domingo, 19 de noviembre de 2017

Víctor Marcelo Clementi


Que época 
Víctor Marcelo Clementi

Suena cumbia en barrios de lata, sembrados de matufia y aprietes. Tanta adrenalina bosteza el miedo.
Todo por un baguyo para despuntar el crepúsculo. Camino los cordones que desata la vereda y los tiros aledaños. Un par de tranzas en la esquina me huelen los billetes:
-70 los 25, jefe, 50 la bolsita de 3-me tarifan el vicio al cruzarlos.
-¿Paragua? insinúo
-Es lo que hay, maestro- responden
-A la vuelta paso- les miento por las dudas. No sea cosa que me hayan saboteado el maneje y me falte humo. A uno de los dos chabones lo tenía visto. Hasta creo que charlamos un toque. Sí, recuerdo que me sorprendieron un par de cosas que dijo. Hasta pensé: "este fulano tiene otra musculatura intelectual, sangra talante al hablar" Otro vagabundo del lenguaje que holgazanea por los atajos de la noche. Amigo del Cebo. O de Lucio, otro malabarista del chamuyo que vivía de ocupa en un depósito abandonado junto a demases huérfanos de la vida.
Muchos han criticado esta adicción a juntarme con residuales, esos poseídos por la yeta. Pero lo llevo dentro. No me olvido que nací y crié en un conventillo familiar; que hicimos la canchita enfrente cuando derrumbaron el caserío y limpiamos escombros. Algunos cascotes derrocados jugaban de arco. Con pelotas de trapo y si había chirolas, la de goma. Jamás una de cuero, la veíamos por tele o en el Club. Eso no se olvida. Aunque me haga el fino, la mancha de choripán en el buzo me delata. Es el barrio es... Qué época amigo, hoy que recorro los médanos inciertos de la ilusión.
Mientras camino rememoro, me abstraigo hasta volatilizar, tanto que desbando. Y eso no está bueno, la realidad es un depredador. Una palabra de más en el ambiente equivocado y fuiste. Hay que sospesar lo que decís; si ostentás verba se creen que los gastas, si hablas poco desconfían que seas ortiva. Sea como fuere, si bardeas chau... otro verdugo para tu karma.
Esa, me parece que es esa la casilla. Son todas parecidas, blancas y oxidadas, pero me juego. Toco la puerta una, dos, quince veces: nada. De pronto sale una viejecita del pasillo de al lado retándome por el baruyo a chapa:
-Ya se fue, no ve que no está, no se da cuenta?  Lo llevó la policía hoy a la madrugada, así que váyase a buscar droga a otro lado.
-Ya me voy- y me fui, se puso densa la película. Lo mejor es una retirada elegante.
Retrocedo las calles y los recuerdos. Me veo pibe, calle, con la frustración invicta, cuando sucede lo previsto: los dos tranzas de la esquina pasada ahora son cacheados por la poli. No quiero que me escrachen de testigo cuando aparezcan las bolsitas de la campera. Qué tarde de mierda, puta leche. No es como recordar, allá todo es perfecto, mágico, hasta lo que duele.
Qué época amigo... me fue goleando la vida, me comí dos mil sopapos, y una fétida migraña en la gambeta expulsó las piruetas tribuneras. Pero hay un aire azul que vespertina...
No puedo esconderme, si pianto me delato. Quiero ser invisible, indetectable, desvanecer, no existir un momento. Y sucede: paso pegado a los tranzas y la yuta sin que me detengan. Camino, camino, aunque sé que jamás regresaré a la infancia prometida. Pero es el camino el que nos define.
Por fin salgo de la villa, de la jungla que atrapa metáforas. Camino, camino, ya se visualiza la luz al final del túnel. La hinchada corea revancha. Arranca el segundo tiempo. ¡Aguante carajo..!


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