jueves, 20 de marzo de 2014

CARLOS MARGIOTTA



Palabras  guardadas   Carlos Margiotta

Los escritores son libres frente al papel, en ese lugar pueden transformar la realidad en ficción y la ficción en la realidad de sus deseos. 
Escribir es poner el mundo entre paréntesis, y uno queda afuera del mundo, sin hambre, sin sed, sin necesidades. Sólo existe una compulsión de palabras que brotan
para ser elegidas. 
No escribo para comunicarme, ni para contribuir a la cultura nacional,
tampoco quiero trascender ni ser reconocido. No busco el éxito, ni dar
testimonio de una época, menos pretendo asumir un compromiso social mediante la literatura, ni hacerme rico. No me importa si lo que escribo es bueno ni malo,
sólo escribo porque me gusta. 
El escritor se mueve en una incertidumbre que le agota los nervios hasta que se
encuentra con las palabras adecuadas que lo albergaran, sólo esas palabras
y ninguna otras. 
Si no podemos escribir sobre el amor sin haber amado, ni sobre el odio sin haber odiado, ni sobre la muerte sin haber muerto,
entonces podemos imaginarlo. 
Todo ha sido escrito pero no abandono la tarea de escribir, porque nada ha sido dicho,
y me pongo a escribirlo. 
Siempre escribimos sobre el mismo tema y contamos lo mismo de
diferentes maneras en una eterna reiteración.
Cuando sentimos que las palabras nos cansan o nos aburren,
lo mejor es dejarlas, ya volverán a nacer. 
Las palabras aparecen en un lugar sagrado que existe entre el cuerpo y el alma, por eso no escribimos sólo con el intelecto ni sólo con el corazón, escribimos con las entrañas. 
A veces sabemos por donde empezar un relato, o por donde terminarlo, otras veces
tenemos frases sueltas alrededor de las cuales construimos una historia.
Escritor, no hay palabras se hace palabra al andar. 
Hay palabras mudas que nunca fueron dichas, son aquellas que viven en el revés del
lenguaje siendo todavía cosas. 
Hay palabras que nos marcaron con un trazo la piel, son los trazos a los que siempre
volvemos buscando nuestras huellas. 
Las palabras dicen y callan, muestran y ocultan, curan y enferman, son contenido y
continente, son una y ambas. 
Hay palabras mujer, redondas, plenas, cálidas, tiernas, amorosas, lindas, sensibles,
consuelo, acariciadoras son palabras parecidas a madre.
Hay palabras guardadas, son palabras con miedo, ese miedo universal que tenemos cuando te dicen si.




REDES DE PAPEL


19 años

 Nací un día de marzo de 1995 en pleno liberalismo económico.
 Apenas tenía 4 hojitas mal borroneadas y lloraba tinta hechas palabras, entonces no me llamaban literaria. Mi padre dijo que me había engendrado para no volverse loco y mi madre porque estaba quería entretenerse.
 A los pocos días mi padrino Bartolo me aseguró en Albacaución y mi otro padrino Norberto celebró mi nacimiento en La Subasta, después mi tío Daniel, de Thesis, se encargó de pagar mis estudios.
 En mis primeros años iba vestida toda de papel y me hice conocer recorriendo las librerías de la ciudad de Buenos Aires. Me dibujaron el cuerpo grandes artistas, primero fue Mariano Betelú y más tarde Derlis Madonni. Ambos se fueron al cielo a pintar ángeles, a veces los veo caminar sobre un manojo de nubes.
 Ahora tengo 19 años y soy muy atractiva, les gusto a los hombres y a las mujeres por igual. Con la época aprendí a mantener relaciones virtuales en todo el mundo, aunque sigo acostándome sobre el papel.
 Todos los meses voy a la Biblioteca Nacional y hago mi espectáculo. Los escritores noveles me piden que le publique sus textos y yo… tal vez.
 Mis padres me quieren cada día más y todavía sigo jugando con mis hermanos en el patio de atrás con las letras y las palabras hasta que la noche venga.

                                                                                                                    Redes de papel

ELIAS CASTELNOVO

DECÁLOGO DEL ESCRITOR Elías Castelnuovo

1. Si no se tiene nada importante que decir, mejor es no decir nada. Escribir por escribir es dejar la inteligencia en casa y tirar la estupidez por la ventana.
2. Se aprende a  escribir, escribiendo de continuo, sin tener en cuenta el tiempo ni la hora, ni tampoco los ruidos que puedan hacer los vecinos. A fuerza de caer la gota de agua perfora la piedra.
3. Las palabras por sí solas carecen de ciudadanía. Su valor radica únicamente en todo aquello que se les coloca adentro. La vaciedad del verbo en un escrito, lejos de denotar que el verbo esté vacío, denota por el contrario que lo que está vacío es el cerebro del que lo maneja a su albedrío.
4. Hay que  escribir como se habla. Quien habla de una manera y escribe de otra manera diferente, una de dos o miente cuando escribe o miente cuando habla indistintamente.
5. Para llegar a las masas es menester emplear el lenguaje común a las masas. Quien se niega a utilizar el vocabulario que usa todo el mundo en la vida diaria, se expone a no ser entendido a veces en primera y otras veces en ninguna Instancia, Pues, lo esencial no es cómo se dice, sino qué es lo que se dice.
6. Conviene eludir el floripondio literario y sus irremediables fatales consecuencias: la exuberancia de adjetivos, las frases de oropel, los parlamentos interminables, la retórica espu¬mante y todo cuanto denuncie e! artificio de la composición.
7. Nada sale perfecto del horno del intelecto. La perfección se obtiene, luego del parto, mediante un proceso minuciosa y largo de corrección y reestructuración del contexto escrito al correr de la pluma y de primer intento.
8. No es prudente ponerse a escribir un cuento o un drama si no se dispone anticipadamente del principio y del final de la obra, El que improvisa, por lo general, suele pagar caro la ligereza de su improvisación. Vale mas siempre pecar de precavido que pecar de atolondrado,
9. Para ocupar un sitio de vanguardia en el campo de las letras es necesario previamente ocupar un sitio de vanguardia en el campo de las ideas. Los que marchan detrás de las corrientes del pensamiento de la mayoría popular, no pueden pretender marchar por delante del pensamiento de las corrientes del arte que son en definitiva el resultado de las aspiraciones y necesidades de esa misma mayoría.

