viernes, 15 de enero de 2016

Carlos Margiotta



CARMENCITA Carlos Margiotta

Los ruidos de la noche se fueron yendo junto a los invitados que estuvieron celebrando la navidad en casa. Primero fue mi hijo mayor con mi nuera y mis dos nietas, “Mañana salimos para Gesell temprano, dijo Andrés en la puerta de calle mientras se dirigía hacía el auto. Después mi hija embarazada con su marido y mis nietos varones. Mas tarde mi hijo menor con su linda novia, luego mi hermano con su nueva pareja y finalmente mis tres amigos de siempre con sus mujeres.
El pasillo que conducía a la vereda desde el pehache en el que vivía hacía varios años, recortaba el cielo en un rectángulo estrecho dejando ver los últimos estampidos coloreados de los fuegos artificiales, y pensé en la noticias de mañana alertando sobre el peligro del uso de la pirotecnia. Felipe estaba asustado y se había refugiado debajo de la piletón.
Ya dentro de la casa acomodé el tablón y los caballetes de la improvisaba mesa puesta en el patio, le eché agua a las últimas brasas que quedaban encendidas en la parrilla después del asado y entré las sillas al living. La vajilla descansaba limpia en la cocina escurriendo tranquilamente su agua con restos de detergente, mi nuera no quiso que yo lavara los platos.
Decidí subir por la escalera de metal hacia la azotea para mirar el cielo cubierto de estrellas y relajarme un poco. Sabía que iba a tardar en dormirme por la muchedumbre de recuerdos que todos los años me asaltaban esa noche, la noche en que no volvimos a vernos más. ¿Hace 40 años?... sí fue en la Navidad del 76.
Me acosté en la reposera, desabroché mi camisa y aflojé el cinturón que sostenía mi bermuda. Hacia calor, ese calor húmedo y pegajoso que te cubre la piel oprimiéndote los sentimientos contra el pecho. Felipe había salido de su escondite y se acercó a mi lado con un hueso en la boca, mi compañero fiel se daba cuenta de mis estados de ánimo y buscaba que lo acariciara. Me había puesto melancólico por los años que pasaron y los sueños que no fueron.
La casa de mi infancia era grande, tenía dos pisos y desde el balcón del dormitorio de mis padres se podía ver el puerto de San Fernando. En las fiestas venía toda la familia, los gallegos de mamá con mi abuelo José y mi abuela Ramona, mis tíos y cuñadas, mi tía Chela, mis primos y primitas, y los tanos de papá con mis abuelos Marcos y Francisca, detrás de ellos toda la otra prole de tíos, primos, en fin a mi madre le gustaba reunirlos una vez al año.
“Es para reparar las macanas que cometimos” nos decía.
Nosotros éramos chicos y nos divertíamos jugando en la calle con los pibes vecinos hasta la medianoche donde volvíamos a casa para presenciar el brindis de los mayores y recibir a algún tío disfrazado de Papa Noel que traía una bolsa llena de regalos. Después los grandes se ponían a bailar y nosotros salíamos otra vez en la calle para seguir jugando y tirar los últimos cohetes y las cañitas voladoras que quedaban.
Allí estaba Carmencita, la hija del mecánico que vivía enfrente, con ella conocí los secretos de la seducción femenina y mas tarde aprendí a dar besos en su boquita pequeña, escondidos en la oscuridad del baldío de la esquina. Con el tiempo en el barrio todos sabían que íbamos a convertirnos en novios, menos yo. Crecimos juntos, jugábamos juntos, fuimos al mismo colegio y terminamos enamorándonos sobre la cama del cuartito del fondo que se usaba para cambiarse la chica que limpiaba la casa. Entonces no sabíamos que era el amor y lo confundíamos con la calentura. Teníamos mucha piel, bastaba una mirada para encendernos y apagarnos uno sobre el otro.
Terminada las fiestas papá llevaba a la tía Chela hasta su casa y tardaba horas en regresar. Yo lo escuchaba subir la escalera con el paso cansado y mis sospechas de que eran amantes fueron ciertas. Cuando murió mamá la familia no volvimos a reunirnos nunca más, la pequeña, graciosa y atractiva mamá los convocaba a  todos.
Mi hermano y yo nos reuníamos con amigos, y papá entró a deambular por distintos lugares para no pasarla sólo, aunque siempre tenía su lugar privilegiado en lo de la tía Chela donde más e una vez se quedaba a dormir.
Carmen entró en la UBA para estudiar abogacía y yo me decidí por ingeniería. Ambos empezamos a militar en la JP cuando volvió Perón. Después vinieron los milicos y la cosa se puso pesada. La nochebuena del ´76 fue la última vez que la vi. “Me están buscado, tengo que irme ya vas a tener noticias mías.”
Felipe se me acercó y me lamió la mano con la sostenía un vaso con vino, estaba por amanecer y el sueño empezó a ganarme. La muerte de papá terminó por separarnos a todos. Yo me casé con Marta, crié a mis hijos y hoy trato de sobrevivir a su ausencia. Estoy rodeado de muerte, pensé.
Con el tiempo el recuerdo de Carmen fue creciendo junto a mi deseo de volverla a ver. Quería cerrar esa historia que se había convertido en una obsesión pero sabía que era imposible, que solo un milagro podía hacer que me encontrara un objeto perdido hace 40 años.
Baje a la casa y abrí las puertas del dormitorio que daban al patio, necesitaba aire, mi pecho se había arrugado como un bandoneón. Me acosté boca arriba añorando la época en que prendía un cigarrillo antes de dormir. Cerré los ojos dejando que el sueño me llevara 40 años atrás.  Aunque solo sea para decirle adiós, pensé.
A veces el deseo es tan fuerte termina haciéndose realidad, decía mi padre.
En eso sonó mi celular:
-Carlos.
-Si .
-Soy Carmencita, te acordás de mí.

