domingo, 18 de septiembre de 2016

Martín Alvarenga

                    Árbol sagrado  Martín Alvarenga

El lapacho, profecía de la primavera correntina, el árbol de la celebración fugaz del instante y la melancolía de lo efímero. En su fronda armoniosa, refulge con timidez la hegemonía del rosado, con la levedad que se expresa en la palpitación visual del lila, mimetizándose en su orgullosa cabellera, en su ondulante y cautelosa silueta, en su raíz tan metida en la tierra como los amantes fusionados en sobredosis de pasión y locura, de castidad y hedonismo.
Este árbol representa la elegía de la femenidad, ésa que la mujer posee en la juventud y la madurez y que, al llegar al ciclo otoñal, languidece parsimoniosamente. Pero la significación de esa arborencencia en cada una de sus hojas aglutinadas en un punto dinámico, se extiende al hombre y a la vida toda, pues su poder semántico alcanza a cubrir el horizonte de todo el andamiaje de la arquitectura del cosmos, en simbiosos de aniquilación y renovación.


El lapacho no es más que la síntesis de la precariedad y la vulnerabilidad del universo. Por eso, cuando anuncia la primavera nos advierte, con franqueza y generosidad:

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