10. La  literatura  la crea  el  pueblo. El escritor no hace mas que darle forma de libro.
Elías Castelnuovo (6 de agosto de 1893, Montevideo - 11 de octubre de 1982, Buenos Aires) fue un poeta, ensayista y periodista que desarrolló la mayor parte de su actividad en Buenos Aires. Fue considerado el primer escritor obrero. De origen anarquista militó muchos años en el Partido Comunista de la Argentina donde polemizó con los más grandes intelectuales y artistas de la época dentro. Con el surgimiento del peronismo rompió con el PCA pasando a organizaciones de la la izquierda nacional. Fundador del Grupo Boedo integrado escritores de izquierda como ÁlvaroYunque, Leónidas Barletta, César Tiempo, Roberto Mariani,y otros. Trabajó muchos años como linotipista de la editoria Claridad dirigida por Antonia Zamora.
            








MARITZA ALVAREZ

Somos testigos Maritza Álvarez

 Dirás que son árboles viejos…que su corteza no permanece. Se caen y doblan de a poco. Se secan al sol en una espera sin sentido, en el ocaso implacable de sus vidas. Podrás pensar que son como hojas que en el otoño amarillan, marchitan y otras cosas que no quiero decir.
 Y ellos lo hacen, es cierto, frente a nuestras narices, aventuran la última posibilidad en las postas de los hospitales, donde se están apagando de a cuatro por semana y contando…
 En nuestros barrios, solos (qué pocos saludos tienen los viejos!)…
 En alguna pieza al fondo, muy al fondo de la casa de sus hijos, duermen sus tristezas, se relegan a la incomprensión, se confinan a la vida sin razón. Hemos internado en el patio trasero a la edad de la supuesta serenidad.
 Dirás que la cordura no es precisamente su fiel compañera…que sus historias cansadas y repetidas hasta fastidiar los corazones, ya no puedes ni quieres escuchar…
 Sector vejado por nuestra sociedad, casi parias sin derechos, que suplican los pesos de la jubilación, para pasar un día más.


JOAN MATEU

Los monstruos Joan Mateu 

Surgen de lo más profundo del armario. Son unos gritos guturales, horripilantes y continuados que a veces se trasladan debajo de la cama.
Incomprensiblemente se detienen cuando entran mis padres o cuando se enciende la luz.
Tengo mucho miedo. Cada noche retraso todo lo que puedo la hora de ir a la cama, pero mis padres son inflexibles y cuando se acercan las diez ya empiezo a temblar. Tampoco me dejan tener la puerta abierta ni la luz encendida porque dicen que un niño de siete años ya es demasiado mayor para creer en fantasmas, monstruos y estas cosas.
Lo peor de todo es que mi miedo va creciendo y, aterrorizado, me hago pis en la cama. Ayer volvió a ocurrir y mis padres entraron en la habitación muy enfadados. Mi madre me arrancó las sábanas mientras gritaba que un niño no debe inventarse cosas y mi padre me metió en la ducha con agua fría, amenazándome con que si eso se volvía a repetir me encerraría en el armario una semana.
Ahora estoy en la cama mucho más tranquilo. Ya no me hago pis y no es que no tenga miedo a los sonidos y gritos del armario, es que tengo mucho más miedo a los gritos y amenazas de mis padres. Ellos están contentos porque dicen haber conseguido curar mi "cuentitis".

MARIA SALUSSO



El residuo de lo que no está María Julieta Salusso

Luego queda el vacío. Restos de presencia de quien ya no está.
La imagen ausente se aferra con fuerzas; se cuelga de los bordes del espacio incierto que la ignora, que niega su figura en este mundo.
Yo busco (sin encontrar), las migajas de palabras que se esfuman y dispersan en este espacio, en esta dimensión confusa que me circunda.
Tu rincón quedó vacío. La ausencia cruel de tu cuerpo enfrió las sábanas que ayer te rozaban.
¿En qué lugar encuentro tus miradas? ¿A dónde tropiezo con la tibieza de tu ser que ya no está?
Te tragó el destino. Ya no ocupas el lugar que se te había ordenado. Tus partículas carnales se esfumaron, sólo quedó la ráfaga de tu existencia haciendo el eco absurdo que a diario conforma a mi razón.

GUAGALUPE INGELMO


ZOO CHICO Guadalupe Ingelmo, Salomé


-¡Mira, papá, un gnomo! ¡Y un hada! -grita señalando sin pudor con el dedo.
 El hombre de mediana edad finge no ver al emo que se inflige pequeños cortes en el antebrazo, justo por encima de su muñequera de pinchos, con una cuchilla de afeitar. Se muerde el piercing del labio insistentemente. Parece un ser melancólico; pero como el flequillo le cubre toda la cara, no puede asegurarlo. Un poco más allá, una lolita sweet que se tira compulsivamente de los pololos conversa bajo su sombrilla llena de lacitos rosa con una lolita gótica de riguroso negro.
 Se cruzan con un grupo de grafiteros atareados y skaters de estética punk. Raperos MC de pantalones caídos cantan en círculo alrededor de b-boys danzantes. Un otaku manga disfrazado de Kensuke Aida hace evidentes esfuerzos por captar la letra, pero el chunda chunda del coche tuneado de un pokero se lo impide. Un andrógino visual kei con corpiño y liguero le guiña uno de sus maquillados ojos.
 Aprieta el paso y también la mano del tierno infante, que parece fascinado por el espectáculo. Se promete disfrutar más de su hijo… antes de que contraiga la adolescencia y se convierta en un extraño.