Francisco Félix Caballero



Del libro
LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
éride ediciones

                   Francisco Félix Caballero

SUEÑOS
Míralos como se van,
de puntillas y descalzos
para no hacer ruido;
avizores los ojos al cuidado
de no pisar los cristales
que rompimos en pedazos
la última madrugada,
cuando pasamos a las voces tras los golpes,
cuando pintamos con sangre
las agujas del reloj,
cuando llamamos desnudos
a las puertas de Dios.
Duró más de lo que dura un despertar,
el futuro sólo era una coartada;
ante la duda sólo hay oscuridad
y el silencio que se funde con el ruido.
Un quejido que acompaña el caminar
de las sombras que secuestran tu mirada;
la amargura de buscar la tempestad
y encontrarla flirteando con el mar,
peripecias a la orilla del altar
donde habitan los fantasmas del olvido.

OTRA VEZ
Otra vez la misma casa,
el mismo cielo, el mismo agua...
Otra vez las horas muertas
esperando una llamada.
Con las estrellas por techo
y la Luna como almohada,
noche de claveles tristes
blanqueados por la escarcha.
Por la llanura amarilla
monta el tiempo en su reloj;
canto alegre de jilgueros
que la trilla interrumpió.
Las paredes de un cortijo abandonado
no resisten el peso de los años
y sucumben a un silencio que atestigua
que la guerra siempre vence al mismo bando.
Otra vez el mismo aire...


ESPEJO
Me volví a recordar en aquellas horas
en que el tránsito del tiempo se hacía efímero,
jugando a los sin techo en la estación;
cruzando a ciegas las vías,
amenizando con risas la espera del último metro.
Te volví a recordar en el andén
como una figura etérea a la que sin embargo amaba;
tentábamos la suerte en cada trago
y con la ciudad dormida sobre nuestros pies
nos contábamos la vida a grandes rasgos.
Aún no recuerdo como fue la última noche,
imagino que sería buscando un bar abierto;
puede ser que lloviera y fuera enero,
sólo sé que desperté con tiempo justo
de comprar flores para tu entierro.
Muchas veces antes me pregunté si eras real
más allá del otro lado del espejo;
cuando la irrealidad era más que un ventanal
que mudaba en luz cualquier atisbo de tiniebla,
con vistas a un enorme cementerio.

Juana Rosa Schuster



DESPUÉS DE LA CEGUERA    
Juana Rosa Schuster

El accidente fue atroz. Daniel nunca supo de dónde apareció el camión. Chocaron de frente en la ruta que iba a Illinois. Su esposa, Sally, recibió unos golpes de los que se recuperó en un mes. Él quedó ciego debido al impacto en la cabeza.
 Fueron meses y meses de consultas con los mejores especialistas. No había solución por el daño en las córneas.
 La autopista estaba congestionada en ese momento. Todos se dirigían al festival campestre a pocos kilómetros de Illinois. Camiones que transportaban ovejas pasaban con frecuencia. Todos se saludaban como si se conociesen desde mucho tiempo atrás.
 Tal vez Daniel se distrajo al contemplar ese hermoso caballo blanco en uno de los trailers. Los árboles que bordeaban los caminos, estaban ornados con carteles pintados que invitaban al evento.
 Habituarse a la oscuridad permanente fue arduo; con la ayuda de Toby, el perro guía, se manejó con seguridad. Conocía la ubicación de todos los objetos en la casa de la granja.
 Su esposa lo llevaba con el auto a realizar los trámites conectados con su profesión.
 En los meses de primavera, rentaba algunas de las habitaciones a turistas extranjeros. A su mujer le encantaba cocinar para ellos. Preparaba tortillas deliciosas de huevo, mantequilla y tocino. Además, le gustaba conversar con gente de otras características.
 Daniel le pidió que no le cuente a su madre acerca de la colisión y menos de sus efectos. Ella era anciana y muy sensible. Una curvatura en los labios, le daba aspecto de sonriente.
 -¿Qué le diremos?
 -Dile a mamá que estoy en África como médico misionero.
 La excusa era creíble. La madre de Daniel sabía que su hijo viajaba con frecuencia para ayudar en los países pobres. Kenya lo necesitaba.
 Daniel hablaba por teléfono con Rose y le explicaba cómo había vacunado a trescientos niños en la aldea.
 Rose se había sacrificado mucho por su único hijo. Daniel tenía tres años cuando John los abandonó tras otra disputa por los efectos del alcohol. Hizo tareas de limpieza y  trabajó en una panadería.
 El llamado de su colega lo sorprendió. Se trataba de una operación para alcanzar una visión limitada. Daniel vería en forma borrosa, sobre todo si una persona estaba cerca de él. Su perímetro de visión se agrandaría si se alejaba de los objetos.
 Sally dio su total aprobación y le ocultó la muerte de Rose que había ocurrido pocos días antes.
 Actuó de manera normal, acudió a escondidas al funeral e interceptó las llamadas de condolencia.
 La cirugía tuvo el éxito que se esperaba. Ni más ni menos.
 La idea de visitar a su progenitora, hizo temblar a su esposa.
 -Querido, tu mamá está en un geriátrico.
 -¿Cómo?
 -Sí. Tus hermanas la internaron debido a su edad avanzada y dificultad para movilizarse.
 Sally había hablado en el Hogar de Ancianos “Los Abuelos”. Su plan dio resultado. Una viejecita parecida a Rose, se haría pasar por ella. El resto lo haría un poco de maquillaje. La anciana adoraba a Sally, ya que había trabajado allí como enfermera.
 -¡Hola, mamá!
 -¡Hola, hijo! Te noto muy delgado.
 -Son los aires de Kenya.
 Daniel acercó la silla, su madre hablaba en un susurro. Le tomó las manos entre las suyas y conversaron durante largo tiempo de África, la granja, Sally.
 Notó que habían agrandado el edificio: un salón destinado a los festejos de cumpleaños se destacaba por su colorido.
 A través de los ventanales, podían verse guirnaldas multicolores y personajes de Walt  Disney. Una de las ayudantes, subida a una silla, colgaba globos que le alcanzaba un empleado.
 A un costado, dos señores mayores, jugaban una partida de ajedrez, mientras un enfermero los contemplaba sonriente.
 Daniel vio con alegría que las normas eran más flexibles. Algunos de los internos tenían mascotas en sus manos. Esto influiría en forma notable en sus estados de ánimo.
 Al retirarse, Daniel agradeció a Dios, por tener aún a su madre.


