jueves, 20 de octubre de 2016

Liliana Souza

1936 - Pizarnik - 1972  
Liliana Souza

Dos fechas.  29 de abril de 1936.  25 de setiembre de 1972.   Dos extremos que marcan los vaivenes exactos del poema.  Una voz lanzada, perdida en algún territorio, en aquel pequeño mundo de Alejandra Pizarnik.
 Como escritoras, analizamos la obra y la magnitud de su palabra, la que no conduce a respuestas únicas o fijas, sino ambiguas, múltiples. 

Aquí, algunos textos.


Retrato                                                                      de María del Carmen Catalán


Bebió de la vida

hasta emborracharse

buscando en ese corto  trayecto

algo que le permitiera descubrir

que valía la pena recorrer ese camino.

En su primera persona del singular

guardó más que un tesoro,

un cúmulo de dudas sin respuesta.

Sufrió.  Padeció.  ¿Gozó?

Imposible saberlo con certeza.

Sólo anduvo y en el andar

dejó las huellas de su sentir.

Caminaba sonámbula, transparente,

buscando quién sabe qué,

para dar sentido a la vida.

Y así, se fue.

Buscando quién sabe qué,

para dar sentido a la muerte.     


Porque la poesía no ocurre en las palabras sino entre ellas, Alejandra escribió.  

Mariposa de cristal, como restos fósiles de la poeta que fue y continúa.


Destellos                                                                                  de  Mabel Enriquez


Hoy aleteas sin rumbo

                     mariposa de cristal.

Para herirte,

descerrajaron sin piedad

                                 la red.

Te astillaron las alas.

No pudieron matarte.

Te buscaron en las flores de los jardines.

 Vos aleteabas,

        entre las flores de los cementerios,

                                    impulsada por la muerte.

La sangre coloreaba las alas astilladas.

Hasta que decidiste dejarte caer.                    

Más no lograste la quietud.

Hoy, aleteas sin rumbo,

                       mariposa de cristal,

con las astillas

                           dando brillo y reflejos,

                           sobre flores de poesía.  


Esa mujer distante, sin edad y suspendida en su lugar vacío, abrió un nuevo claro en el bosque de la palabra.   Esa mujer, su deseo y la gestación casi imperceptible.


Alejandra, ya sin voz                                                                 de Graciela Lewis


Los espíritus del monte le dijeron:

Sólo silencio e inmovilidad habrá en los árboles. Conviene que haya quien los proteja.

Entonces nacieron los guardianes. Así, se perfeccionó la obra cuando la ejecutaron, después de pensar y meditar.

En esa tierra, días y noches distintos, un algo fue surgiendo luego de sacar capas de hermetismo total.

Eran poemas, relatos. Cada uno mostraba su esencia en la búsqueda balbuceante de calor y luz.

Vivencias, sentires, gozos, no explicados.

Ése era el precio de una vida infeliz. La savia nueva corría a borbotones, en busca de su camino, hasta encontrar el sonido de una campana opaca que le marcara los días entre cielo y tierra.

Magia callada y sutil, fácil de gozar y absorber.

Pudo esperar, porque así lo estableció desde el principio, por siempre.


Como escritoras, analizamos a Alejandra Pizarnik.  Una traza, apenas fugaz, como el acto de romper espejos para que surjan más superficies, más Alejandras.  Para que regrese. Para que vuelva, una y otra vez, luego de cada muerte.

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