sábado, 24 de febrero de 2018

Carlos Margiotta

Poemas sin  importancia 
Carlos Margiotta


LA CITA

Te esperaré
en tu lugar desierto,
donde no hay palabras
sólo ausencias.
Te esperaré
en la orilla de tu herida
allí donde me dijiste
ven acaríciame.
Te esperaré
otra vez donde gimes
en el lugar de tu dolor
donde me distes la cita.

SÁBADO
           
No hay palabras en tu boca
amanecida de ausencias,
ni lágrimas rodando
por el lunar de tu mejilla.
El universo ha desaparecido
detrás de tu mirada mojada.
Los humanos huyeron del lugar
junto a los ángeles y los pájaros.
Sólo estamos tu y yo
como dos desconocidos
tan distantes y tan cerca
en la mañana del sábado.

MI MADRE

Grabada sobre
la piel de la historia
Día tras día
Año tras año
Siglo tras siglo
Mi madre me sigue enseñando
El significado
De la palabra amor.

ME ENCONTRARÁS

Me encontrarás
En ese lugar impreciso
Entre la luz y la oscuridad
Entre la llegada y la partida
Entre al amor y el desamor
Entre el nunca y el siempre
Entre el pasado y el presente
Y cruzaré el puente
Que nos separa
Entre tu mirada y la mía.

LOS AMANTES

Los amantes se muerden,
se chupan, se mojan,
se aprietan, se retuercen,
se gimen, se lamen,
se refriegan, se agotan,
hasta el final... y más tarde
se vuelven a morder, a chupar,
para agotarse en amor...

TUS BESOS

Besos tibios, besos acurrucados, besos serenos, besos sucios, besos consuelo, besos araña, besos distraídos, besos ausentes, besos malcriados, besos tristes, besos consumo, besos misericordiosos, besos fugitivos, besos mojados, besos atormentados, besos casuales, besos adiós, besos invasores, besos emprendedores, besos trémulos, besos aburridos, besos asquerosos, besos mentirosos, besos maricones, besos iluminados, besos rigurosos, besos heridos, besos ansiosos, besos chicles, besos perdón, besos urgentes, besos oscuros, besos tumultuosos, besos simulados, besos amparo, besos parciales, besos trompita, besos amargos, besos tormentosos, besos idiotas, besos arrepentidos, besos olvidados, besos flor…
Tus besos, siempre tus besos     


MUJER DE PIEDRA

En el principio era el caos.
Después, una mujer
encerrada en la piedra
Entonces apareciste tú,
pájaro de arena y viento,
barajando un destino prohibido.
En tu vuelo fuiste niebla,
grises sobre la piel mineral,
pechos, madre.
Y te posaste desnuda
sobre el agua del adiós,
como una ausencia.
Tu seno se abrió
con misteriosos bandoneones
de mármol y cielo.
Nervaduras fértiles de fuego
encendieron la noche,
y tu parto fueron estrellas.
Las espigas buscando el sol
cantaron una plegaria
de adoquín y esperanza.
Signos, huellas de dos caras
grabadas en la tierra curva 
de rectas y olvido.
En el final fue la piedra.
Después, palabras.
Y todo se volvió eterno

NOCHE

Cuando se vaya la noche
y deje tu piel mojada de luna
caminaré detrás de tu mirada
sobre las palabras del adiós
esas que nombras en silencio
en cada beso, en cada temblor.
LA SOMBRA

 La sombra desparramó su figura
 sobre las baldosas de oro
 escritas de ilusiones tempranas
y berretines verdes.
 Derramó el oscuro
 como una gola acostada
 en las miradas rojas de la tarde, 
ynse quedó abrazada a los pies 
para desaparecer 
dentro de las piernas 
de su dueño.           
  
PUENTES FLOTANTES

Tendido entre
dos cuerpos
dos palabras 
dos miradas
dos alientos
dos distancias
dos silencios
dos perfumes 
dos orillas. 
Como puentes flotantes, 
bajo el torrente, 
el tuyo,
el mío.

RENGLÓN
  
Llegará  el día 
en que tu palabra escrita
se encuentre con la mía
en un estrecho
renglón de papel,   
entonces no harán
otra cosa que besarse.