Easton Ellis



EN ESTOS DÍAS TAN EXTRAÑOS…   
Easton Ellis

24: PASADO. Noche buena sin ser buena. Esta vez no hubo ningún parecido con todas esas “comidas familiares” de todos los años en casa de alguno de mis tios, en la de mis abuelos o en la mía. Las razones: Sara. Por primera vez ninguna de las personas que “componen” mi familia por parte de mi madre tenía ganas de celebrar nada estando “todos reunidos”. Ni siquiera estuvimos juntos mi hermano, mi padre, mi madre y yo más de dos horas pero sobró tiempo para que yo discutiera con mi padre, como casi siempre. Son cosas que pasan y por cierto, no soporto la frase “en las mejores familias”.

25: Navidad. El aniversario del nacimiento de dios en la tierra, pero en realidad solo es un día puesto por la iglesia católica ya que en el gran libro no dan fechas de ningún tipo . Fui a algún sitio pero no hice mucho y al volver a casa pensaba: “es navidad… pues vale”.

26: Viernes. Salir por ahí. Dani, Rehtse, Magaz. Beber en una comunidad en la que vive gente adinerada (la mayor parte). Fumar, fumar, fumar. Groenlandia. Bonos. Vómitos en la puerta de un garaje. Robo de cubatas. Taxi. Buenas noches amor. Cajero. Aquí tiene señor taxista. Sonido de puerta abriéndose. Ropa a la terraza. Frío, frío, frío. Cama, sueños, sueños, sueños…

27: Sábado. En casa de una persona que había preparado un ambiente cálido que hacía semanas que no recordaba… Cigarros en la terraza mirando a un descampado cercano a la estación de trenes y autobuses. “Desde aquí no se ven tantos balcones parpadeantes” pensé. Llamada. Autobús. Burguer. Llamada. Café. Trivial. Cola Cao. Bofetones. Búho. Casa.

28: Cumpleaños de la abuela y el día de los inocentes. Creo que no hice mucho más que estar terminando de escribir el guión de un mediometraje(sii, he conseguido terminar algo)

29: Ayer. “Oye tío, tendremos que quedar para empezar el guión del musical para Representaciones Escénicas(asignatura de grado superior de Realización Audiovisual)”… “Claro, pasaros por mi casa…”. Ding Dong. Estaban JP y SG y su simpático compañero de piso, creo que se llama G. Empezar el guión. Risas. Ron Negrita con Coca Cola. Llamada. Apareció DB. Yo estaba borracho y le conté mi mediometraje y se lo pasé por correo. También se lo pasé a JP. Vimos Wall-E. Está algo sobrevalorada pero me gustó. Aparecieron en la casa el guitarrista y el bajista del grupo de SG. Ambos también se llamaban G, aunque cada uno con su mote. Bebimos más pero demasiado lento para mi gusto, lo que hizo en mi estómago una incomodidad soportable. No se puede beber durante 4 horas, hay que hacerlo en 1. Todos salvo JP y SG desaparecieron. “JP deja el tuenti ya, piensa que Kubrick no lo haría”. SG conocía a la prima segunda de mi difunta y querida prima, de modo que me la puso al teléfono para que habláramos. Se llamaba M y yo ya la conocía de antes por que Magaz fue a su clase y todo eso, y un día por casualidad me enteré de que en realidad era algo así como mi prima 3ª o algo así, en fín, “si, yo también lo siento, fue inesperado y una gran tragedia, ya nos veremos algún día, chao”. Ding Dong. Una de las amigas de SG apareció y se metió directamente a su cama después de saludarnos, sitio donde estarían durante sus siguientes horas SG y ella. JP dijo que olía a que sobrábamos. JP y yo nos fuimos de ahí ya que no nos dejarían mirar el espectáculo. “Esto no se hace”. Fuimos a la Z, buena música pero demasiado treintañero patético, hasta dentro de diez años no seré uno de ellos, ahora me conformo con ser un veinteañero patético. Nunca juntes a treintañeros patéticos con veinteañeros patéticos. Hablé durante casi tres horas con JP sobre temas bastante interesantes, existencialistas y personales. Él se cogió un taxi y yo me bajé en bus. Cama.

30: PRESENTE. Hoy. Estoy escribiendo esto. FUTURO. Dentro de un rato iré ha comprarme un pantalón o una camiseta (quizá) a un asqueroso centro comercial a las afueras de la ciudad en el que para llegar hay autobuses del propio centro. Rodeado de la sociedad consumista en su propia casa.

31: Mañana. Noche vieja. Dios sabrá lo que ocurrirá(mentira)… pero yo se que será como todas, cena familiar y luego a salir por los sitios en los que se reúne la gente más parecida a los inquilinos del infierno.

1: Año nuevo y tendré que hacer una cena familiar de primos (por parte de mi padre). Una cena en un restaurante carísimo, seguro.

No me apetece predecir que pasará a partir de esos días porque “la vida es todo aquello que te pasa mientras tu te preocupas en hacer otros planes”.