ALLETS SIRAM

Presente continuo Allets Siram

Se sentó un rato al borde del arroyo. Un pie como al descuido cae en el agua. Un sol irreverente y el añoso árbol de memoria infinita,  la invitan a detenerse.
Es que  tenía la necesidad de buscar un refugio. Para si misma, para ocultar lo que había hecho, para ocultarse del mundo.
No era vergüenza, ni arrepentimiento, mucho menos temor lo que sentía. Sabía que iba a ser juzgada. Un crimen es un crimen. Pero Cira sabia que era justicia, o al menos era justo para ella. No podía aguantarlo mas, y  el no dejaría  de perseguirla. Se le aparecía aún cuando cerraba los ojos, se le metía en los sueños, en el aroma del café, en la ducha al levantarse. Tantas veces lo pensó,… si tan solo pudiera… si tuviera el coraje! Buscó entre la gente, en los  paisajes urbanos, en las calles colmadas de pies y cabezas que parecen moverse  al compás de una única melodía. Buscó en el pitar de los trenes que mecen y adormecen. En los sube y baja, en las hamacas del parque que despeinan, en los bodegones de viejas comidas. Buscó entre los colores brillantes y ocres, en los pañuelos mojados de ausencias, en la mapeada  piel  de la vejez. Se hundió apretada entre cada letra de cientos de libros. Quiso ser pájaro, ballena, caballo o mariposa. Se adentró en la boca de una carcajada, en el surco de una lágrima salina, en el agujero de una media, en la cuerda rota de la vieja guitarra. Algo o alguien que le diera el perfecto camuflaje para que no la alcance. Para despistarlo, para distraerlo. Tiene que existir ese lugar. Tiene que haber un no lugar. ¿Adonde van las palabras que no se dijeron? ¿Y las caricias huérfanas de cuerpo? ¿Y el perfume de la piel en celo? ¿y el sabor y  el aroma de la copa que hace brindar? ¿Donde se esconde la esperanza? ¿Donde espera el mañana?
Ella no podía dejar de buscar y el no podía dejar de encontrarla.
Entonces no tuvo mas remedio, después de todo era en defensa propia. Lo podía acusar de acoso al pensamiento, de atropello de vivencias , de imposición de sensaciones, de trafico de ilusiones, de secuestro de tiempos y formas, de
privación de la moral y las buenas costumbres, de deformación creativa, de promiscuidades consentidas.
Entonces lo decidió. Tenía que deshacerse de él. Supo que debía darse una buena estrategia, que tenia que hacerlo sin miramientos. Seria lento, largo, opondría resistencia, tenia la fuerza para hacerlo y la doblegaba en poder.  Cuido cada detalle.
Comenzó a quedarse en las formas precisas, en los envoltorios con moños, en las luces de neón, en los anuncios de TV, en las explicaciones y las justificaciones,  naturalizó la inequidad, humanizó la naturaleza, y perdió el asombro. Compró envases, vació la casa, dejó de mirar el cielo y unifico el sabor. Conservo la misma piel, se vacuno contra el sentir y aturdió sus oídos.
No supo cuando pasó, pero sabía que estaba herido de muerte, no lo vió caer, tampoco hacer ruido, ni lanzar algún aullido. Simplemente dejó de estar.
Entonces tuvo la certeza de haberlo logrado. Cira había asesinado a su Recuerdo,  y supo también que en ese mismo acto, había matado el futuro, era ahora sólo un presente continuo, fantasmal, que andaba entre la gente sin ser vista, ni oída, ni olida, y que la lluvia nunca más la mojaría. 

GUSTAVO GALLIANO



Olvidando  a Xiara  Gustavo Marcelo Galliano

¿Cómo olvidarme de Xiara?...
Sería como quedar atrapado eternamente, en la cima del magno Aconcagua.
Pero sería una utopía. Utopía de aquellos que aún resisten a creer en el olvido. Imposible abstraerse ante ella. Su sola presencia todo lo invade y todo lo torna supremo.
Como si una ráfaga de aire pleno, mezcla de pino con  hierba fresca, te insuflara los pulmones, te despertara el alma, te convirtiera en alguien mejor, y a la vez, otra ráfaga de calor intenso, denso, sofocante, te llevara a desearla más que a nada en el Universo. A desear su infierno,  si existiera un infierno, o más de uno, según el Gran Dante.
Su figura felina logra encender hasta el deseo de aquellos que creen que el deseo es algo que ya no lograrían desear, ni encender.
Esa es Xiara. Mi Xiara.
¿Cómo olvidarla después que ella posara sus ojos en mí?
Esa mirada de fuego, fuego de lava. Lava de incontrolable volcán. Corriente infernal que te hace sentir vivo, pleno, átomo repleto de energía.
Ni el Faro de Alejandría o el Coloso de Rodas, ni el Templo de Artemisa o la Estatua de Zeus,  ni los Jardines Colgantes de Babilonia o el Mausoleo de Halicarnaso... ni siquiera las Pirámides de Guiza... nada es comparable a mis días con Xiara. Mi Xiara.
Un inmenso torbellino me envuelve en su fragancia, sin permiso ni descanso. Y me devuelve a la realidad de manera injusta, insensata. Cruel y arrogante. Castigo excesivo a mi testaruda ignorancia sobrecargada de hormonas y testosteronas  rancias.
Como arrojarse sin ataduras desde las Cataratas del Niágara y sentir esa sensación que brota en el estómago, eclosiona en el pecho y estalla en el cerebro, tan intensa y compleja como la muerte misma, tan llena de adrenalina como la vida misma. Ambas o ninguna.
Respirar junto a ella era conocer, sin temor, a las Parcas en un instante... como si Nona, Décima y Morta  se convirtieran en solo una, y poderosas decidieran embriagarme con el destello incandescente de Xiara, hasta dejarme satisfecho. O más insatisfecho aún.
Pero existen los errores y decidí saltar, saltar hacia la duda. Saltar.
Como si me arrojase desde la cima de los Cárpatos Occidentales, desde los Alpes de Transilvania, como si lo nuevo fuese bueno, solo por nuevo, solo por aventura, por violar las reglas. Sin necesidad, sin obligatoriedad, solo porque sí.
Saltar hacia la nada y a la vez saltar hacia el todo. Obnubilado.
Saltar sin parapente ni paracaídas. Saltar. Cuando no se conoce hacia donde se salta pero creyendo firmemente en que vale la pena.  Mi interior me lo imploraba y decidí obedecerme.
Como una voz que martilla y martilla los oídos desde la mañana hasta la noche. De la noche a la mañana. Y vuelta a comenzar. Y el término del día me encontraba extenuado, extenuado y más conflictuado que el interior del mismísimo Kafka.
Hoy el despertar sin ella es como despertar en un tórrido desierto. Con arenas oscuras que abren llagas eternas.
Con la garganta reseca y arterias palpitantes. Con la mente confusa y el corazón casi inerte. Músculo convertido casi en fibra. Fibra sin calor. Calor del dolor. Dolor por dolor.
Despertar sin Xiara es como no llegar a despertar nunca. Como no poder volver a soñar, y solo tener acceso a pesadillas constantes.  Como si estuviera en el árido Sahara, cuidándome de oasis y moros. Como si estuviera en el reseco sur del Kalahari, huyendo de bosquimanos desquiciados.
Un presagio me ha invadido: estoy comenzando a olvidar a Xiara.
Olvidar es comenzar a recordar un poco menos.
Como comenzar a desandar el camino. A ovillar la madeja. A cerrar la tapa. Y poco a poco, se obtiene la nada. Xiara es el todo. Yo equivoqué mi camino y hoy soy lamento sin muro. Creí que tras el muro estaba la vida plagada de dicha y escapar a la calle sería solo una aventura. Aventura con retorno. Retorno y regreso. O no. Después de todo... eso es la aventura.
Mi anterior hogar era un chalet antiguo, ventilado y soleado. Con eco de risas de niños, perfume a rosas y jazmines cultivados. Con aroma a alegría, luz, calma. Mi nueva casa es gris, oscura y húmeda, aroma a incienso repulsivo, a hiedra y malva. Ladrillo de olvido sobre ladrillo de tristeza, hasta llegar a techos de silencio que impiden estrellarse en sueños.
De ellos solo distingo sus zapatos. No son muy cariñosos ni considerados. Hace algunos días, o semanas, como saberlo, me llevaron ante un profesional de la salud, según ellos. Dijeron que era por mi bien, que estaría más calmo.
 Hoy mi voz es apenas un eco desgarrado en la distancia... Una implosión que me destroza... un destello de lo que fuera... si acaso fui... o pude ser.
Extraño mi antigua casa... aunque cada vez el recuerdo brote más tenue. Aunque todas las puertas y paredes comiencen a resultar símiles. Extraño mi anterior nombre... aunque “Xum” ya no me resulte tan interesante, creo que jamás me acostumbraré al de “Rodríguez”.
Sí...  extraño tanto a Xiara... paradójico... aunque de a poco haya comenzado a olvidarla... aún a pesar de no desearlo... pero es inevitable... aquí en el sillón frente al TV todo es hastío y sueño sin sueños... espero sin esperanzas… como queriendo no ser.
¿Por qué habré escapado? ... ¿comprenderán algún día los humanos lo que siente un gato castrado?... 
La soledad de esta casa la ha convertido en mi inexpugnable necrópolis.
Sin duda, sin Xiara, es tan fría como la cima del magno Aconcagua.-