UNA MUJER

El hombre del mar
recogió los peces. 
El de cabeza de piedra
preparó el fuego 
y el hombre alado 
tejió el nido, 
para que los guerreros 
descansaran sus escudos 
e imaginaran a una mujer 
florecida en venas.


LA MAGA
  
Podría renunciar a la gravedad 
y dejar que la mariposa me lleve
atado a sus nervaduras
hasta posarme en cualquier cielo.
Desprenderme como una hoja
y caer por el tobogán lustroso
con hijos abrigados
de arena y otoño.
Podría renacer en la plegaria
de un árbol arrepentido,
ser azul, rojo, amarillo
morir olvidado en el pincel 
si La Maga lo quisiera.

Gabriela Carrera

El candidato 
Gabriela Carrera

Cumplir años es obligatorio, envejecer es opcional.
Desde el día que leí esa frase, la adopte. Tan real e inamovible como la salida del sol por el este.
Cuando te acostumbras a la idea y haces las paces con el almanaque, el resto fluye.
Me gusta el ruido de los tacos firmes de mis pasos, me gusta el tintineo de mis pulseras al andar. Me gusta tomar un baño por la mañana antes de salir. Sentir la brisa tibia en la cara, escuchar música.
Creo y sostengo que un día sin música es un día perdido.
Ese martes como, cada tercer martes del mes, voy al salón de Ceci por coquetería. Para intentar retrasar el paso del tiempo. Para engañar al espejo por un par de días, hasta que las canas vuelven a asomar. Ventajas de ser mujer, pintarse el pelo y que casi, no se note.
Esa mañana estaba el barrio convulsionado, el político de turno en campaña electoral, había llegado con una caravana de autos y sirenas. La gente lo ovacionaba a su paso. La calle principal estaba adornada con banderines del color de su partido. Una multitud importante lo acompañaba hasta la plaza principal. Ahí lo esperaba una comitiva de funcionarios en ejercicio. La bandera nacional izada al mástil recién pintado. El bullicio de los chicos que habían salido del colegio banderas en alto, para que hiciera paso el flamante candidato.
En un escenario  perpetrado para la ocasión, lo aguardaba el micrófono para regalar su discurso repetido hasta el hartazgo. Bocinas, ladridos de perros y hasta la sirena de los bomberos anunciaban la llegada del lúcido aspirante.
El espectáculo colorido y ruidoso atrajo mi atención. Sólo la atención, no cambiaría mi martes de salón por ningún candidato en campaña.
Cuando la caravana está llegando a la plaza, llega un micro trayendo seguidores, cantos bombos, banderas agitadas, corridas de jóvenes y niños. Y señoras a pasos apresurados para no perderse el discurso.
Cuando estoy por cruzar la calle, la bocina del camión repartidor de gaseosas me paraliza del susto.
¡Hola, buen día! Dice una clienta, al entrar a la peluquería. ¡Buen día!, contestan las señoras, sin levantar la mirada de las revistas semanales.
¿Se enteraron? Entre tanto griterío y alboroto por la llegada del candidato, un camión de Coca-Cola acaba de atropellar a una señora.