María A. Escobar



LOS PÁJAROS María A. Escobar

Habíamos huido de la ciudad porque se había tornado cada vez más irrespirable. Cuando nos decidimos tomamos para el lado de Brandsen y seguimos más allá donde sólo había puro campo, sólo alguno que otro arbolito y nos instalamos donde vimos un grupo de añosos paraísos, la sombra que habríamos de necesitar ahora, en pleno verano.
Había también un rancho un rancho abandonado que sería necesario reparar porque seguramente tendría goteras y las puertas no cerraban, aunque con el calor y en medio de esa soledad no había necesidad de cerrarlas, se podía dormir con las puertas abiertas por donde entraba el canto de los grillos y ese inefable perfume del campo, un olor húmedo y vegetal que respirábamos a todo pulmón.
En unos días pusimos manos a la obra, arreglamos puertas y ventanas, tapamos algunas goteras, cuando lloviera tal vez descubriríamos otras más pequeñas que  nos habían pasado desapercibidas. No nos importaba. Eugenia improvisaba floreros con viejas botellas y buscaba flores silvestres para ornamentar nuestra casa. Faltaban las cortinas, en realidad faltaban muchas cosas. 
Pero todo se iría acomodando con el tiempo. Hubo que desmalezar el terreno alrededor de la casa, porque mi idea era hacer una huerta que nos proveyera de la verdura.
El resto habría que comprarlo en el pueblo. Eso nos llevaba todo el día, porque el pueblo estaba muy alejado. Hubiera sido bueno tener un caballo pero eso hubiera sido un gasto excesivo. Los únicos que, casi de manera solapada, se nos fueron acercando, fueron dos perros tan flacos que se les podía contar las costillas y que tenían esa mirada como de pedir permiso. Eugenia los adoptó, les puso un nombre, porque un perro, como un hombre, debe tener un nombre para no ser un paria. Se les daba a comer las sobras, aunque nunca sobraba mucho.
Yo compré lo que necesitaba en el pueblo y también compré semillas para la huerta. No sabía muy bien en qué época se plantaba.
Traté de informarme pero la gente del pueblo parecía recelosa.
Me veían como a un intruso…ya se acostumbrarían, nosotros éramos gente tranquila, Con el tiempo acabarían por aceptarnos. Mientras tanto habría que pensar en defender los cultivos de las heladas, pero para eso había tiempo, recién estábamos a mitad del verano.
Por la tardecita nos sentábamos Eugenia y yo a tomar mate a la
sombra de los paraísos. Entonces el cielo no tenía la misma intensidad y los pájaros volvían a sus nidos, emitiendo una especie de arrullo, como si se acunaran.
Éramos felices, nos teníamos el uno al otro y esto era suficiente. El verano seguía siendo agobiante, pero teníamos agua fresca, de pozo, que era lo único que estaba intacto.
Se fue enero y, en febrero, amainó el calor. Entonces cuando estábamos tomando mate, a la tardecita, vimos la primera bandada de pájaros, una verdadera masa oscura, como de tormenta, volar hacia el occidente. No eran golondrinas. Por allí no se veían. No alcanzábamos a ver qué clase de pájaros eran, pero parecían huir porque aun no era el tiempo en que las aves emigran. El verano todavía no había terminado. Al día siguiente vimos sobrevolar otra oscura bandada hacia la misma dirección, parecía una nube negra y ominosa. Así las vimos pasar varios días. Una especie de estupor nos iba ganando ya que las plantas y los árboles parecían marchitarse, pero cuando
los perros comenzaron a aullar, mirando al cielo, hicimos unos ataditos con nuestras pocas cosas, Huimos del rancho, también hacia el occidente.

