía de mi hermano Raúl, no siempre fue así. Contanos porqué viniste.
-Desde muy chico solía tener sueños en los que aparecía una persona que no conocía con el rostro de ustedes. En la adolescencia comencé a dibujar sus ojos con una exactitud milimétrica. Sé que si dibujara sus miradas podría diferenciarlos y saber cuál de ustedes dos es el hombre de mis sueños.
-¿Por qué quiere averiguar eso?
-Porque pienso que uno de ustedes es mi padre.
-Creo que lo mínimo que merecés es saber la verdad sobre tu origen pero no sabemos hasta qué punto somos capaces de darte una respuesta.
-Cuéntenme qué relación tenían ustedes con mi madre.
-Cuando conocimos a tu madre, Raúl y yo éramos dos mujeriegos incorregibles. Solíamos aprovechar nuestro parecido físico para hacer intercambios de pareja. Así fue que un día tu mamá se acostó conmigo y en otro momento con mi hermano, víctima de un engaño.
Luego me contó que estaba embarazada, intenté persuadirla de que abortara pero ella no aceptó. Me preguntó porque quería que no nacieras y le conté la verdad: tenía miedo de darle mi apellido a un niño del cual nunca iba a poder saber si era mi hijo o mi sobrino.
-La dejamos sola. Ella nunca nos pidió nada.
Mariano dijo llorando:
-No busco un apellido. Sólo quiero saber quién es mi padre, nada más.
-¿Qué quiere hacer?
-Les pido que me dejen dibujar sus rostros. Aunque sus caras son casi iguales Dios me dio el don de poder dibujar el alma. Déjenme retratarlos y podré reconocer enseguida cuál es el hombre de mis sueños.
-No es necesario que siga Mariano. Después que perdimos contacto con Silvia por un impulso ciego comencé a dedicarme de manera obsesiva  a la pintura, siempre dibujaba animales que tenían algo especial pero no sabía qué.  Me obsesionaba tanto el tema que dejé la pintura, destruí todos los cuadros menos uno y me dediqué a la abogacía.
-No entiendo qué tiene que ver.
-Mariano. Mirá el tigre que pintó Raúl.
-¿Qué tiene?
- Los ojos. Mirá los ojos.
En ese instante Mariano supo la verdad al reconocer en el tigre su propia mirada.

BETTY BADAUI

INDIANA
Indiana permanece …
Temblaba su adolescencia en el latido de su pecho, mientras su mirada agreste reconocía los frutos que apretaría sobre su rostro en un intento de mejorar su piel.

Nada hubiera embellecido más a Indiana que las naturales secuencias de su vida.
Cuando nos hundíamos en la densidad de la noche una suelta de pasiones humedecía la tierra.
Indiana tierra. Y luz en las sombras.
Yo quería demostrarle superioridad y le hablaba de cosas desconocidas por mí: del hossu, por ejemplo; ella decía -¿qué …? -Yo le respondía, agrandado: -un instrumento para espantar mosquitos, que usaban los monjes zen- Ella, con naturalidad, golpeteaba su brazo dejando la huella de un mosquito muerto.
En mi fantasía, ese insecto había muerto por amor, borracho de sangre ardiente que suplicaba pasión.
La selva no me asusta, me dijo una vez.
¿Y los hombres?, pregunté modulando mi voz de flauta.
Ustedes no, fue su respuesta suelta de cuerpo. Luego de unos instantes, aclaró: -pero ellas sí.
-¿Quiénes?
-Las de uñas rojas y sandalias trenzadas.
Y su mirada atravesaba misterios.
-Hablame de ellos -dijo un día.
-¿Quiénes?
-No sé, los monjes.
Ahí apareció mi gran imaginación que mezclaba el recuerdo de algún hayku, escuchado alguna vez, con el aroma del té rojo, que nunca bebí.
Entonces Indiana me sorprendió diciendo: "En otra vida fui geisha, mis perfumados kimonos dejaban asomar mis pies danzantes; Yashiro se enamoró de mí pero mi cultura impedía que yo mostrara toda mi pasión.
Éramos felices hasta que llegaron ellas, 'las otras'.
Sus uñas rojas y sus sandalias trenzadas dejaban marcas en Yashiro. Esas escenas me provocaban temor y decidí hablar con la mujer de la luna nueva; ella me habló de 'las otras' y sentenció que destruirían a mi amado. Yo debía irme en silencio, me dijo. Y me fui. Anduve siglos pero aún les temo".
Ahora sé que nunca comprendí a Indiana, yo sentía que su fresca ignorancia me apasionaba y no sé, verdaderamente, cuándo comencé esa relación con Juana y Daniela.
Juana tiene las manos tan bellas que te olvidás de mirarle la cola, sus uñas almendradas y rojas son un incendio de ceibos en flor.
Daniela baila reggaetón con sandalias; aunque después de la fogosidad trenzada de sus sandalias, continúa el baile descalza.
Fue una locura de flaco loco, la mía.
Me casé con Indiana, aunque …
Indiana permanece, como un monolito que se quedó sin Dios.
             