Marisa Presti

                          
El estrudell  
Marisa Presti


Su presencia imponía respeto. Era corpulento, de tez morena y sombría. Su mirada torva parecía traspasar personas y  cosas. Los labios, siempre con un rictus amargo, estaban coronados por un bigote espeso recortado al estilo de los antiguos piratas.
En el barranco, todos trataban de esquivarlo. Le tenían miedo. Desde que el ferrocarril había dejado de andar, sus aires de capataz sin subordinados había ocasionado más de una pelea. Era, sin duda, un hombre violento, que no necesitaba más que un pequeño malentendido para armar  pelea.
 Cuando Gertrudis lo vio, parado en el marco de la puerta, fue tan grande el susto que casi se le cae el estrudell que justo estaba sacando del horno. Su madre, cuyos abuelos eran alemanes, le había enseñado una receta de la auténtica delicia de masa hojaldrada. Una receta que ya tenía historia, porque había pasado de generación en generación.
El hombre apenas murmuró un saludo, mientras le señalaba el pastel. Cuánto cuesta, dijo. Gertrudis no comprendía. ¿Cómo? Que cuánto vale lo que tiene ahí, repitió el intruso. No sé, titubeó. Y cuando ya, sólo del susto, iba a decirle que se lo llevara nomás, que ella se lo obsequiaba (con sólo que se fuera de su casa), algo la hizo reflexionar. Hacía cuatro días que su marido no podía comprar leña debido a los escasos fondos que había en la casa. Así que calculó: tantos pesos, tanta leña, y rápidamente dijo: "vale 7 pesos". El hombre hurgueteó en sus bolsillos, puso un billete y monedas sobre la mesa, y casi sin mirarla, estiró la mano para agarrar el estrudell.
Cuando se fue, Gertrudis suspiró aliviada. Un poco por el susto y otro poco por la alegría que le iba a dar a su marido. El mundo, pensó, a veces parecía tan simétrico, y otras, como ahora, permitía recrear nuevas formas, nuevas salidas, esperanzas que se abrían a un firmamento distinto, donde los planetas danzaban y se permitían libertades que normalmente no tenían. Ella había sido una privilegiada, había esquivado los reveses de un invierno crudo gracias a esa conjunción del azar. Se sintió feliz, eufórica, hasta le dieron ganas de montar en su pobre asno y salir a cabalgar los prados como una amazona descontrolada. Se puso a cantar. Tenía temor que la invadiera la nostalgia, algo que casi siempre le pasaba cuando estaba contenta, como un sentimiento de culpa que la iba invadiendo aunque no quisiera. Qué culpa tenía ella que la diosa fortuna la había elegido en vez de a otros. Qué culpa.
El sonido de su voz, a todo el volumen que podía darle, distrajo su oído de los cascos de un caballo que se acercaba. No lo vio hasta que de nuevo se recortó en el marco de la puerta. Mentirosa, le dijo. Y apretó reiteradas veces el disparador del fusil que sostenía entre las manos. Gertrudis cayó boca arriba. Sus ojos quedaron abiertos expresando el estupor de la visita.
El hombre agarró el billete y las monedas que estaban arriba de la mesa. La miró, y despechado dijo: nadie me vende pastel de membrillo disfrazado de manzanas, de mí nadie se burla.
Pobre Gertrudis. A veces el mundo es tan simétrico como parece.