Jenara García Martín



             LA CUARTA ESPOSA (FINAL)  
Jenara García Martín

La señora Carla se comunicó a la Mansión y habló con la señora Nelson  pidiéndole permiso para invitar a Maurenn y Josefine a pasar el domingo en su compañía, quien aceptó encantada y agradeció la atención. Coordinando la hora le manifestó que su chofer las acercaría a su domicilio. Las coreanitas se emocionaron,  reconociendo la gentileza de la señora Carla  y de Constanze. Y tal como habían programado, el domingo lo pasaron las cuatro juntas. Almorzaron en uno de los restaurantes del paseo de los Campos Elíseos y contemplaron de cerca el Arco de Triunfo y también la Torre Eiffel. La exclamación de ellas era constante. Hubo entre las cuatro una especial conexión de carácter y sentimientos. La señora Carla traspasaba la muralla que separaba el estilo de vida de su hija, con la  que debían de vivir esas dos jovencitas lejos de sus padres y de su país y esa situación le llegaba al alma y comprendió a Constanze, cuando la hizo su descripción. La tristeza que más de una vez había observado en sus rostros tenía motivos. Lo sufrían en silencio. Se prometió hacer algo para tenerlas más cerca de su hija, con quien ya vio habían encontrado un equilibrio de afecto, aunque sus culturas fueran distintas. 
Al regreso de ese hermoso día, del cual las cuatro habían disfrutado, Constanze se comunicó con la  señora Lyli para que fueran a buscarlas.
-Está bien, querida. Ya envío mi coche  – le respondió-pero no cortes Constanze, pues estaba esperando tu llamada para comunicarte  que los recién casados han avisado  que regresan esta misma noche, mas recomiendan que nadie salga a esperarlos al aeropuerto.
-Que alegría, señora Lyli. Mañana ya podré hablar con mi papá. Gracias por avisarme- y  sin mediar ni siquiera segundos, sólo el tiempo de colgar el teléfono, le transmitió la noticia a su mamá y a las coreanitas que estaban a su lado,  totalmente emocionada,  pero quedaron extrañadas  de tan pronto regreso y del insólito mensaje.
-No te extrañes hija mía. Son recién casados -les recordó la señora Carla.
-Yo pensé – expuso Josefine, con inocencia -, que las lunas de miel eran más largas.
-Ha sido impertinente tu comentario, Josefine – le reprochó Maurenn.
-Tiene razón Josefine, pero eso depende de las circunstancias – respondió la señora Carla.     
-Pues yo, mañana mismo llamo a mi papá – contestó Constanze con énfasis.
-No te apresures, cariño. Ya hemos hablado al respecto – le recordó su mamá.
El chofer llegó a buscar a Maurenn y Josefine quienes  se despidieron de Constanze y su mamá, estrechándoles las manos, en cuyo acto transmitían  el agradecimiento más profundo que no lo expresan las palabras. Durante el trayecto fueron en silencio y cuando llegaron a la Mansión los señores Nelson estaban cenando y preparados dos servicios para ellas, pero dijeron que sólo comerían el postre. Josefine no esperó a que preguntaran. Comenzó  describiendo las maravillas que habían conocido y cómo lo disfrutaron. Maurenn, con el aplomo habitual ratificó lo manifestado por su hermana y que cualquier día las invitarían a conocer la Galería de Arte. Tanto la señora Lyli como su esposo se mostraron encantados de ver la felicidad en sus gestos. Al pedir permiso para retirarse a descansar les dieron un beso en la mejilla. Ese beso les transmitió la pureza de sus sentimientos y ambos comprendieron que aún no habían llegado a aceptarlas como de la familia y cumplir con el compromiso contraído con sus padres al enviarlas desde Corea para su protección. Lo hablarían con David, ahora que Lara ya no volvería a residir en la Mansión.
Constanze, no esperó más y al día siguiente, en la hora del almuerzo, llamó a la Residencia pidiendo hablar con su papá. Fue atendida por el ama de llaves  quien siempre la trataba con absoluta deferencia, pero en esta ocasión, le contestó que iba a preguntar a la señora Lara. La respuesta fue desconcertante. El señor no recibía llamadas telefónicas. Estaba descansando. pensaron que sería por el cansancio del viaje. Esa llamada la repitió en la noche y el ama de llaves la dijo que esperara. Fue la misma Lara quien  la respondió diciéndole que “dejara de molestar, pues de ahora en adelante, ella nada tenía que hacer en esa casa”. Sin poder dominar el llanto fue en busca de su mamá, quien al verla en ese estado, asustada la abrazó, preguntándole la razón de esa angustia y le repitió las palabras  emitidas por Lara.
-Ya te habíamos advertido Marian y yo, cariño, que no te apresuraras. Que les dieras el espacio que necesitan. Están recién casados.
-Pero es mi papa, mamá. Quiere decir que… que… ya ¿no puedo verle? -  El llanto no la dejaba expresarse con claridad.
Dejó pasar unos días y llamó a la oficina del Banco y el Secretario la informó que el Señor Karlton aún no había regresado a su ritmo de trabajo habitual. Como era natural, se lo comunicó a su mamá y las dos se hacían la misma pregunta ¿Qué está pasando? Esa noche Constanze necesitó el consuelo de su mamá, quien debió dormir a su lado. No podía olvidar las palabras de Lara y la extrañaba que su papá aún no se hubiera presentado en el Banco.
Esta misma inquietud se respiraba en la Mansión, puesto que la recomendación de que no salieran a esperarlos aún no podían asumirlo y pasaban los días y la señora Lyli extrañaba su falta de noticias pronunciando su nombre en los momentos más familiares y en presencia de las coreanitas. Su esposo la pedía paciencia pues  conocía muy bien a su amigo Fred, y tenía la seguridad  que eran caprichos de Lara.
-Vosotros no quisisteis verlo – intervino David, ya cansado de la impaciencia de su mamá y sin la presencia de las coreanitas -, pero ya se vislumbraba que ese casamiento estaba creando una atmósfera de tormenta y alteraría el ritmo de la vida familiar. No os habéis fijado en Maurenn y Josefine, que anoche se retiraron a su dormitorio temblando al escuchar el nombre de Lara. ¿Qué pasaría si viene por aquí?
-No quiero pensarlo y como es nuestra hija, en cualquier momento puede hacerlo –  acotó la señora Lyli.
-Yo me ocuparé de ponerme en contacto con Fred, y podré conocer la situación. – dijo el señor Ned.
-Pues yo, dijo la señora Lyli si no vienen, llamaré a la Residencia y hablaré con mi hija.
Qué ausentes estaban todos de las circunstancias que habían provocado esa corta “Luna de Miel” y el no querer que salieran a recibirles. El destino, elegido por Lara, fue Acapulco y el  primer disgusto  fue al escuchar que el recepcionista del Hotel pedía al señor Fred el nombre de su hija, pues a pesar de que ya tenían la reserva de una suite, como era tanta la diferencia de edad no pensaban fueran matrimonio. Los reproches de Lara a su esposo fueron subidos de tono - “irreproducibles”-, y él se vió obligado a pasar la noche en un diván. “No hubo noche de bodas”. Y al día siguiente Fred, debió solicitar otra habitación poniendo un pretexto más o menos creíble para no  quedar en ridículo. Lara disfrutaba de la playa coqueteando al lucir su esbelta silueta, mientras Fred la contemplaba desde una reposera. La convivencia era insostenible. Empezó a rechazarle con hechos y palabras (...) Esas hirientes palabras superaban la paciencia del señor Fred pero igualmente accedía a todos sus “caprichos”. Habían pasado ocho días y Lara sin exponer motivos le “ordenó” tramitar el regreso a París y que no quería a nadie esperándola, Sólo su chofer y que prepararan dormitorios separados. El señor Fred no entendía nada, pero a todo respondía “Sí querida”. Frase que también la disgustaba y se lo hacía saber sin medir las formas en que se lo reprochaba. Regresaron a París y la vida matrimonial no existía. Pero debían de representar la comedia cuando los compromisos sociales les obligaba. Un suplicio  para Lara.