ANALIA TEMIN


Sentimental, impulsivo, visceral Analía Temin

Fue a visitarla como tantas veces al lugar de siempre, hablaron poco aunque disfrutaron de cruzar miradas sin apuro. Ella, temerosa de su respuesta, insinuó: -No vienes muy seguido... A lo que él respondió, para tristeza de ambos: -Sólo queda un hilo muy delgado entre nosotros, y deslizó los dedos en el aire como si entre ellos sostuviera el hilo, desde el centro hacia las puntas...
 Luego se hizo cada vez más ausente, más distante, espaciando los encuentros que tanto disfrutaban. Y aunque le había anticipado su partida, se marchó del país sin despedirse.
 Pasaron muchos años, muchos, hasta que él regresó en busca de antiguos horizontes. Se tomó su tiempo para reencontrarse con las calles, los lugares y la gente del pasado.
 Junto con el retorno volvió a su mente el recuerdo de ella, el lugar de siempre, las miradas sin prisa, las palabras cálidas, los besos tenues prohibidos, su sonrisa...
 No se sentía seguro de verla y esperó sumergido en la nostalgia rememorando el único encuentro que tuvieron en otro lugar, la confitería del centro donde tomaron té y pasaron un momento soñado, fugaz tal vez, sin embargo eterno en la memoria. Pagó la cuenta y conservó el ticket como testigo inanimado de la cita, lo guardó en su billetera y lo llevó con él por el mundo durante los catorce años de su ausencia.
 Lo pensó mejor. Ahora sí, sentimental, impulsivo, visceral, no sucumbiría a sus ambigüedades y volvería tras sus pasos a cerrar aquella historia con nombre de mujer.
 Ideó una estrategia conveniente, un paseo por Florida, Galerías Pacífico, uno de sus lugares favoritos, un buen escenario donde ambos participarían motivados por la adrenalina del rencuentro. Siempre de la mano y dándole caricias cada tanto. Conversando de todo, disfrutando de las palabras y las miradas que contarían el resto.
 No quería dejar librado al azar ningún detalle, como si la mente hiciera una composición donde todo es perfecto. Beberían sorbete de limón y café en Saverio, sencillo pero lindo. No se embriagarían, no con licores, sólo con la sensación de estar jugando con las pasiones. Ella se vería feliz, radiante, reivindicada, ávida de contarle todos los acontecimientos de su vida sucedidos durante su ausencia y sus deseos particulares. Él se sentiría poderoso observándola sin intervenir, adorándola en silencio...
 Sintió que idealizaba demasiado, que se confundían sus deseos propios con la realidad, temió estar especulando con ilusiones no correspondidas y finalmente desistió de ir a buscarla antes de comprometerse emocionalmente.
 Regresó, llegó al portal de su casa, recorrió los treinta y cinco pasos hasta la puerta de entrada y, con asombro y dudas observó que la luz estaba prendida... Imposible se dijo, estaba seguro de no haberla encendido, no tenía sentido haberlo hecho pues salió mientras aún era de día. Se armó de valor y entró sin querer siquiera imaginar a qué obedecía tal incongruencia. Confundido, librado a su suerte y sin fuerzas se sintió entregado a todo lo que vendría.
 Lo que siguió fue fulminante, una diosa en ropa íntima de seda lo tomó de los hombros y lo besó apasionadamente hasta dejarlo sin aliento, luego posando sus labios rojos, carnosos sobre su oído le dijo... Hola mi amor... es temprano... vayamos a dar un paseo por Florida...   