Francisco D. González

              
El mundo teta de Victoria 
 Francisco D. González

Victoria duerme después de haber tomado la teta. Todo su universo es una teta, dos tetas que reclama escandalosamente cada 3 o 4  horas. Cuando tiene hambre no existe canción ni violín ni quena que la puedan calmar. Ella protesta, llora, hace berrinches... naufraga en nuestros brazos que la llevan a la teta. Entonces comienza a chupar, emocionada. Mueve la cabeza y boquea como si fuera un pez fuera del agua, y una vez que se prende y en su desesperación, emula los sonidos de un chanchito. Se ahoga, se atraganta, tose, le da hipo... La madre se asusta y levanta sus brazos. Mi niña hambrienta tarda pocos segundos en reponerse y vuelve a empezar. Cuando termina queda knout, medio borrachita. Extenuada por el esfuerzo y por todos los movimientos de su cuerpo contorsionado. Entonces la tomo en mis brazos y la ayudo con el provecho mientras su madre descansa, va al baño, toma agua y se prepara para el próximo round que ha de llegar en media hora.
La pongo contra mi pecho, la cuelgo del hombro. Con la mano derecha golpeo su espalda unos 5, 10 minutos. A veces la pequeña explosión tarda en llegar... entonces intento con la posición que más le gusta: boca abajo, con mi brazo izquierdo bajo su panza... Ella se queda tranquila, contemplando la habitación... Finalmente las palmas en la espalda hacen su efecto. El provechito de Victoria es como una gota de alegría, de gracia, de alivio y bendición. Es el eructo de la vida... Luego llega el momento más hermoso. El momento de jugar. Ahora está bien despierta y aún no reclama por más leche. Aún tiene hipo y se está quietita... La acuesto en la cama, reviso el pañal y lo cambio si está sucio... Tomo la guitarra y canto "La vaca estudiosa" o "Canción del jardinero" o "Plantita de alelí" o alguna chacarera o zamba que sale del corazón...
La madre ha vuelto de sus quehaceres y se sienta en la cama para hablarle amorosamente. Se miran a los ojos con profundidad y mirarlas es una de las cosas más bellas. Toco la quena y la flauta, quizás para llamar la atención porque estoy afuera de ese universo lácteo. La constelación de pezones que Victoria busca fascinada. Acerco a la niña a mis ojos. Le hago cosquillas en la boca, hago un ruidito agudo. "PRrrrr" insisto, rozo sus mejillas... Victoria al fin sonríe y el mundo es  maravilloso. La risa de Victoria es el triunfo de la vida. La risa santa nos llena de emoción y felicidad. Pero es breve como un suspiro porque ya comienzan en su rostro, rictus de dolor. Ya comienzan los pucheros, los brazos y las piernas que se agitan... Tiene hambre y el llanto no se hace esperar. La madre la toma en brazos, le habla: "¿Qué pasa mamá? ¿Qué son esos caprichos?"... Como una flecha que da en el blanco, un colibrí que encuentra el néctar, la nota justa de un armonía mayor, la palabra reveladora de un poema inspirado... Dos mundos que se buscan en bendita ceremonia. La boca y la teta se vuelven a encontrar y todo comienza nuevamente... El mundo sigue girando mientras mi niña crece feliz y no existe para ella otra razón que dos inmensos pechos llenos de leche y  amor... Luego vendrá la siesta, los cambios de pañales, algún paseo por el patio y los brazos de los amigos que nos vienen a visitar. Vendrán los brazos de la nona, de los abuelos, los tíos... Vendrán los regalos...  Y más guitarreadas, más canciones de la madre, y música de Mozart, Beethoven... Olerá el jazmín que le acerque a su rostro. Sorteará con distinto humor los baños nocturnos y nos dejará dormir según su antojo. Todo, todo, todo, entre teta y teta, entre mamada y mamada. Su madre tendrá jaqueca, cansancio, dolor de muelas y muchas cosas por realizar, pero hace mucho días que ha dejado de ser persona para convertirse en dos tetas que le duelen, que chorrean leche cuando están llenas.
 Les pone crema de caléndula y las tiene todo el día al aire. (Aún no pusimos la cortina, y tengo que andar subiendo y bajando la persiana para que no la vean)
Mi niña dormirá y nos dejará hacer unas poquitas cosas hasta la próxima ingesta que no tardará en llegar, y la rueda volverá a girar junto a la leche brotando como agua fresca del manantial de la vida.