Como Lara no aceptaba las visitas de Constanze a la Residencia, aconsejada por su mamá, insistía en sus llamadas al Banco, hasta que ya la informaron que había regresado a sus actividades habituales, y pudieron reanudar su relación de padre e hija, en la forma que siempre lo hacían. Obvio que Lara estaba ajena a estas invitaciones, de las que a veces participaban Maurenn y Josefine a quien el señor Fred las tenía un gran aprecio. Los señores Nelson conocían la conducta de su hija pero no entendían cómo Fred lo toleraba. Mas David estaba expectante a que en cualquier momento se despertara el volcán que estaba dormido entre las paredes de la Residencia.
Hasta que un día, Fred quiso tener un encuentro con su amigo Ned y desahogarse. Qué momentos de incertidumbre para ambos. Ninguno de los dos encontraba las palabras adecuadas para comenzar el diálogo.
-¿Qué tal, Fred, cómo te sientes? – Fueron las palabras del señor Ned para romper el hielo.
-No te puedo mentir. No estoy  bien. En estos días he estado transitando por las rutas recorridas al lado de Lara y ahora las veo como si hubiera sido un laberinto del cual no he logrado salir y lo peor es que ya no resisto más esta situación.
-Y es obvio que quieres hablar de Lara y de tu hija. ¿Estás tomando la medicación?
-Sí, Ned. ¿Tú conocías el problema de mi salud? Ahora he tenido que reforzar la dosis, aconsejado por mi médico.
-Sí, y no preguntes desde cuándo. Mas si no te importa quisiera saber la causa de vuestro repentino regreso.
Fred no se sorprendió de la pregunta de su  suegro. Y le relató con detalles todo lo sucedido en la “Luna de Miel” desde la llegada al Hotel. Y el regreso y la imposible convivencia. Dormitorios separados y el rechazo permanente y hasta el alejamiento de la servidumbre, a quien  ella dominaba a su antojo. .
-¿Hasta ese extremo ha llegado mi hija?
-Sí, Fred. Y quiero que seas el primero en conocer mi decisión, que pienso  lo entenderás. Como no se ha consumado el matrimonio y no estoy dispuesto a seguir la comedia, ni en la casa ni en público, es mi intención acogerme a los derechos que la ley me concede  para pedir “la anulación” y quiero decírselo en vuestra presencia, y que desde ese momento  debe abandonar mi Residencia. Quiero mi liberación y así podría comenzar de nuevo a tener el contacto familiar que siempre ha existido con mi hija y con mi servidumbre.
-Si tu situación es tal como me la has relatado, lo cual no lo pongo en duda, estás en tu derecho. Conozco bastante a mi hija. Pienso que Lyli puede invitarla a pasar unos días en la Mansión y en el momento que  lo decidas nos visitas para anunciarla el proceso de la “Anulación del Matrimonio”.
-De acuerdo Ned – y estrechándose la mano, cada uno regresó a su coche.
Cuando el señor Nelson refirió a su esposa la situación del matrimonio, no podía creerlo y desconcertada le dijo que necesitaba hablar con Lara, circunstancias que dio lugar a que la invitaran a pasar unos días con ellos, mas sin mencionar la decisión de su esposo.
–He escuchado toda vuestra conversación, pero no habéis pensado en nuestras protegidas. ¿Qué será de ellas si Lara decide aceptar vuestra invitación? - expresó David con firmeza, pensando que el volcán se había despertado -, y el traslado definitivo está muy cerca, puesto que el cambio de su estado civil es inevitable. Un comentario que me han hecho es que se sienten útiles colaborando en la Galería y eso las llena de Paz espiritual.
-Tienes razón hijo - respondió el señor Ned -, hay que buscar una solución de inmediato.
-Yo creo que la tengo. Se han encariñado mucho  con Constanze y su mamá y es un acierto que asistan a la Galería de Arte colaborando como traductoras con los visitantes orientales. Ya están compartiendo más tiempo con ellas que aquí en la Mansión. No hay que esperar papá. Yo hablaré con la señora Carla exponiéndola el caso. Se trata de una persona inteligente, discreta, bondadosa y “madre”. Sabrá entenderlo y estoy seguro que las aceptará como a dos hijas más. Ese es el cariño de familia que nuestras coreanitas necesitan. No tienen que estar en compañía de quien las humilla y desprecia. No pierdo tiempo y me voy a la Galería y como estoy seguro que tendré la respuesta que espero, empezar a escribir a sus padres.
Así sucedió. La señora Carla comprendió la situación de Maurenn y Josefine que estaban presentes y también Constanze y llorando se abrazaron a ellas, agradeciendo su protección y temblando como una hoja a merced del viento. Se entrelazaron las manos con Constanze, prometiendo convivir como hermanas, sin importarles por cuánto tiempo y se dijeron: “Para siempre”.
-Nosotros seguiremos colaborando con sus gastos y todas sus necesidades sin abandonarlas, - les manifestó David, y en su compañía, en horas del mediodía,  se presentaron en la Mansión para trasladar las pertenencias de Maurenn y Josefine al departamento de la señora Carla. Las tres se despidieron de tía Lyli con un beso en la mejilla, quien mostraba aflicción por esa despedida. Pero sorprendiendo a todos, las coreanitas, se dieron vuelta y con sus pasitos cortos pero acelerados fueron al sector del servicio a despedirse y buscar al jardinero y sin emitir palabra alguna le  estrecharon las manos, mostrándole su profundo agradecimiento.
-Vamos jovencitas, que ya está ubicado todo en el coche y se acerca la hora del almuerzo – ordenó David.
Lara aceptó la invitación de su mamá de inmediato y por supuesto, sin consultarlo con su esposo. Apareció en la Mansión, al día siguiente, para la hora de la cena con una alegría desconocida para su mamá y Eleonore que la recibieron en el porche al escucharla decir que ahora respiraría aire puro y el aroma del parque y la convivencia en familia que tanto extrañaba. Cambiando de actitud dijo: “no quiero encontrarme con las coreanitas”.
-No pierdes la oportunidad de expresar tu antipatía por ellas, pero no te aflijas porque ya no están en la Mansión – la respondió su mamá -. Eres cruel. Ellas quieren verte feliz y se han trasladado al departamento de Carla y su hija, que si no lo recuerdas Constanze es la hija de tu esposo. Ya tendremos tiempo de seguir hablando con tu papá, de este tema. Pues yo siento  curiosidad por saber cómo es tu convivencia con Fred y sobre la… LUNA DE MIEL  y el por qué de tu negativa de recibirnos en tu Residencia. 
¿Qué clase de matrimonio has formado con Fred?
 - Son muchas preguntas para la primera noche, mamá. Estoy cansada y quiero irme a mis aposentos.  Mañana seguiremos hablando. Saludas a papá de mi parte.
 Al señor Ned no le sorprendió que su hija se hubiera instalado en la Mansión. Lo desagradable para él era el traslado de sus protegidas y por intolerancia de Lara.  En el desayuno pudo hacerla  algunos reproches de su conducta como esposa de su amigo y hacia su hija, lo cual era comentario de las amistades en el Club, donde siempre iba sola. Las respuestas eran de una Lara sin cambios: la altanera, la soberbia, la orgullosa (…) que dejaban al señor Ned asombrado de la superficialidad de sentimientos de su hija.
 La conversación con su mamá tuvo ribetes de mayor nivel: la Luna de Miel, el rechazo a las coreanitas y a Constanze y  el problema de salud de Fred, a quien  no atendía como esposa.