CELIA ELENA MARTÍNEZ


Simplemente te amo Celia Elena Martínez

Se conocieron en el baile del club Wanders, el Arnoldo tenía 30 años y la Zunilda tan solo 15. El noviazgo transcurrió dando vueltas a la plaza los domingos.

Noviaron un año y se casaron simplemente, con poco festejo del civil a la Iglesia y un almuerzo en familia como todos los fines de semana ..

La Zunilda había soñado con un vestido blanco y una fiesta en el club, pero no fue así, tampoco hubo luna de miel. La madre le dijo:-leés  demasiado a esa Corín Tellado, vo-

Durmieron en la cama que había comprado el Arnoldo en lo Igoa, usaron el dormitorio de los padres del novio, la casa era en el medio del campo.

El Arnoldo esa noche estaba apurado, apenas le había robado unos besos al volver de la plaza. La Zunilda cerraba su boca. Él fue quien le enseñó de a poco como hacerlo, ella se iba toda mojada a su casa y no entendía mucho, en cambio el Arnoldo después de dejarla pasaba por las casas del viejo prostíbulo antes de volver al campo.

Esa noche la poseyó con rudeza, con las caricias de manos duras y grandes, la tocaba en las partes más íntimas y ella sintió que cosas raras le ocurrían, algo que nunca había sentido, estaba aturdida pero se quedó quieta, sin saber que hacer hasta que ambos terminaron tendidos en la cama Ella había sentido una rara sensación de enajenación y él después de un prolongado jadeo dio un aullido final antes de dejarla allí extendida y se quedó dormido con un rictus de placidez. Ella se sentía sucia, mojada tuvo que salir al patio para ir al baño, allí se lavó y se puso la ropa que el Arnoldo prácticamente le había arrancado. Se fue a la cama, sintió los fuertes ronquidos de su marido y se quedó dormida. Antes del amanecer sintió que El Arnoldo se levantaba, rápidamente lo hizo ella y fue  a lavarse y vestirse, salió  a la galería y fue a preparar el desayuno para su compañero, quiso darle el beso de los buenos días que él hosco respondió seco, los besos apasionados sólo eran momentos antes de hacer el amor, ella intentó acariciarlo y él pasó su tosca mano apenas por su mejilla. Nada era como había leído en las novelas de amor.

Al medio día tenía la comida preparada esperando la llegada del Arnoldo. Después la llevaba a la pieza a dormir la siesta y nuevamente comenzaba a besarla con esos besos interminables donde metía su lengua en la boca de la niña inexperta. Durmieron. Ella lo acariciaba, mientras él descansaba, realmente lo amaba. A la hora él se levantaba y le decía que se quedara un rato más, volvería a la bajada del sol le decía, ella entonces le pedía un beso, él respondía a su requerimiento haciéndolo en la mejilla con su cara curtida por el sol, y rozaba con sus manos duras llenas de callos ella a su vez con sus manitas pequeñas tocaba esa cara besándolo con ternura tratando de llegar a sus labios.

La Zunilda al poco tiempo quedó embarazada. Una noche sintió fuertes dolores, pero no hubo tiempo de  llevarla al hospital. El Arnoldo fue a buscar a “la doña” que se encargaba de estos menesteres y le dijo -esperame que ya vuelvo-. Cuando llegaron estaba toda transpirada gritando de dolor. Hizo un gran esfuerzo hasta que el niño nació, pero la Zunilda tenía mucha fiebre, comenzó a sangrar demasiado  fue en es momento que “la doña” dijo -hay que llevarla enseguidita al hospital-. Cuando llegó había perdido mucha sangre, murió ante la desesperación de Arnoldo que comenzó a llorar desesperadamente, nadie podía calmarlo.

Ya en la funeraria, cuando  estaba fría y rígida, él tomó el cuerpo pálido de la Zunilda, la abrazó con fuerza besó los labios fríos, y le dijo en un susurro -te amo, mi querida-