Lulú Colombo

.                                       
El carrito de feria  
Lulú Colombo

Lo observó asombrada por la prestancia y el  corte perfecto de sus ropas. Qué andará arrastraba el sol en el destartalado carrito de la feria, como todos los jueves de todas las semanas de toda su vida. Un cuerpo vegetal se mecía a sus espaldas con brazos de apio, narices de machucho y sonrisa alegre de sandía. Fin de feria. Los chicuelos sucios recogían los restos. El olor de flores y frutas atravesaba los toldos para unirse en el aire con el recuerdo del mar entre gritos y carcajadas de mestizos y orientales. Las tiendas iban desapareciendo en los camiones y la cerveza circulaba entre los hombres. Un día más, pensó, es el último jueves de junio. Ya estamos a fin de mes. Debo apurarme, todavía tengo que acomodar las compras antes de preparar el almuerzo.
Bajó la ladera automáticamente seguida del batir de las ruedas que se atascaban en la calzada desigual. Al doblar la segunda esquina vio al hombre que avanzaba majestuoso haciendo por aquí, a pie, pensó mientras se cruzaban; su pensar fue detenido por una voz que le pedía auxilio. Se dio vuelta y allí estaba aquel hombre apuesto, esperándola. Se le acercó curiosa y se dejó atrapar por el halo de importado que lo envolvía. Auxilio, había gritado y esa palabra sólo escuchada hasta ese día en la televisión, se le hizo realidad en la mañana de sol. Estaba parado y tieso como un emperador. Necesito llegar a la avenida y no sé dónde estoy. Soplos de  belleza y pena la empujaron a guiarlo. No se preocupe, espere que dé vuelta el carrito y lo acompaño. Es usted una persona muy buena. He salido hace varias horas y nadie me ha querido ayudar. Tengo que ir al hospital que está en la avenida, dijo. Ella lo tomó fuertemente del brazo como una novia que baja del altar. Y subieron y bajaron laderas conversando y ella lo sostenía con vigor y le avisaba dónde pisar para driblar los peligros de las calzadas desparejas. Llegaron a las puertas del severo edificio. Hemos llegado, estamos en la puerta principal.
Ir y venir de sufrientes, médicos y vendedores ambulantes en el hall. Filas silenciosas. Olores indescriptibles.
Le agradezco haberme acompañado. Sólo quiero pedirle un último favor. Necesito llegar a la morgue. Todo esto parece ser tan grande. Tengo que reconocer un cuerpo, no se lo dije antes pues estas son cosas penosas y asustadoras, pero me parece que usted es una persona que puede comprender. Está bien, no se preocupe, lo llevaré, no me cuesta nada y no me agradezca. Supongo que si estuviera en su lugar, alguien me ayudaría también. Pues no lo crea, las cosas no son así en  realidad, dijo el hombre. Ella les abría camino, el carrito con sus brazos de apio caídos se desplazaba a sus espaldas.
Y llegaron por fin. Puerta alta. Leyó en voz alta "Morgue" y empujó la pesada hoja.
Nadie los detuvo y entraron. En las mesas yacían bultos tapados. Ella se estremeció y soltó el brazo del hombre y el carrito. Bueno, creo que ahora lo puedo dejar, debo irme, ya es tarde. Una voz grave a sus espaldas surgió para decirle que efectivamente ya era tarde. Ella se vió de repente parada en una morgue. Sólo las había visto en las películas. El carrito de la feria era lo único colorido en esa sala. Quien le hablara era un sujeto vestido de verde, ojos achinados. Este es Guish, mi ayudante, le dijo majestuoso, mientras se quitaba los modernos anteojos de sol. Ella pudo ver la ausencia de pupilas que, sin embargo, observan. Cálmese, le dijo, quiero mostrarle algo, necesito su ayuda para reconocer un cuerpo. No se asuste. Venga, la tomó de la mano con firmeza y la llevó hacia una de las mesas. Ella estaba paralizada y no se resistió. Algo se había roto en su interior. El hombre se había colocado los elegantes anteojos oscuros y de su cuerpo tan vital las esencias importadas salían a mezclarse con el olor de la muerte embalsamada. Los ojos achinados de Guish la contemplaban agazapados como un felino.
La sábana fue corrida con cuidado y apareció el la imagen. Era una mujer de media edad, piel lisa y semblante sereno. Su rostro le recordaba a alguien y le producía un indefinible espanto. Cuando miró sus ropas, el terror se le alojó en las rodillas. El hombre la sostuvo y algo le murmuró al oído. Ella le describió la mujer lo mejor que pudo y mientras hablaba, el cadáver se le iba haciendo más espantosamente familiar. Cómo está vestida, le preguntó. Ella fue mirando y trasmitiendo lo que veía. Se miró y comprobó con horror que la muerta tenía la misma ropa y los mismos zapatos que ella.
No podía entender qué estaba sucediendo pues ya no había espacio ni tiempo en su mente. Cuando vio la pulsera china en la muñeca y el anillo que le había hecho un artesano en la montaña, reaccionó. Por favor, esta mujer se me parece, qué está pasando, de dónde salió todo esto. Cálmese señora. Como ya le dijo Guish, es tarde. Venga conmigo, mi nombre es Mardek. Vengo de muy lejos en el tiempo. Explícale Guish de que se trata. Ella posó sin querer sus ojos en el carrito de verduras abandonado cerca de la puerta y esto le hizo ordenar sus ideas y serenarse. Antes de irme me gustaría saber el nombre, la edad y la circunstancia de la muerte de esa mujer, dijo ya recompuesta ella, con la tranquilizadora convicción de que se trataba de una macabra coincidencia y de que trasponiendo la puerta, saldría de ese inexplicable escenario de semejanzas alucinatorias.
Guish, cruzado de brazos, no parecía estar cuidando la salida. Sacó de algún lado un papel y antes de comenzar a leer, Mardek lo paró con un gesto. Quiero saber si usted está segura de que quiere saber quién es la muerta, la edad y la circunstancia de su muerte. Y si sabe el riesgo que eso implica. Piénselo.
Ella lo miró sin entender y con la idea fija de salir y hacer la denuncia a la policía no sabía bien de qué. Algo era criminal en todo esto y la policía podría resolverlo. Si, respondió tajante. No veo ningún riesgo en saber la identidad de una pobre muerta, sólo porque  se parece increíblemente, que estoy viva, aunque yo no tenga nada que ver. Pariente no puede ser, ya que yo no tengo parientes mujeres de esa edad, es más, la mayoría de mis parientes ya fallecieron y los que están vivos, están muy lejos. Recuerde, replicó Mardek, que yo le pedí ayuda para reconocer un cuerpo, no es usted la que tiene que reconocer nada. Señor Mardek, supongo que usted no pensará que enloquecí como para creer que esa muerta soy yo, porque prácticamente cuando se la describí, me di cuenta de que era como si estuviera describiéndome a mí misma. Es lógico que estoy conmovida con tan horrorosa coincidencia, pero si pensé por un instante que yo era la muerta, naturalmente enseguida me di cuenta de que  eso era imposible. Le repito, me impresiona, pero sé que yo no soy ella. Por eso me gustaría, antes de irme, como le dije, saber quién era. Si no hubiera habido esta coincidencia, es claro que no lo preguntaría.
Quiero aclararle señora que aquí no hay coincidencias, dijo Guish con mucha calma. Esperaba que viniera con Mardek, precisamente hoy, pero usted podía elegir. Díle Guish de quién se trata y no omitas ningún detalle, dijo Mardek instándolo a continuar. Pues bien, ya que está decidida y quiere saber, se lo diré, se trata de Tania Alves Forbes, de cuarenta y un años, soltera, vivía en la calle Melo y falleció instantáneamente el último jueves de junio, al cruzar la calle de la feria del brazo de un ciego.
                                                                      