CUENTOS POPULARES

PUBLICADOS EN LA REVISTA "CON VOZ PROPIA"  DIRIGIDA POR ANALIA PESCANER

Sabiduría Tradición oral japonesa

-¿Qué se debe hacer cuando el ruiseñor se niegue a cantar?
-Retorcerle el cuello -contestó el primero.
-Obligarle cantar -dijo el segundo.
-Esperar a que cante -declaró el tercero, que era un sabio.

Un padre, su hijo y "las mieles" Tradición oral rusa

Un joven regresó de visita a la casa de sus padres después de "la luna de miel".
El padre, deseoso de saber cómo habían ocurrido "las mieles", le preguntó:
-¿Qué me cuentas, muchacho, que tal de "mieles", cómo ha sido?
Y el hijo, mirándolo serenamente, palabra a palabra, le respondió:
-Yo no dije nada. Ella no dijo nada. Así, silencio tras silencio, nos pusimos de acuerdo en todo.

El ciervo escondido Tradición oral china

Una vez un leñador de Cheng al ir hacia su trabajo se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que el ciervo fuera descubierto por otros, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Ya de regreso olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Y lo contó en la taberna, como si fuera un sueño, a la gente de su pueblo.
Entre los oyentes hubo un cazador que fue a buscar el ciervo escondido y lo halló.
El cazador llevó a su casa el ciervo, y dijo a su mujer:
-Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he hallado. Ese hombre sí que es un soñador.
-Tú habrás soñado que encontraste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero -afirmó la mujer.
-Aun suponiendo que hallé el ciervo por un sueño -respondió el cazador-, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?
Aquella noche el leñador al llegar a su casa pensaba todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el sitio donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había hallado.
Al amanecer fue a casa del cazador y encontró el ciervo.
Leñador y cazador discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto.
El juez le dijo al leñador:
-Leñador, realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El cazador halló el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que su marido soñó que había hallado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató el ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.
El caso llegó a oídos del rey de Cheng. Y el rey de Cheng expresó:
-¿Y ese juez no estaría soñando que repartía un ciervo?

Luna vieja Tradición oral turca

A aquel hombre, conocido por sus sutilezas, le preguntaron:
-De las dos lunas, la que vemos y la anterior, ¿qué le ocurre a la vieja?

Y sin dudarlo respondió:
-La desmenuzaron para hacer estrellas.

La sopa Tradición oral turca

Un hombre estaba al borde de un estanque lleno de patos; cuando hizo el intento de coger uno, los patos emprendieron el vuelo. El hombre se sentó, sacó un trozo de pan, comenzó a mojarlo en el agua y se lo comió. Otro hombre, que por allí cruzaba, le preguntó extrañado:
-¿Qué haces?
-Como una riquísima sopa de patos.


La misma fuerza que en la juventud Tradición oral rusa
 Había una vez un hombre que era tan jactancioso como el más jactancioso de todos los jactanciosos y que así había llegado a la vejez.
Un día este hombre le dijo a su amigo de la infancia:
-Lo cierto es que conservo hasta hoy toda la fuerza que tenía en mi juventud.
-¡No me digas! -exclamó su amigo, y como lo conocía muy bien le preguntó:
-¿Y cómo puedes demostrar que es cierto?
-¿Ves la vieja piedra molar que está junto al molino?
-¿No vas a decirme que puedes moverla? -preguntó escéptico el amigo.
-Más que eso, más que eso, es la prueba indiscutible de que conservo toda mi fuerza -respondió el hombre jactancioso-. En mi juventud no pude moverla de su sitio y ahora… tampoco.