JUANA SCHUSTER

El juego maldito Juana Rosa Schuster
 
Hoy escuché gritar a la Señora Meyer otra vez. Riñe al niño de los Gipson. El pequeño tiene unos ocho años, pelirrojo, alto, de ese tipo de personita, que los mirás y te preguntás hasta cuándo van a crecer.
Te hacen recordar al pino que trajiste un día del vivero,  en una lata de aceite. Frágil, pequeñito, extraño. Ahora, te desafía rozando los tejados de la casa y ahuyenta los pájaros que quieren picotear el alero.
-Te dije que no quiero verte con ese barrilete.
-Me porto bien, señora Meyer.
-No, estás equivocado. Cada vez que tapás el sol, éste se enoja y se oculta entre las nubes.
-Dice mi padre que son fantasías suyas.
-Decíle que llevo las cuentas. El sábado apareciste con tu juguete. En cuanto se dirigió al sol, éste no apareció durante tres días.
La señora Meyer tiene voz muy potente. Cantaba en el coro de la iglesia cuando era joven. Aún conserva algunos rasgos de belleza en el rostro que cuida con suma dedicación. Fomentos de agua de rosas y una crema cuya fórmula no daría nunca.
Las cabezas se asomaron por las ventanas. Era cierto. Daba la sensación que al Astro Rey no le gustaba que Arthur Gipson lo despreciara tapándolo, aunque sea unos segundos.
Se escuchó una de las voces.
-Romperé ese molesto artefacto de papel. Después que lo usás, el frío destruye mis plantas aromáticas. Ellas necesitan del sol para sobrevivir.
Todas las cabezas de la comarca de Neshville asentían y se escuchaban conversaciones encimadas.
Cierto es que estamos en invierno, pensé, pero necesitamos esa calidez que ayuda a recibir la primavera.
Esa noche, durante la cena, comenté a mi esposo lo sucedido.
-También yo, creo que no puede ser real.
-Sin embargo, la señora Meyer ha hecho sus cálculos y su punto de vista es confiable.
-Sí, es una mujer sensata, pero, cambiemos el tema ¿sí?
Al día siguiente llevé las niñas al colegio. El suave sol hacía agradable el viaje. El camino está bordeado por palmeras y se veían sólo los autos del vecindario. Después de atravesar un corto trecho de grava llegamos al edificio. Tenía tres pisos y estaba muy bien conservado, a pesar de sus ciento veinte años. Los arabescos de las ventanas, con forma de flor de lis, resultaban atractivos. En el centro lucían un círculo dorado que les daba cierto aire majestuoso.
Entraban los alumnos abrigados, sostenían maquetas o llevaban mochilas multicolores.
En el viaje de vuelta vi a Arthur en la terraza de un hotel abandonado. Él no me notó. Detuve mi vehículo y lo observé. ¡Sí! Cuando tapó la moneda reluciente, allá a lo alto, ésta se escondió.
Un frío súbito y estremecedor, cubrió el interior del coche. Para mi descontento, no arrancaba. Comencé a temblar. Después de varios intentos, logré que el motor funcionara.
Espero que las pequeñas estén bien.
Cuando arribé a mi hogar la señora Meyer tiritaba mientras discutía en la vereda con los padres de Arthur.
-Ya ven, pronto caerá granizo. Arruinará mis sembrados. Y lo peor: mi esposo ya es un anciano. Su corazón no tolerará este clima.
-Señora Meyer, Arthur está en la escuela.- dijo el papá. Trataba de convencerla de algo que él creía, era evidente.
Entré a mi domicilio y me senté a reflexionar. Lo había visto con su barrilete. Había faltado a clase.
¿Tenía lógica la teoría de la Señora Meyer?
La temperatura estaba tan baja que intenté hacer un café. Inútil. Las hornallas no respondían. La pava eléctrica tampoco.
Sin querer, miré la pecera. Los pececitos estaban muertos por congelamiento. El agua era un trozo inmenso de hielo.
Me sentí mareada. Me sostuve por medio de las alacenas colgantes. Llegué al teléfono.
-Charles, ¿qué sucede?
-No sé. Hay una ola de frío intensa.
-Es imposible encender la cocina.
-Dicen que el gas está congelado.
-¡Oh!. ¡No!
-¿Cómo están las niñas?
-Iré a buscarlas apenas me sienta recuperada.
-No, quedáte sentada en el sillón. Iré yo.
-¡Charles!
-¿Si?
-Ví al niño de los Gipson.
-Basta de pamplinas, Margaret. Hay que actuar rápido.
Me recosté un rato, hasta que oí un silbido. Era Arthur. Trataba de hacer creer que había ido a la escuela. Debería tener el barrilete en la mochila. Se dirigía a su casa.
Charles regresó con Sharon y Helen. Estaban acalambrados por el temporal que se había desatado.
Trajo termos con agua caliente.
-No se sabe cuánto durará esto.
Me horroricé. Atravesaba el túnel de una pesadilla, donde la muerte era la principal pasajera.
No pudimos dormir a causa del viento helado que soplaba con furia.
Charles logró prender el televisor, la gente moría en las calles. Los camiones no daban abasto para recoger los cuerpos congelados.
La señora Meyer lloraba a su esposo fallecido. Se escuchaban sus gemidos.
Mientras, en un cuarto de una casa, un barrilete de colores, estallaba en carcajadas, sobre el piso del dormitorio de Arthur Gipson.