Heberto Padilla


                               
POEMAS 
Heberto Padilla  (Cuba, 1932)


Quizás el más importante de los poetas cubanos actuales.  Ha publicado, entre otros, Las Rosas Audaces 1948, poesía; Buscavidas,1960, novela; El Justo Tiempo Humano, 1960 poesía; Fuera del Juego, 1968, poesía; El Hombre Junto al Mar, 1981, poesía, y En mi jardín pastan los héroes, novela;  entre otros.


RETRATO DEL POETA COMO UN DUENDE JOVEN



Buscador de muy agudos ojos

hundes tus nasas en la noche.  Vasta es la noche,

pero el viento y la lámpara,

las luces de la orilla,

las olas que te levantan con un golpe de vidrio

te abrevian, te resumen

sobre la piedra en que estás suspenso,

donde escuchas, discurres,

das fe de amor, en lo suspenso.

Oculto,

suspenso como estás frente a esas aguas,

caminas invisible entre las cosas.

A medianoche

te deslizas con el hombre que va a matar.

A medianoche

andas con el hombre que va a a morir.

Frente a la casa del ahorcado

pones la flor del miserable.

Bajo los equilibrios de la noche

tu vigilia hace temblar las estrellas más fijas.

Y el himno que se desprende de los hombres

como una historia,

entra desconocido en otra historia.

Se aglomeran en ti

formas que no te dieron a elegir

que no fueron nacidas de tu sangre.

 

EXILIOS.


     Madre, todo ha cambiado.

     Hasta el otoño es un soplo ruinoso

     que abate el bosquecillo.

     Ya nada nos protege contra el agua

     y la noche.

     Todo ha cambiado ya.

     La quemadura del aire entra

     en mis ojos y en los tuyos,

     y aquel niño que oías

     correr desde la sala oscura,

     yo no ríe.

     Ahora todo ha cambiado.

     Abre puertas y armarios

     para que estalle lejos esa infancia

     apaleada en el aire calino;

     para que nunca veas el viejo pedregoso

     camino de mis manos,

     para que no sientas deambular

     por las calles de este mundo

     ni descubras la casa vacía

     de hojas y de hombres

     donde el mismo ayer sigue

     buscando soledades, anhelos.


