domingo, 22 de abril de 2018

Jorge Groslaude


La dama de corazón 
Jorge Groslaude

La noticia en sección policial diría después escuetamente "Hallan mujer asesinada en hotel de lujo". El inspector Kesington despertó antes de amanecer.
Los neumáticos se adherían al asfalto húmedo, las pupilas amarillas del viejo Vauxhall se mataban por atravesar la niebla cuando tomamos la avenida Liverpool. Pronto estuvimos ante la imponente estructura del New Castle...
Algo andaba mal en el quinto piso.
-Estacione, Peters- ordenó el inspector. Entramos a la playa con acceso al living. Hughes, el conserje, nos aguarda llave en mano; subimos al quinto en suite  y Hughes nos abrió solícito.
-Espere afuera- tronó Kesington vaciando con saña su pipa en el marco. El conserje observó a desgano la ceniza cayendo sobre la alfombra y se retiró impertérrito. Cerré la puerta y nos dirigimos a la alcoba. Cuatro inmensas velas promeseras rodeaban el lecho.
En medio, ceñida de raso blanco yacía de cúbito dorsal una mujer joven a quien la rigidez no había conseguido desvirtuar el natural felino. Los brazos abiertos en cruz ostentaban joyas en apariencia costosas. Su cabello rojizo colgaba hacia un lado llegando al suelo. De la boca entreabierta emergía un miembro masculino a manera de lengua postiza. El cuadro, en síntesis, oscilaba entre lo tétrico y lo repulsivo. Sobre el maquillador descansaban algunas caras y sobres sin abrir, duplicándose en el espejo. Kesington tomo un sobre y lo metió en su faltriquera, observándome de reojo; pude hacerme el distraído, o al menos lo dejé en la duda.
-Lea Peters- me ordenó- comience con las abiertas- tomé la que estaba sobre las demás, decía:
Mi amada Liza Magdalena.
Te dejo lo mejor de mí, ya que ni la nueva vida podría estar lejos de tus labios. Que el señor se apiade de nosotros como lo hizo en la cruz"
RP Barnay.  
Más tarde, recibiríamos el parte policial comunicando el hallazgo del cuerpo mutilado: Un sacerdote flotando entre los deshechos del Támesis. Otra carta fuera del sobre se expresaba lacónicamente: 
"Eras demasiado hermosa para ser terrenal, demasiado cruel para ser humana, demasiado puta para ser mujer"
Tu poeta
Rompí el primer sobre que me vino a mano y saqué una esquela; rezaba así:
"Dame los besos que te sobran, cuando sientas que tus labios se secan; tu sonrisa triste cuando las penas te agobien, tu caricia compasiva cuando te acuerdes de mí, que yo estaré echado a tus pies, como el perro más fiel"
-Ese, el que no se cansa de lamerte- abrí otro sobre y leí:
"Vida de mi vida:
Es poco tiempo que me queda; quisiera pasarlo junto a ti y sé que es imposible; mi enfermedad avanza y no me importa compartirte. ¡¿Cuándo podré encontrarte en aquel mundo que nos volverá a unir?! Sufro pensando en lo eterno de esa espera; hasta que estemos juntos"
Tu esclavo que agoniza
-Basta Peters- rugió el inspector- es suficiente, me cansé de oír sandeces. Son todas del mismo tenor, esta gata los tenía ojeados a todos. Ensobre esas basuras de la prueba y salgamos de aquí. Como sucedía siempre, Kesington se tomó la tarde para reflexionar, a la noche nos dirigimos al "Misogins Club". Es un club de elite, muy cerrado.
Entré detrás del inspector, que se encaminaba decidido a una de las mesas de juego. Kesington ubicó su corpachón tras uno de los socios, el que volteó a mirarlo con curiosidad.
-Buenas noches, caballeros- saludó el inspector, esta vez más suave- cumplo con la burocrática y plebeya obligación de encarecerles la concurrencia, mañana por la mañana, a la oficina del fiscal federal  a los efectos que les serán impuestos oportunamente.
-¿No puede adelantarnos de qué se trata, Kesington? La noche es larga para estarla sobre ascuas -Sé que acostumbran jugarse el turno de pasar la noche con la dama de corazón; todo lo que puedo decirles es que no gasten más barajas en tal menester. 
-Vamos, Peters.
A nuestras espaldas oímos el cuchicheo de los cinco. Si alguno se sorprendió no pudimos saberlo, eran profesionalmente inmutables.
-Los conozco bien a todos, Peters. Me jugaría el Vauxhall que son los remitentes de las misivas que le hice recitar esta mañana, exceptuando por supuesto al "Despenechado" cura. Toda esta ficción fue de forma, Peters, debo cumplir con los trámites investigativos. De cualquier manera, ya tengo al culpable.
Como de costumbre, me sorprendía la sagacidad de Kesington; para mí era sobrenatural su captación anticipada. Me atreví a rogarle un adelanto.
-Con usted es distinto, Peters, somos de la misma clase, le diré, el asesino a la postre, resultará el conserje; que como si fuera poco, se cargó al cura rubricando la faena con esa original decoración.
-Sus métodos no van a estar jamás a mi alcance, inspector... ¿Cómo lo sospechó?
-Percibo la idiosincrasia de esos genufléxicos, hipersensibles esclavos de la prolijidad y la higiene; si no tuviese algo que esconder, no hubiera quedado impasible cuando arrojé las cenizas de la pipa. Aunque respetuosamente, me lo habría reprochado... Es algo intrínseco.

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