-No hagas una tragedia con nuestra Luna de Miel ni de mi vida matrimonial. Tenías que arruinar este momento, mencionando a esas intrusas – manifestó Lara -Y te digo que no tolero la convivencia con Fred. Y tampoco existió la Luna de Miel ni relaciones matrimoniales. Me repugna su acercamiento.
 -Me asustas Lara con tus comentarios. Ya le conocías a Fred cómo era, y desde que te casaste, te guste o no te guste, Constanze forma parte de su familia. Es su única hija y tienes que acostumbrarte. No quiero preguntarte ciertas cosas, puesto que me imagino que tenéis dormitorios separados.
 -Así es. ¿Y qué? – respondió Lara, sin importarle que su mamá la llamaba.
 Los señores Nelson ya pudieron comprender que la decisión de Fred, tenía lógica. Lara no iba a cambiar el estilo de vida matrimonial que había llevado en estos cuatro meses, de tal forma que el señor Ned, se vió obligado a comunicárselo a su amigo, quien ya había iniciado los trámites legales a través de su Apoderado. Su visita a la Mansión no se hizo esperar. Al día siguiente por la tarde,  anunciaba Eleonore su llegada.
 La reunión fue entre los señores Nelson, Fred y Lara, quien se sorprendió al verle. Con todo respeto, pidió permiso para anunciarles el motivo de su visita. Con breves palabras dirigiéndose a Lara, la informó que estaba tramitando la “Anulación Matrimonial”, con todos los derechos legales, puesto que su comportamiento como esposa nunca existió y ya no la toleraba más. Lara se quedó paralizada  y sin poder responder. Fred la insinuó “que era más prudente esa actitud, dado que no la asistía ningún derecho  de oposición. Las pruebas eran contundentes. El matrimonio no se había consumado. Y que sólo era necesario su firma cuando les llamara el Juez y serían libres”.  El trámite fue más rápido que lo esperado, dado que se habían casado con separación de bienes y el apoderado de Fred, comprendiendo la situación de su cliente, aceleró en todo lo posible el caso y en menos de un mes ya no existía nada de aquel juramento que los unió diciendo “si quiero”.
 El señor Fred, pudo rehacer su vida familiar teniendo cerca a su hija y al personal de servicio, que sí se habían sorprendido de  tal decisión, pero con sinceridad le felicitaron y volvieron a formar el equipo de apoyo como parte de esa otra familia que le atendía en su Residencia, con absoluta confianza y dedicación.
 Constanze desbordaba de felicidad. Tenía a su papá más cerca que antes del casamiento. Ya podía ir a la Residencia como siempre lo hizo y se confesaba con su mamá, quien percibía en su hija una doble intención. Y un día se presentó en el departamento con su papá. Qué sorpresa para la señora Carla y las coreanitas, mas su prudencia y ver feliz a su hija la obligó a invitarle a que las acompañara a tomar un aperitivo.
 De tal forma que estos encuentros sorpresivos, Constanze, astutamente, los producía. Algo pretendía… Había observado una ventana abierta por donde podía penetrar un aire nuevo.
 Lara ya disfrutaba de su libertad. y luciendo su esbelta figura coqueteaba de nuevo con los jóvenes del Club, donde los comentarios de las amistades no la favorecían mucho. Mas no la importaba. Ahora se paseaba en coche de su propiedad – regalo de casamiento-. Pero cuando quiso utilizar la cuenta bancaria “estaba sin saldo operable”. Es decir que Fred había ordenado cancelarla. Eso no lo esperaba y se dirigió al despacho de Fred, en el Banco, y perdiendo toda la educación y compostura le dirigió algunas palabras inadecuadas, quien con todo respeto la hizo saber que no tenía derecho a nada y que no provocara  ningún tipo de escándalo. Mas ella le reprochaba esa conducta, totalmente alterada, por lo que  se vio obligado a llamar a su Secretario indicándole que la acompañara hasta la salida.
 Así se cerró el capítulo del matrimonio “del viejo Fred y la joven Lara”  Pero no pasó desapercibido tal acontecimiento, puesto que salió publicado en la revista de sociales.
 En los cuentos, como tales, existen situaciones impredecibles, pues  también en éste  algo estaba por suceder.  Se vislumbraba un quinto casamiento pero con la tercera esposa…¿Constanze, lo conseguirá?