Martín Rabezzana

Ma soeur Anabela, je t'aime  
Martín Rabezzana
                       
Ella tenía veintiún años y su hermano veinticuatro; se habían conocido hacía cuatro meses; la chica era poseedora de una dulzura impropia de una mujer hermosa como era, ya que esas mujeres capaces de crear pasión sin ningún esfuerzo, no aprecian y hasta desprecian en general a quienes ante ellas se rinden aún cuando no busquen en ellas sólo la satisfacción de sus necesidades sexuales, sino también emocionales.
Estaban sentados a la mesa tomando mate. Él le dijo:
-Vos sos muy religiosa y yo no sólo no creo en dios, sino que además, de existir, no creería en su bondad, razón por la cual estaría en su contra.
La chica le dirigió una mirada bondadosa que demostraba cuánta tolerancia no religiosa monoteísta tenía ante las opiniones opuestas a las suyas.
-Vos puedes...
-El "vos" se usa con el "podés".
La chica sonrió.
-¡Está bien hermanita! Ya vas a aprender nuestro castellano.
Ella volvió seria su expresión.
-Ya hablo bien, pero cometo todavía algunos errores de principiante.
Permanecieron en silencio algunos segundos, después él dijo:
-¿Por qué quisiste conocerme?
-Porque sos mi hermano. Sos de mi sangre.
Él dijo con desprecio:
-La sangre no vale nada.
La chica pensó un poco antes de decir: 
-Mis padres me enseñaron a apreciar a la familia, para ellos...
-¡Callate, callate! ¡No quiero escuchar hablar de esos hijos de puta!
-¡No son unos hijos de puta!
-¡Es fácil para vos decirlo, ellos no te abandonaron al nacer!; a mí sí.
La chica lo miró con piedad.
-Se equivocaron, pero tenés que perdonarlos.
-¡Yo no perdono nada!... Yo entiendo el desprecio fundado, pero no el deliberado... Si alguien me conoce ahora y me desprecia, lo entiendo, ¡pero ellos me despreciaron cuando era bebé!... ¡¿Cómo se puede ser tan basura como para hacer eso?!... No lo entiendo... ¡Despreciaron a un bebé!
 -Por ahí si hablás con ellos...
-¡No! ¡No los quiero ni ver!... ¡Por mí que se mueran!
 Anabela llevó una mano al rostro de su hermano y lo acarició, entonces él denotó en su expresión una gran fragilidad resultante de su gesto afectuoso; ella le dio un beso y él la alejó. Le dijo:
 -Pará.
 -¿Qué pasa?
- Me hace daño tu afecto.
-¿Por qué?
 -Porque yo necesito todo de vos y vos no me lo querés dar.
Ella se mostró desconcertada.
-¿Qué necesitás que yo no te dé?
Tras algunos segundos él la besó en la mejilla y la abrazó, después acercó sus labios a los suyos y ella se apartó, entonces le dijo:
-Somos hermanos
-Somos "ella y él"... Necesito tu amor.
-¡Ya lo tenés! ¡Yo te quiero!
Él tras algunos segundos se levantó y dijo:
-Aunque "querer" signifique "amar", es el "te amo" una expresión de amor profundo casi exclusivamente sentimental, y eso es lo que yo siento por vos... ¡Yo te amo, Anabela!
Ella no quería lastimarlo. Repitió el argumento de rechazo más obvio y cercano que tenía.
-Somos hermanos.
Él la miró profundamente a los ojos y volvió a decir:
-¡Está bien, no te preocupés! No voy a volver a
a intentar besarte nunca más.
Él se volvió a sentar y ella también; ella dijo:
 -Yo te quiero dar el amor que no te dieron mis padres, pero te puedo dar un amor absolutamente incondicional y profundo de hermana porque eso es lo que soy; ¡no puedo ser tu hermana y tu novia a la vez!
 -¡Sí podés! Si yo no te gusto decímeló, pero no me digás que no podés sentir amor sentimental por mí por ser mi hermana porque yo soy tu hermano y lo siento por vos.
 Anabela se sintió muy mal; el tener que rechazar a un hombre era algo que había hecho muchas veces, pero siempre le dolía porque lejos de molestarle que alguien se interesara en ella, lo apreciaba, pero esta vez era aún más doloroso porque no se trataba de rechazar a un extraño ni a un amigo, sino a un hermano al que había querido aún antes de conocer; "tenés un hermano en Argentina", le había dicho su madre cuando era adolescente, ella al saberlo sintió la necesidad de conocerlo, razón por la cual se puso a estudiar castellano y a ahorrar plata para viajar a Buenos Aires.