DELFINA ACOSTA - PARAGUAY


LEYENDO EL FUTURO


Desde muy niña, leía las manos.Mi madre no se interesó por esa fantasía mía, pues era común en ella, tener la cabeza en otra parte, aún en los momentos de las tempestades familiares.
A mí la lectura de las manos me salía fácilmente, porque  no hacía sino clavar mis ojos en  los ojos de las personas y dar en el clavo.
Así pues, observando la mirada, los gestos, el tono de la voz al preguntar, por ejemplo, "¿cómo me irá en el amor?", ya tenía la palabra floreada en la boca. A las señoritas que ponían toda su atención en mí,  como si  fuera, en ese instante, aquel ser humano que habría de sacar en claro  su destino, les decía  todo y nada a la vez, dentro de un lenguaje zalamero, y ellas asentían, varias veces,  con la cabeza, como si entendieran todo, para acabar preguntándome: "...Pero, ¿él me quiere o no?".
Dándome la importancia del caso, fruncía el ceño y aconsejaba: "Pues ahí está el caso. Él te querrá y bendecirá tu nombre, cuando consigas enamorarlo. Tienes que hacerte amar..."
- Es cierto - escuchaba decir.
Traía todo el futuro del mundo  con estas simplicidades de las que ellas no se percataban: "Pero no te desesperes. Ése chusco te va a adorar; está clarito que sí. Te querrá con locura, sin moderación, y  es muy probable que te proponga matrimonio. Pero... Pero tienes que ser más  coqueta; te vendría bien una gargantilla, unos aros colgantes, una blusa transparente, con más escote,  y mucho color en las mejillas...".
- Cierto. Muy cierto es eso. ¿Y qué más? - quería saber alguna fulana.
- No quiero mentirte, sin embargo veo pintadito en las líneas de tu mano que hay..., no sé..., en fin,  veo  una mujer trigueña, quiero decir morocha, que está muy interesada en él - decía.
- Ah.... esa es fulana de tal. Ya me parecía que ella andaba a la pesca - me contestaba  sorprendida de mis dones, la fulana.
Y ahí terminaba la cosa. Y la mujer se iba hablando flores de agosto de mí, mientras juraba por Dios y por todos los santos  que yo era infalible.
Tenía yo ocho años.  En la noche de San Juan, mi madre me vistió como a una gitana, y me metió en una carpa roja. Una larga cola de gente se formó, esperando su turno, para consultar con la vidente Lunita roja.
Caía gente inocentona.
Una mujer de edad madura y de ojos muy tristes como ramas de higuera se acercó, con una expresión extraña, hasta mí.
Y le leí las líneas. Y le dije que se pintara los ojos todos los días, y que se frotara el cuello con ramos de jazmines, y que  cambiara la tela gris por la verde, y que ya su boca no hablara tristezas sino que cantara "Cielito lindo".
Le recomendé que lo aguardara, que tuviera nomás un poco de paciencia, y otro poco de ilusión, porque  alguna vez él llegaría a su casa, con su traje blanco y su sombrero panameño, y pediría su mano, y le traería un regalo de esos que antes de abrirlos uno sabe que son preciosos, y le daría un beso en la boca.
 Se fue contenta. Todavía la recuerdo. Era feúcha, delgada y mal vestida  como una rama de limonero en otoño. Vivía hace tiempo enamorada de  un hombre, que según su  confesión, ya tenía dueña.
Pienso, mientras escribo este relato de mi niñez, que ella  está aguardando a ese señor que embrujó su corazón, reclinada sobre un sillón. Ahora deletreo mejor las líneas imaginarias de su mano derecha. Una sombra se hace a imagen  y semejanza de aquel hombre de traje blanco y sombrero panameño, y  esa sombra avanza - lentamente -  hacia ella, mientras la sombra de un caballo se inquieta, a metros de la puerta, en la vereda.
Ya no hay tristeza en los ojos de esa dama, sino, cómo decirlo, un brillo bonito de aguas saladas.