Cora Stábile


              EL BÚHO Y LA ARDILLA  Cora Stábile


Se hallaba el viejo búho parado en una rama de aquel enorme árbol que habitaba en el espeso bosque. En un momento dado llegó hasta allí corriendo, tal como era su costumbre, la inquieta ardilla.
 -Buenos días Señor Búho ¿cómo está?
 -Muy bien Señora Ardilla ¿y Usted? ¿Porqué anda tan apurada, acaso la persigue alguien?
 -No, no… creo que no, pero es mi costumbre, y además me gusta.
 -Estaba observando que es un día muy lindo y tengo ganas de ir hasta el río, seguro que allí me voy a encontrar con muchos amigos.
 La ardilla esbozó una pícara sonrisa y, segura de sus posibilidades, le propuso a su inesperado competidor:
 -Le juego una carrera, vamos a ver quién llega primero ¿acepta?.
 El ave la observó sin perder su aplomo y sonriendo le respondió:
 -Por supuesto ¿Usted nunca estuvo por allí? Le voy a presentar a mis amigos.
 Ambos se miraron y haciéndose una leve señal iniciaron la carrera.
 El búho movía las alas suavemente, esquivaba con habilidad las entrelazadas ramas de los árboles que se presentaban en su camino y, en forma directa y segura, llegó al punto que habían acordado.
 La ardilla corrió de inmediato hacia la izquierda y ascendió a un árbol, allí se detuvo de golpe ya que un enjambre de avispas zumbaba en forma amenazante, descendió velozmente y volvió a correr, tan apurada que no reparó en al pantano en el cual, por suerte, no llegó a hundirse ya que se trepó a un tronco que flotaba en él y pudo salir.
 El susto y el esfuerzo realizado le provocaron una gran fatiga que la obligó a descansar un rato.
 Segura de que el tiempo jugaba aún a su favor, volvió a correr, aunque ya no podía hacerlo tan rápido y, para colmo, se torció una pata y el dolor tan intenso que sentía la hacía renguear.
 Al llegar muy agitada al punto acordado, se encontró con el búho que, muy sereno parado en una roca, se dejaba acariciar por los tibios rayos del sol.
 Ambos se miraron y sonrieron, la ardilla sintió una oleada de calor que le subía y enrojecía el rostro.
 El sabio búho la miró y con su serenidad habitual le dijo:
 -Señora Ardilla, voy a hacerle un regalo, atesore esta frase y téngala siempre presente: “No te apures por llegar que el tiempo te enseñará”.


Marta Becker



SECRETO DE CONFESIÓN  Marta Becker

En el pueblo la Nochebuena y la Navidad eran dos fechas sagradas, para pasar en la casa, con la familia y los más íntimos. Pero Año  Nuevo era diferente. Todo era jolgorio y tanto olvido de todo lo malo del año como desparramo de bebidas y saludos.
 Salvo un año que paso a relatar.
 El prostíbulo se adornaba con varias vueltas de luces extras y se promocionaban tarifas especiales para después de las dos de la mañana, un horario con buena afluencia de público.
 Madame Clo Cló recibía a la clientela engalanada de fiesta. Sus dos generosas tetas se asfixiaban en un vestido dos talles menos del correspondiente a sus medidas pero que hacían sonreír ampliamente a sus clientes, que ya la conocían. Las muchachas también se ponían ropa más importante, teniendo en cuenta que era una fecha especial.
 Era tirar todo lo viejo y empezar de nuevo, según sus códigos.
 Los hombres empezaron a llegar, todos pasados de alcohol, como era sabido que ocurriría. Madame Clo Cló le asignaba al recién llegado una habitación y le decía –Póngase a gusto que ya sube su regalito para festejar el nuevo año-, le cobraba y le daba la llave del cuarto.
 La Rosita subió a la habitación N* 7 y cuando abrió la puerta comenzó a los gritos pelados.
 En la cama yacía don Cosme, el cura del pueblo, desnudo y tendido cuan largo era despanzurrado con un cuchillo de carnicero –eso se supo después- con los ojos abiertos y una expresión de sorpresa en el rostro.
 El prostíbulo se conmocionó. Se suspendió la fiesta, todos estaban consternados, mudos de horror frente a tremenda imagen.
 La policía –los pocos que estaban sobrios- se apersonó en el lugar, tomaron fotos, estudiaron la escena sin encontrar rastros y se llevaron el cadáver para cumplir al día siguiente con todos los pasos que exige la ley.
 A pesar de todas las pericias y averiguaciones no se pudo establecer quién fue el autor del crimen.
 Para las Pascuas llegó al pueblo el nuevo cura enviado desde la Capital. Un muchacho recién recibido en los hábitos, fresquito y sin experiencia.
 El Padre Aníbal fue bien recibido y las beatas de a poco entraron en confianza. Supongo que su juventud y buen porte le jugaron a favor.
 Una tarde de otoño, cuando el sol ya no calentaba, una muchacha conocida por todos y que hacía rato no se la veía  se presentó en la iglesia y pidió hablar con el Padre Aníbal.
 - Padre, si yo hablo en confesión ¿usted debe guardar el secreto?-
 - Por supuesto, hija, queda entre nosotros y Dios.-
 - Ah, perfecto, Padre, porque ya no puedo guardar más el secreto, me salta del pecho y me quema.-
 -¿Tan grave es tu pecado, hija?- pregunta el cura, sin darle demasiada importancia a las palabras de la chica. -Un pecado de juventud no será tan grande que no se pueda perdonar- piensa.
 -Yo maté a don Cosme- dice de golpe.-
 La sangre se heló en el cuerpo del Padre Aníbal. Dejó de respirar por unos minutos. Supuso que escuchó mal, hasta que ella lo repitió.
 -Yo maté a don Cosme.-
 El Padre Aníbal guardó silencio, no sabía qué decir de la sorpresa. Pensó que la transferencia del secreto lo convertía en cómplice, pero nada podía hacer al respecto más que escuchar la confesión.
 -Cómo es eso, ¿te das cuenta de lo dicho, de que no alcanzarán miles de Padrenuestros ni bendiciones para perdonarte? Aunque yo debo hacerlo, es mi deber como representante de Dios y no debería juzgarte… pero necesito saber, por lo menos, por qué…
 -Porque yo le daba todo, todo. Estaba en todo momento con él, cumplía todos sus deseos, todos ¿me entiende, Padre? , y él no tenía por qué salir a buscar putas… se lo advertí y no me escuchó…
 -Pero hija, a pesar de su condición de cura en el fondo un hombre es un hombre…
 -Sí, un hombre es un hombre… pero un padre no traiciona