SUSANA DEL NEGRO



El príncipe de Mataderos (parte 2) Susana del Negro


Todo empezó con un pedido de Sucre, el comisario de la 42, con respecto a dos antecedentes bien distintos de dos malvivientes de los que nos habían enviado por fax los afiches de: Se Buscan. A uno lo llamaban Perro Muerto y del otro hablaban como el Misterio del Príncipe, ambos con domicilio desconocido, pero que se movían por el barrio de Mataderos. Sobre este último, el Príncipe, fue el regreso no querido de un oscuro asesino serial que mantenía ciertos rituales con sus víctimas que lo hacían repulsivo y temible. El otro, el Perro, lo habían dado por muerto en varias ocasiones, de ahí su apodo, pero siempre revivía en la forma de realizar algún robo o estafa.
Me habían asignado a esa comisaría hacía sólo unas semanas y esa tarde, la de los fax, Sucre se asoma a la puerta de su oficina y me dice: -Oficial Sánchez ¡venga a mi despacho!. Me levanté lo más rápido que pude y cuando entré, sin darme tiempo ni a saludarlo me dice: -Tengo un lindo laburito, Sánchez, le asigné el caso del Príncipe, el del Perro se lo dejo a Ramírez, la oficial que entró con usted, porque es más livianito. No me quedó otra cosa que decir :-¡ok, jefe!.
-Sánchez, en una semana quiero el informe del caso en mi escritorio y socarronamente: ¿ok?.
Era un viejo chinchudo y poco afecto a los chistes, pero un excelente comisario, me dijeron los compañeros cuando les conté para que me habían llamado.
¡Suerte pibe! Me dijo el sargento Robles, el más veterano. Los otros me miraron con cara de lástima, mi primer caso y me dan al príncipe. Pero yo era pendejo todavía y me creía superman.
Me asignaron un escritorio que estaba bien al fondo en la oficina, sin teléfono ni compu, hay que pagar el derecho de piso y como siempre había sido un optimista, me dije: no hay problema, yo puedo. Tenía que trabajar contrarreloj, cuando comencé a leer los expedientes de los casos, más de una vez el estómago se me dio vuelta y tuve que ir al baño a vomitar. Eran mujeres jóvenes asesinadas con ensañamiento brutal.
Lo que me intrigaba era cual era el motivo que lo llevaba a tal crueldad y porqué lo llamaban príncipe, después me enteraría que se había corrido la voz de que era un joven de guita que tenía esta debilidad, la misma teoría que se tenía en Inglaterra con el legendario Jack el Destripador.
Una y otra vez leía y releía cada prueba, cada escrito, la de los forenses, las de otros oficiales, comentarios de vecinos de las víctimas. Pero no encontraba nuevas pruebas ni motivos. Buscando patrones, en mi investigación, comencé a pensar en un perfil criminal
organizado: tenía la escena del crimen: cerca de la Recova, en Mataderos, el modus operandi: violación y descuartizamiento, me faltaba la firma, es decir la razón de la crueldad de sus actos. Por los datos sobre sus víctimas, todas eran mujeres jóvenes, solas, empleadas administrativas, bibliotecarias o cuidadoras de ancianos, que solían pasear los domingos por la Feria de Artesanos del barrio.
Me preguntaba cuál sería su relación, que nos querría contar el victimario. Cuáles serían sus fantasías personales y su relación con el mundo. Por lo que había deducido se trataba de un masculino blanco, de contextura física importante, de 35 a 40 años, de clase media y con cierto encanto que le permitía acercárseles a sus víctimas con total control de ellas y que dadas las características de sus crímenes debía haber sufrido algún tipo de abuso en la niñez.
Como me había aconsejado una amiga, psicóloga social, comencé observando los alrededores para hacer un reconocimiento de la zona y entender mejor el comportamiento del criminal. 
Una mañana me acerqué al bar Oviedo que está en la esquina de las avenidas de La Torre y Corrales y comencé a relojear a los clientes, al dueño, a los pibas que atendían las mesas, me dí una vuelta por los alrededores, y nada. Al domingo siguiente se me ocurrió visitar la feria, cuando me vieron los muchachos que estaban de guardia en la puerta de la comisaría me dijeron: ¿qué hacés loco? ¿viniste a laburar!?, -no, contesté, le vine a comprar un regalito a mi vieja y seguí disimuladamente mi investigación.
Ya me estaba yendo cuando veo a un chabón, rubio, que venía pavoneándose sobre un pingo negro y blanco, vestido de gaucho y con una sonrisa de ganador increíble, entró por la avenida Lisandro de La Torre al trotecito. Venía del lado de los corrales donde está el mercado. Como estaba medio aburrido lo seguí con la vista y lo vi apearse y enfilar para los puestos derrochando sonrisas. Distraído, por la música de un conjunto que actuaba sobre el escenario, lo perdí de vista.
No volví a verlo ni a él ni al caballo.
Me fui decepcionado, al otro día nos llegó otra noticia terrible, pegado a la estatua del Resero, un nuevo cuerpo femenino apareció mutilado. Recordé al paisano, así que no teniendo otra alternativa me fui para las oficinas de los consignatarios para observar si alguno de los que trabajaban allí respondía al perfil. Tampoco tuve suerte. Eran tipos grandes y los jóvenes que había no respondían a lo que buscaba. Me propuse tomarme un descanso porque ya me estaba obsesionando y no me servía para continuar con mi trabajo.
El domingo fui a ver un partido de Nueva Chicago y su eterno rival el gallito de Morón, me ubiqué  en  las populares junto a uno de mis compañeros, en realidad el me había invitado, porque me veía muy alterado por este caso.
Comenzó el partido y todo era cánticos entre una y otra hinchada, arengas para los equipos, en realidad eran más para las del torito porque lo iban bailando de lo lindo. Cuando de repente veo cubriéndose la espalda con la bandera del club verdinegro, y una inscripción: Por Vos doy mi Vida, firmado: el Príncipe de Mataderos, al jefe de la hinchada, un tipo grandote, con cabello rubio largo, que arengaba con violencia poco usual, con consignas de muerte y venganza; reconocí al gauchito, me fui acercando lentamente y a los codazos me fui haciendo paso  entre la multitud, cuando lo tuve cerca le clavé la mirada, entonces él como fiera olfateando el aire para percibir al enemigo sintió la amenaza y comenzó a mirar para todos lados. En ese momento  comenzó una pelea feroz entre las dos hinchadas que ya se venían chuseando como gallos de riña y en el tumulto termino sobre el para-avalancha todo golpeado. Todavía aturdido me levanté medio mareado y con total impotencia me dí cuenta que el sospechoso se había esfumado.
El lunes cuando entré a la comisaría la primera noticia que me dan es: otra femenina violada y descuartizada, pero esta vez en Liniers.
Las manos me temblaban y las lágrimas no me dejaban terminar de leer el informe de la autopsia, cuando pudieron identificar a la victima resultó ser Adela Miraflores, mi compañera de escritorio. ¡Pobre pibita! ¿Cómo habrá caído en manos de este depredador?. ¡Esta vez no se me iba a escapar! Sí o sí, lo tenía que cazar, aunque se me fuese la vida en la investigación.
El comisario González enfurecido dijo: -Lo único que faltaba que me la manden guardar en mi propia comisaría, ¡son unos inútiles! ¿Y ud… qué le digo Sánchez… por algo lo fletaron de la 42?.
Mi dolor era tan grande, me había encariñado con Adelita y encima me cagaban a pedos.