Él después de un extenso silencio le habló.
-Los sueños son difusos generalmente, pero yo me acuerdo de uno perfectamente; conocía a mi mamá y le decía: "¡Hola mamá! ¡Me muero de ganas de abrazarte!" Y ella me miraba con desprecio y se alejaba... ...¿Vos sabés algo de desprecio?
-Yo no desprecio.
 -No te digo de despreciar, sino de haber sido vos despreciada... ¿Sabés lo que es que te abandonen al nacer?... yo sí.
La chica con semblante compasivo dijo:
-Yo me siento mal por vos y te quiero hacer sentir mejor.
-¡No te sintás mal por mí! ¡Sentite mal por los que no tienen en dónde vivir, por los que no tienen qué comer! A mí nunca me faltó nada, lo único malo que me pasó en la vida es no haber sido querido nunca por ninguna mujer... ni siquiera por mi mamá.
La visión de la palidez de su rostro que tanto contrastaba con la oscuridad de su pelo le encantaba; si bien uno puede enamorarse de alguien cuya personalidad le resulta desagradable (ya que el enamoramiento es irracional), éste no era el caso; ella tenía todas las características que a él le gustaban en una mujer; su dulce expresión era el reflejo exacto de la dulzura de su alma; la compasión abundaba en ella y eso era algo que lo atraía ya que la misma existe en gran cantidad en muy pocas personas, y al ser él una de ellas, junto a Anabela no se sentía más solo.
Ella con énfasis dijo lo siguiente:
-Si ninguna mujer te quiso, entonces yo soy la primera... Nunca más vas a sufrir la falta de amor porque me tenés a mí.
Él con resignación le dijo:
-No. No te tengo; el no tenerte como yo necesito me duele mucho, y debido a eso el verte hace a mi dolor aún mayor...
Ella permaneció en silencio sin saber qué decir; él dijo:
-No te quiero ver más.
Ella se sintió muy dolida y no dudó siquiera un segundo que él hablara en serio; sabía que lo único que podía hacer para que su relación no terminara ese día era darle lo que necesitaba, por lo que dijo:
-Si sólo puedo hacerte feliz entregándome a vos, entonces lo voy a hacer... Pedime lo que quieras.
Él no se alegró al escucharla.
-No; si vos te entregás a mí sólo por compasión, no te puedo aceptar; yo quiero que vos necesites entregarte a mí por amor, no por compasión... ...¡Sos re buena, sos re buena persona! Preferís complacer a los demás a complacerte a vos misma, por eso te amo, pero yo quiero que vos seas feliz y por eso quiero que estés con aquel que tenga la suerte más grande del mundo que es la de enamorarte... ...Nosotros nos tenemos que alejar.
Anabela se puso a llorar.
-¡No llorés mi amor, no llorés!
Él le extendió los brazos y ella lo abrazó. Él le dijo:
-Vos vas a ser siempre importante para mí.
 -¡Vos también para mí!
-Ahora te tenés que ir -él la alejó.
Ella se arrojó a sus brazos y con los ojos llenos de lágrimas, le dijo:
-¡No me quiero ir!
Después de algunos segundos de silencio, él con dolor en su mirar, pronunció lo siguiente:
-Si me querés te tenés que ir. ¿Vos me querés?
Ella asintió.
-Entonces andate.


Se contemplaron profundamente sin hablar y después él le dio muchos besos y ella también a él, tras lo cual se separaron para siempre.

Juana Rosa Schuster


                  
Tus caricias     
Juana Rosa Schuster

Sola, no.
Me acompañan las rojas odaliscas
de fuego de la chimenea.
No es cierto que esté en soledad.
La vacilante luz de la vela,
también está conmigo.
Sola, no.
Se escucha la respiración del lebrel
junto a los leños.
En la bruma mundanal de mi existencia,
todas las cosas que he pasado
están aquí conmigo.
Sola, no.
Veo muchas cosas cuando no voy a ninguna parte.
Me rodean tus decisiones más profundas.
¿Por qué creer que estoy sola?
¿Si tengo recuerdos fragmentados de nuestros
 encuentros?
Si penetré en un espacio inquietante,
donde mi mente confunde realidad y ficción.
Sola, no,
 …me acompañan tus caricias perdidas.