Después que retiraran las pocas pertenencias de la piba, enviaron a otro pasante, un tal Parodi, que tuvo que firmar un documento donde dejaba de lado toda responsabilidad de la institución sobre cualquier tipo de agresión que pudiese recibir. El tipo, menos mal que no enviaron una chica nuevamente como ayudante, era un masculino de mediana edad que había estudiado para policía y que ahora estaba haciendo la especialización. Era rápido y la tenía clara, coincidió con algunos de mis puntos de vista y sumó otros conceptos que cambiaron mi perspectiva sobre el asesino.
-¿Qué fecha es hoy? Me preguntó en un momento, revisando los informes- primero de agosto, le respondí mecánicamente.
-Ok! y siguió leyendo y anotando en una libretita con signos que no entendí muy bien. Yo estaba muy depre desde el asesinato de Adela y de lo que me dijo el comisario, así que lo dejé en manos de él que estaba con toda la pila puesta. Cada vez que salía a recorrer el barrio como tenía por costumbre, el  me seguía calladamente y escribía en su libreta.
Seguíamos la rutina anterior, la observación por la zona, buscábamos antecedentes en internet, comparábamos modus operandi, volvíamos a revisar los puntos en común entre las victimas. Mientras tanto González nos daba otras investigaciones, pero mi obsesión era el Príncipe, no me podía concentrar en ningún otro caso y después de lo de Adela menos que menos. ¿Cómo podía un tipo escaparse una y otra vez? No lograba meterme en su mente para imaginar los próximos pasos, lo único seguro era que el tipo estaba cebado y volvería a atacar, debía estar esperando agazapado como una fiera a su próxima presa para embestir en cualquier momento. ¿Pero cuál era ese momento? ¿Qué se me escapaba?.
Trataba de reconstruir cada recuerdo, cada gesto, eran como fotografías donde cada imagen me contaba algo del monstruo. Su desapego por la vida humana, su crueldad, la constante de llevarse hasta la última de las pertenencias de sus victimas como trofeo, su fanatismo por un club de fútbol, la violencia de su arenga a los hinchas, su fortaleza física producto de un entrenamiento riguroso, ¿qué otro fetiche tendría?. Mi odio a veces no me dejaba tomar la distancia necesaria para investigar objetivamente.
Así día tras día hasta que a principios  de agosto, Parodi, me dice -¿Qué le parece si nos damos una vuelta por la Basílica? está cerca el día de San Cayetano. No entendí muy bien porque ir a un lugar de tanta religiosidad, pero sin resistencia le dije que sí, cualquier pista me parecía buena porque había perdido las esperanza de encontrarlo y solo el odio me mantenía en la búsqueda Al llegar a la cuadra de Cuzco nos encontramos con gente que ya estaba haciendo campamento para entrar a la iglesia el 7 a primera hora, carpas individuales, toldos improvisados con plásticos, sombrillas con lonetas sostenidas con broches alrededor, hasta una casilla rodante, de todo como en botica, diría mi abuelo. Los acampantes  charlaban, tomaban mate y hasta compartían su comida. Gente joven, viejos, hombres solos, mujeres de mediana edad en grupos, esperando con fe, rezando por momentos y en camaradería las más de las veces.
Los puestos de venta de artículos religiosos en una mezcla cristiana y de paganismo, con sus crucifijos, estampitas, velones para las promesas, medallitas con imágenes de santos y del Gauchito Gil, junto a  manos de plástico en gesto de cuernos para el mal de ojo, velas de colores contra la envidia, inciensos para atraer el amor, estampitas de San La Muerte, el santo de los delincuentes.
Espigas para invocar al Patrono del Trabajo y cruces para invocar al Patrono de los Malvivientes, todos en un cambalache típico para los argentinos. Parodi se entretuvo mirando y anotando y yo seguía descolgado como el que más. Así continuamos hasta el 6 a la tarde, en que decidimos instalarnos como devotos feligreses. Empezamos a observar uno a uno los que hacían la fila, de pronto veo entre la multitud que se agolpaba cerca de medianoche, cuando abren las puertas del templo, a un tipo que empujaba con fuerza ayudado por su físico, me fui acercando a él, pero en esta oportunidad, sagaz, el me buscó con la mirada,  no me quedaron dudas, era él, le avisé a Parodi con un gesto y nos metimos en la iglesia porque el tipo, continuó con su objetivo, en ese momento relacioné una imagen borrosa que se me presentaba cada vez que recordaba nuestro encuentro y lo relacioné con San La Muerte, un esqueleto vestido con un hábito, el monstruo tenía otro fanatismo: la religión.
Nuevamente se me escabulló entre la gente, Parodi, inteligentemente se había parado en la puerta de entrada y miraba a todos los que salían e hizo apostar a un agente en una puerta lateral. Mi desesperación era tan grande que en un momento levanté los ojos y con toda la fé que alguna vez tuve cuando rezaba junto a mi abuela, le rogué a San Cayetano que me ayudase.
El monstruo no daba señales, me acercó al altar en medio de un gentío que se agolpaba para comulgar y lo veo como oficiante dando la hostia. No podía creer lo que veía, ¿como lo había logrado? , para evitar un daño mayor, me fui acercando de a poco, pero sin siquiera pestañar, para no perderlo de vista y cuando llego a su lado, el muy hijo de puta me ofrece la eucaristía. La tomo y el sigue imperturbable, como no podía volver sobre mis pasos para no perderlo de vista, me hago a un costado. Los comulgantes me miraron enojados por mi osadía. Imperturbable puse un pié sobre uno de los escalones y le cerré el paso a la bestia, de pronto se da vuelta y desaparece detrás del altar, lo seguí ante la sorpresa del cura que daba en ese momento su saludo de paz. Ya no estaba. Era un fantasma, aparecía y desaparecía con la misma rapidez. Pero yo también identificado con mi perseguido me convertí en una fiera y lo comencé a rastrear por el lugar donde otros curas ya vestían sus hábitos para dar la misa siguiente, cuando me acerco, más que verlo lo intuí, temblaba, la voz dándole el alto policía, parecía salir de otro cuerpo, no me reconocí, el lentamente giró sobre si mismo y sin que pudiese darme cuenta, sentí el dolor provocado por el frío metal de una faca tumbera.
Me tomé el bajo vientre con una mano, donde tenía tatuada la imagen de San Jorge, mi abuela me lo había pedido para que me protegiese, y conteniendo la sangre y el estupor de los curitas, ya sin capacidad de asombro ante tanta violencia vivida cada día, lo seguí hasta un patio interno con mi pistola en la otra. El depredador trataba de abrir una de las puertas, que permanecía cerrada, cuando tiré el primer tiro, le dí, creo que de casualidad,  lo oí quejarse más que como humano como una fiera herida, no con dolor sino con odio y con la mirada llena de furia me sonrió y lo intentó otra vez, nuevamente tiré y esta vez erré, pero ya un tumulto asustado de creyentes miraba desconcertado la escena, cuando en el tercer intento cayó al piso, yo también perdí el conocimiento.
En mi delirio y ya sin aire, cuando me llevaban en helicóptero hasta el Churruca, el hospital de la yuta, como lo llaman los delincuentes, sentí que las imágenes venían una y otra vez a mi memoria, los cuerpos destrozados de las mujeres asesinadas, Adela tirada en un contenedor, el tatuaje de San La Muerte, las barra bravas alentando con violencia a los equipos, la corrupción del comisario González…
La voz de Parodi, sentado al lado mío en la cabina y sosteniendo la máscara de oxígeno, diciéndome:- aguante Sánchez que llegamos… fue lo último que registré antes de morir.